El redescubrimiento

A pesar de que el edificio siempre ha estado a la vista y era conocido por la gente del lugar fue descubierto, o redescubierto, en 1980 por D. Juan Rosco Madruga y su esposa. Entonces era una ruina a punto de hundirse definitivamente como le ocurrió a otra iglesia, la de Santiago, situada apenas a seiscientos metros de ella y cuyos sillares terminaron sirviendo para restaurar la fachada de la parroquia de Alcuéscar. Cuesta creer que personas como D. Rafael García Plata de Osma, D. Eduardo Hernández Pacheco o D. Leocadio Galán, que debieron recorrer estos parajes y conocer el edificio, no reparasen en él. Aunque como los tiempos eran otros tal vez reconocieron su valor pero creyeron que poco podía hacerse. Como ejemplo del poco interés que los hallazgos arqueológicos despertaban anteriormente cuenta García Plata de Osma que él mismo vio el hallazgo casual en una finca cercana de unas tumbas visigodas con su ajuar y restos humanos, que fueron inmediatamente destruidas y sus piedras aprovechadas para la construcción de un muro rural por orden del propietario. ¡Cuántas cosas de interés se habrán perdido de este modo!

En los campos que rodean los pueblos extremeños y de otros lugares es corriente encontrar antiguas casas de labranza, de piedra y a veces de buen porte, arruinadas. Sin embargo, a pesar de los estragos que el tiempo y los elementos habían causado al edificio, la basílica del Trampal era notablemente algo más que una antigua casa de labranza. En la zona había memoria de que allí hubo tiempo atrás una iglesia dedicada a Santa Lucía. Los más ancianos del pueblo de Alcuéscar recuerdan haber oído contar a sus abuelos que en Santa Lucía se hacía misa el segundo día de Pascua de Resurrección, al parecer hasta mediados del siglo XIX , y también la Jira o Romería del lunes de Pascua hasta los primeros años del siglo XX. Y que siendo ellos muy jóvenes, era costumbre ir a merendillar a la ermita en el día de Santa Lucía. La ermita estaba entonces ya cerrada y no tenía dentro santo alguno, pero los pequeños llevaban una rosca de pan en la muñeca porque dentro había habido una Virgen con una rosca en la muñeca. Hacia 1945 estaba habitada por una familia montanchega y sus vacas; era una finca privada y muy raramente se acercaba por allí alguien ajeno. Este lugar siempre fue muy misterioso, cuando iban los niños y jóvenes con su rosca se asomaban a la puerta y con mucho miedo se santiguaban y los pequeños se peleaban por sentarse en los bancos de piedra que había al fondo y al lado del molino.

El aspecto del edificio en esa época era distinto del que ahora conocemos. No sólo faltaba casi toda la estructura superior (sustituida por un tejado en la zona de los ábsides, y el resto a cielo abierto) sino que además se había construido una vivienda para campesinos adosada al extremo norte del crucero, las ventanas estaban tapiadas y establos, cuadras y abrevaderos ocupaban todas las estancias. Los arcos góticos del aula, milagrosamente aún en pie, y sobre todo los arcos de herradura del crucero, no podían dejar de llamar la atención de los expertos.

El reconocimiento del extraordinario valor del hallazgo fue inmediato y la intervención no se hizo esperar. La zona y las ruinas fueron rápidamente aseguradas, se limpió el edificio de todo lo que en los últimos tiempos se le había añadido y en unos quince años (hasta 1995 aproximadamente) se reconstruyó tal como fue el templo moderno, no el primitivo tempo altomedieval. Además, se excavó y estudió exahustivamente tanto el templo como el entorno, con hallazgo de monedas, cerámica, tumbas y objetos de gran valor arqueológico.

En el prólogo del citado tomo 2 de Memorias de Arqueología Extremeña, Luis Caballero y Fernando Sáez lo describen así:

"Una tarde de verano de 1980, Juan Rosco y su esposa Luisa Téllez descubrían asombrados, en medio de la dehesa de Alcuéscar, un edificio medio oculto por abundante vegetación que de inmediato les pareció muy antiguo. Una rápida visita les hizo pensar que, por sus arcos de herradura, el edificio era de época visigoda. Lo que vieron entonces era una ruina romántica, cubierta de vegetación; pero también un monumento a punto de desaparecer, abandonado y dedicado a usos innobles.
Desde ese año de 1980, las autoridades de las que depende la defensa de nuestro Patrimonio han conseguido salvar este excepcional monumento. Hoy ha perdido ese gusto romántico, casi decimonónico, que poseía y que recordamos los que pudimos disfrutar de él. A cambio, se ha salvado un venerable edificio, ejemplar único de nuestra antigüedad. Por otra parte debemos fijarnos en lo insólito de este descubrimiento. A fines de nuestro siglo
(se refiere al pasado siglo XX) aún es posible descubrir un edificio de esta antigüedad entero en casi su mitad. Resulta fácil imaginar que nuestro suelo aún guarda muchas ruinas que ven la luz una vez que se excavan; pero resulta difícil aceptar que aún quedan edificios en pie desconocidos y prácticamente enteros."