GUERRA CIVIL (1936-1939)

Para entender mejor los acontecimientos de la Guerra Civil de 1936 será bueno recordar cual era la situación política y social en los años que la precedieron, especialmente en nuestra región.

Extremadura fue desde su conquista tierra de grandes latifundios y poco poblada. En el año 1930 tenía 1.152.174 habitantes con una densidad de población de 28 habitantes por kilómetro cuadrado. Se enfrentaba a unas condiciones higiénico-sanitarias lamentables y a un bajísimo nivel cultural, desconociendo el pueblo llano las reglas más elementales para la defensa de sus intereses y la convivencia social y política. En estas condiciones, el 14 de abril de 1931 ganó las Elecciones la izquierda por primera vez en la historia de España lo que condujo a la Segunda República.

Agotada la monarquía por los abusos de la clase dominante el rey D. Alfonso XIII se exilió en Roma. Un gobierno provisional presidido por Niceto Alcalá Zamora intentó transformar y modernizar el país. En los primeros cuatro meses publicó entre otros, el decreto de garantías sobre la propiedad privada, el de términos municipales que evitaba la contratación de jornaleros forasteros existiendo jornaleros locales parados, el de implantación de jornada laboral de ocho horas en el sector agrario, y destacamos sobre todo el de cultivos forzosos, destinado a evitar que los grandes propietarios agrícolas dejasen improductivas sus tierras pues podían en ese caso ser entregadas para su explotación a jornaleros.

La coyuntura sociopolítica de ese momento no era la más favorable para que la República acometiera una reforma social de tanta envergadura como deseaba. La mayor parte de la población carecía de la formación política y hasta social para llevar a buen término una reforma que hubiera favorecido a todos. Todos los intentos de reforma eran rechazados y saboteados por los poderosos, mientras en la calle grupos incontrolados anarquistas y radicales, muchas veces con la provocación de elementos de la derecha, protagonizaban crecientes desórdenes. Dimitió Alcalá Zamora y ocupó la Presidencia Manuel Azaña. Este mantuvo su política reformista con energía hasta principios de 1933 superando con habilidad el levantamiento del general Sanjurjo de 1932 pero ya la radicalización de posturas era irreconciliable. El episodio de Casas Viejas, que el gobierno reprimió con dureza, minó su liderazgo de la izquierda.

Llegó así el mes de noviembre de 1933 en el que se volvió a convocar elecciones en las que por primera vez ejercieron este derecho las mujeres españolas. Esta vez ganó la derecha conservadora designando a Lerroux jefe del gobierno. Se paralizó la reforma agraria y se volvió a imponer la represión y el servilismo. Pero ya los obreros no se conformaban y cada día exigían más insistentemente sus derechos. El 2,21 % de los extremeños poseía el 60 % de la riqueza rústica de Extremadura, el 40 % de los agricultores no tenía tierras y la mayoría de las tierras estaban sin labrar, todo ello propiciando el hambre y la miseria.

El 5 de octubre de 1934 la UGT convocó huelga general revolucionaria en todo el pais y el gobierno decretó el estado de Guerra. La sublevación fue controlada excepto en Asturias donde hubo una verdadera batalla durante dos semanas. El gobierno envió a la legión que reprimió duramente el levantamiento.

Así las cosas, el entonces jefe del gobierno Portela Valladares convocó elecciones municipales para el 16 de febrero de 1936, que ganó de nuevo la izquierda organizada en el Frente Popular. Pasados tres días de las elecciones municipales, ganadas por amplia mayoría pero aún sin resultados oficiales, Azaña formó gobierno retirándose Portela Valladares y Niceto Alcalá Zamora. Ello inquietó enormemente a la derecha. Ya no se soportaban unos a otros. El 10 de mayo Azaña dejó su cargo a Casares Quiroga que se puso al frente de un gobierno debilitado y amenazado por la suspecha de un inminente golpe militar.

Aún puede ser doloroso para muchos recordar estos hechos pero estará bien recapitularlos para que la experiencia del pasado nos ayude a vivir en paz y en democracia. La mayoría de las personas que estuvieron implicadas en ellos ya han fallecido y los que aún vivimos éramos entonces muy jóvenes, meros espectadores o poco más, de la contienda. Sin embargo la Guerra Civil española dejó durante muchos años una brecha entre las 'dos Españas'. Por un lado los vencedores aplicaron mano de hierro en reprimir cualquier oposición política al Franquismo. Entre los vencidos muy pocos tuvieron oportunidad de mantener una actitud militante. La mayoría pasamos a formar parte de un proletariado, aunque disconforme, callado y sometido. Con el fin del Franquismo y la llegada de la Democracia las cosas han ido cambiando. Creo que por fin se da las circunstancias para que esa brecha se cierre definitivamente y pueda hablarse con objetividad y sin resentimiento de la guerra de 1936. Es lo que se pretende en las páginas siguientes, contar los hechos tal como sucedieron. Es un pasado ya lejano que afortunadamente quedó atrás y que a nadie quiere ni puede molestar puesto que ese mundo, afortunadamente, ya no existe.

Alcuéscar como otros pueblos de nuestra comarca es rico en recursos naturales cuya explotación adecuada puede sostener con holgura a la población dentro de una economía de prosperidad. Sin embargo como se ha dicho antes esta es tierra de latifundios de modo que la riqueza no está repartida sino concentrada en unos pocos. Si los dueños de la riqueza la hubiesen explotado adecuadamente desde tiempo atrás su riqueza hubiese aumentado, como ha sucedido en otros lugares de España, y además la población empleada en los trabajos de explotación hubiese tenido medios de subsistencia. Pero los dueños tenían la riqueza secuestrada, no tenían ambición por prosperar y tampoco estaban interesados en dar trabajo al pueblo. Preferían ser ricos entre los pobres en vez de ser verdaderamente ricos. Preferían un pueblo de siervos antes que dar trabajo y explotar sus riquezas para estar a la altura de las demás regiones de España. Preferían, en fin, ser tuertos entre los ciegos en vez de tener la vista clara y sana. Fue así durante siglos y siempre causa de discordia entre unos y otros. En 1931 se cobraba una peseta de jornal y para ganarla había que rogarle al señorito, gorra en mano y sin olvidarse del don, que en la mayoría de los casos sólo era por tener dinero o simplemente por el apellido de algún familiar. El trabajo era de sol a sol, podían ordenarte lo que quisieran sin más derecho que cobrar tu peseta el día que trabajabas. Los dueños sabían que con esa peseta no se podía vivir y que los más atrevidos les robaban pero lo preferían así porque además de esclavos también eran culpables.

En lo social había al menos tres clases tan diferenciadas que el paseo, los bailes, los bares, todo estaba separado. En la segunda década del siglo XX los ricos se quejaron de que los domingos y días de fiesta se hacía mucho ruido en el pueblo y pensaron acabar con eso cerrando el baile (de los pobres) a las doce de la noche. En aquellos tiempos los deseos de los ricos eran ley. Al domingo siguiente los municipales, con sable al cinto (llevaron sable hasta 1931), fueron al baile de los pobres y lo cerraron. Los mozos se enfadaron pero se marcharon, respetando a la autoridad. Al pasar por la plaza vieron que el baile de los ricos estaba abierto. Se agruparon unos cuantos y convinieron que no era justo por lo que se dispusieron a cerrarlo también. Los guardias municipales actuaron y hubo varios heridos de sable y hasta dos heridos por arma de fuego, uno de ellos tío en segundo grado de este narrador. No había más justicia que el poder del dinero.

Entre los pobres nadie tenía nada, se vivía rigurosamente al día, el hambre estaba siempre al acecho si la enfermedad, la vejez o la desgracia les privaba del jornal durante unos pocos días. Quedaban entonces a expensas de la familia o de la mendicidad. Casi nadie sabía en aquella época leer y menos escribir y ello no por pereza sino por miseria y falta de medios de educación. Los zagales desde muy jóvenes pastoreaban o ayudaban en el campo a cambio de algunos céntimos o algo de comida. Se vivía en casas muy pequeñas de tapia, muchos convivían con el burro. Se dormía en camastros de madera llamadas camas de burrillas, encima se colocaba la pajera - un colchón de paja de centeno entera - y el matrimonio solía poner encima un colchón de lana más o menos buena. Si convivían hembras y varones éstos dormían en el pajar. Las mantas eran de trapos que cosían ellos mismos, llamados berrendos. La ropa de vestir y casi todo era de lino - que ahora es caro y distinguido pero entonces era lo más corriente - y cuando se rompía la remendaban de trozos de tela. La gente iba descalza o con alpargatas o albarcas. Los niños pequeños llevaban el pantalón descosido por detrás para no ensuciarse cuando hacían sus necesidades. No se conocía el papel higiénico - se usaba alguna piedra para ese menester -, ni el pañuelo moquero. Todo esto formaba parte de la vida cotidiana hasta los años cuarenta de este siglo.

La misma diferencia que puede existir hoy entre el opulento mundo occidental y el tercer mundo existía entonces entre familias que vivían a cincuenta metros escasamente y, claro, esa situación era explosiva.

Así estaban las cosas en Alcuéscar cuando llegó la República en 1931. Ello trajo más libertades y con ellas más desorden. La izquierda creía que había llegado el momento de hacer la reforma agraria que tanto se necesitaba pero la derecha no cedía un palmo. Acordaron exigir a los dueños la explotación de sus fincas y de no conseguirlo de buen grado imponerlo por la fuerza. ¿ Qué podía ser más razonable que dar trabajo y medios de vida a quien los necesitaba y, además, ganar con ello buen dinero?. Pues se negaron. El gobernador de Cáceres Peña Nobos dio la orden por la que se autorizaba a los campesinos que cultivaran las tierras a condición de que se pagase a sus legítimos dueños las rentas, respetando la parte correspondiente para el ganado. Los campesinos explicaban a los dueños, intentando convencerles, que además de cobrar sus rentas les quedaría la rastrojera para el ganado. Pero ellos no querían más riqueza, lo que querían era seguir dominando sobre la sumisión y servidumbre de los demás.

Existe una anécdota bien conocida por todos los que hemos vivido esa época y que ilustra muy bien lo que digo: Un trabajador fue a pedir trabajo a un rico del pueblo y después de negárselo varias veces, intentando convencerle, le dijo el jornalero:

- Mire usted don Fulano , si arranco las zarzas de los olivares que tiene Usted en la sierra va a ser más lo que gane con el aumento de la aceituna que lo que me va a pagar a mi.

- ¡Ya lo sé! - contestó don Fulano - pero entonces en tu casa habrá dinero y no vendrá tu hija a abrocharme los zapatos por la mañana como a mi me gusta.

En los años de la República hubo trabajo para todos. No hubo hambre ni necesidad y, como dicen algunos, los burros se revolcaban en los montones de trigo que debe ser algo parecido a atar los perros con longanizas. Pero la felicidad duró poco, los ricos no podían permitir esa situación. Algunos se negaron a aceptar su parte de las cosechas alegando que no tenían donde guardar el trigo que les traían.

El desorden fue en aumento. La izquierda creía que mandaba pero no era verdad, siempre mandó el capital porque el poder del dinero era lo que movía casi todo. La ignorancia es audaz e irresponsable y después de tantos años de injusticia social era muy difícil contener el revanchismo y se produjo alguna situación de abuso. Algunos extremistas corrieron los campanillos a algún rico y hasta lo metieron unos días en la cárcel de Cáceres pero el dinero solucionó el problema rápidamente. Todo esto irritó mucho a la derecha que se movilizó creando los guardas de la vareta, bien pagados y armados para que defendieran sus intereses.

La izquierda también intentó organizarse pero carecía de medios para llevar a cabo un proyecto de reforma adecuado a las circunstancias. Se formó el Frente de Juventudes Socialistas y se organizó una obra de teatro a fin de conseguir dinero y comprar pistolas - por increíble que ahora pueda parecer - para poder hacer frente a los pistoleros de la vareta. La obra tuvo mucho éxito, era de Galán y Hernández, título Berta. Compraron las pistolas y la tragedia ya tuvo todos los ingredientes para estallar en cualquier momento.

Anarquistas, comunistas, socialistas, republicanos, todos querían mandar y cada uno de ellos actuaba por su cuenta. Dicen algunos historiadores que la República fracasó más por los partidismos dentro de la izquierda que por la eficacia de la derecha. Además la derecha disponía del capital y el dinero es lo que en realidad mueve siempre todo. ¿ Qué eran los guardias de la vareta sino proletarios comprados, mejor dicho, vendidos por un poco de dinero?.

El consistorio estaba formado por Nemesio Rosco, Jerónimo Barragán, Diego Hidalgo, Julián Solís, Matías Candelario y algunos más. Excepto el alcalde, los demás escasamente sabían firmar. No fue raro que desde dentro del ayuntamiento, desde posiciones cercanas a él o desde los partidos de la izquierda, a veces queriendo y otras sin querer, algunos traicionasen su propia causa.

Una de las primeras cosas que se hizo fue las zanjas de desagües, que no había ninguna hecha en todo el pueblo. Comenzaron los trabajadores a picar y levantar las aceras en la plaza para seguir calle abajo hacia el Pocito. Alguno de los ricos llamó a la guardia civil de Montánchez diciendo que había un levantamiento en el pueblo y estaban rompiendo las aceras y destrozando la plaza. Vino un pelotón de la guardia civil al mando del teniente Robledo, hombre de honor y gran caballero. Cuando llegó el teniente con sus hombres a la plaza un rico de los que por allí vivían le exigió que disparasen contra los del levantamiento - de aceras - a lo que el teniente se negó alegando que a él le parecía que aquellos hombres estaban trabajando normalmente y que él no podía dispararles. Dio orden de retirada y al llegar a Montánchez se suicidó de un disparo. Posiblemente esperaba tal represión de sus jefes que prefirió quitarse la vida antes de soportar la vileza y el deshonor. O tal vez no fue un suicidio...

Uno de los concejales era un hombre que cumplía bien sus deberes políticos, pero su mujer lo traicionaba, contaba todo cuanto sabía a una vecina que era confidente de un rico. Ese concejal por entonces tuvo un hijo al que no quería bautizar pero su mujer, con la ayuda de la vecina, sacó al niño de la casa por la noche y don Leocadio lo bautizó. Uno que hacía recados en el ayuntamiento era confidente, todo cuanto se enteraba iba a contarlo a un rico alto y corpulento. El marido de una las grandes luchadoras de aquel tiempo era un traidor a la causa de la República. Y muchos casos más. El dinero de unos y el escaso honor y dignidad de algunos otros favoreció la proliferación de casos como éstos.

En los carnavales de 1932 la derecha preparó una trama para desestabilizar la situación. El día que corrían los gallos los mozos que entraban en quinta, los provocadores de la derecha prepararon dos burros, uno con una chica minusválida, el otro con un señor. Adornaron con campanillos los burros y se fueron a correr los gallos. Los guardias municipales y los quintos se opusieron a semejante mofa y hubo amenazas, corridas y mucho escándalo. Terminados los gallos los mozos se reunieron en la plaza con sus caballos engalanados con mantas galleras. Allí estaba escondida la tragedia; un pistolero salió del casino de los ricos haciendo fuego contra todo lo que oliese a izquierda, matando a un municipal y a un guarda jurado. Se le encasquilló la pistola y no pudo hacer más. Hecho el trabajo le dijeron que se fuera al cuartel de la guardia civil que ya estaba todo arreglado. Lo montaron en un coche y lo llevaron a Montánchez; allí lo detuvieron y según las fuentes consultadas estuvo un tiempo encerrado, protegido, guardado, viviendo como un señor.

Como ya se ha dicho en las elecciones de 1933 volvió a ganar la derecha y el panorama político empeoró. Un medio-abogado estaba dando muy buen resultado a la derecha, más por pillo que por abogado ya que no tenía terminada la carrera. Tenía éste un guardaespaldas que en la Navidad de ese año fue abatido a tiros en la calle del Medio, junto a la cruz, en represalia por los crímenes de la plaza. También hubo tres o cuatro incendios, atribuidos a la izquierda. Sobre uno de ellos, el de la iglesia, se supo años después que un rico pagó veinticinco pesetas y dio una lata de gasolina para que prendieran fuego.

El 17 de diciembre de 1934 la izquierda asaltó el Ayuntamiento y tiró por el balcón todo cuanto estaba a su alcance, haciendo con todo ello una hoguera en la plaza. Estos hechos fueron consecuencia de las famosas Lámina - acciones de Bolsa - que el Ayuntamiento tenía en el ferrocarril de Astorga. Muchas personas creen que ese dinero lo dio una señora al pueblo pero eso no es cierto. Ese dinero salió de la venta de propiedades del pueblo y ese beneficio lo guardaba y ocultaba la derecha sin que constase en la contabilidad municipal. De ahí el enfado de la izquierda. Hay que hacer notar hasta que punto llegó la agresividad que no tiraron al secretario por el balcón por muy poco, porque un miembro muy significado de la izquierda llamado Santos Jiménez se puso delante diciendo ¡Este dejádmelo a mí que lo echo al fuego¡, y lo sacó a empujones de allí. Cuando llegó abajo le dijo ¡Corre a tu casa sinvergüenza¡. Era su sobrino.

Llegamos así al año 1936. La inestabilidad política era enorme porque el odio, la ambición y egoísmo pudieron más que la tolerancia, la bondad y la razón. El general Mola dirigía desde Pamplona una conspiración que sólo esperaba el momento propicio. El asesinato de Calvo Sotelo en la madrugada del 13 de julio fue el detonante. Una parte del ejército encabezada por los generales Mola Vidal, Queipo de Llano y Francisco Franco se sublevó contra el gobierno de España.

El día 18 de julio de 1936 sobre las once o doce del mediodía los jóvenes que jugábamos en la plaza oímos el aterrador redoblar de tambores de guerra. Cuando terminó el redoble un guardia civil vestido de gala sacó un papel y leyó algo así como que el país estaba en estado de guerra y que se prohibía andar por las calles a partir de las diez de la noche. Aquella noche fue lo más parecido a una película de terror e intriga. La gente sorprendida no daba crédito a la situación pero la mayoría de la gente de izquierda se marchó del pueblo. La derecha se tiró con sus armas a la calle pero siendo incierto aún el resultado del levantamiento no se aplicó a fondo. A los pocos días viendo la debilidad de la izquierda para resistir comenzaron a ir por las casas, unos registrando y otros llevándose a las escuelas viejas - transformadas en cárcel - hombres, mujeres, y niños, todo cuanto no oliera a Movimiento o Falange. El alzamiento en Alcuéscar triunfó de inmediato.

Julián Chaves Palacios dice en su obra La represión en la provincia de Cáceres durante la Guerra Civil (1936-1939) lo siguiente, :

El día de la ocupación de Mérida por las tropas de Yagüe resultó fatídico para Alcuéscar. En esa jornada fusilaron los nacionales por lo menos a cinco personas: Jerónima Bote y Francisco Bote Serván, a ambos cerca del cruce de la Herrería. Eusebio Candelario Carvajal, Francisco Carrasco Jiménez y Narciso Gómez Rey, los fusilaron en la finca Cancho Gordo, cerca de Aljucén. El día 28 violaron y fusilaron a Soledad Corchero Juárez, Mercedes Aguilar - embarazada -, Antonio Guerra Puerto, Diego Chamorro y Diego Pavón, estos fueron fusilados en la cuneta de la carretera de Mérida Alcuéscar a la altura del Km. 76 .

En septiembre llegó el turno de la familia Jiménez, que había marchado del pueblo para evitar roces. Santos Jiménez, Manuel, Juan José, Rufino y Juan Jiménez Sánchez, padre e hijos respectivamente y Manuel Corchero Juárez que estaba con ellos , fueron fusilados en la finca El Segador, cerca de Carmonita. A finales de octubre fueron fusilados el alcalde anterior Nemesio Rosco Pulido y sus dos hijos José y Gerardo Rosco en Mérida, donde también fueron fusilados los hermanos Vizcaíno, Marcelino y Agapito. A las hermanas Dionisia y Herminia Alvarez las tuvieron una hora expuestas en la plaza antes de fusilarlas. Josefa Chamorro y sus dos hijos, Máximo y Francisco Bote así como Jesús Borrego fueron también fusilados en esos días.

En Alcuéscar se cumplió con creces la consigna del levantamiento militar dada en la Instrucción reservada núm. 1 fechada en Madrid a 25 de mayo de 1936:

Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al Movimiento, aplicándoles castigos ejemplares a dichos individuos para estrangular los movimientos de rebeldía o huelgas.....

Algunos extremistas pagaron muy cara su osadía. En Alcuéscar se formó una Junta Local del Movimiento que pagaba veinticinco pesetas por la muerte de cada uno de ellos. Los sicarios entraban de noche en la cárcel, pistola en mano, y sacaban a los condenados a empujones, los subían a un camión y los llevaban al Cerro Pelado, junto a la carretera de Montánchez o a otros sitios igualmente apartados. A veces violaban a las mujeres antes de fusilarlas. En la mayoría de casos sin más motivo que ser de izquierda.

Como decía la consigna, la acción fue en extremo violenta Algunos huyeron del pueblo para salvar la vida. Creían que era por sólo por unos días, que aquello se resolvería en poco tiempo. Al concejal Diego Hidalgo, su 'amigo' y 'miembro del partido republicano' J.S le dijo : Márchate, que esta noche tengo que ir a matarte. Diego salió de su casa después que sus hijos se acostasen. Un vecino , Luis Sánchez, le prestó cinco duros para dejarlos en casa, Diego le prometió devolvérselos al regreso, en dos o tres días. Esos dos días o tres días se convirtieron en casi tres años.

El tiempo iba pasando y algunos de los que escaparon decidieron volver al pueblo. Unos permanecían ocultos por precaución, otros se entregaron a la autoridad pues sabedores de que no habían hecho nada que mereciera castigo grave preferían hacer frente de una vez a los problemas. Este fue el caso de un hombre que había sido municipal, también de nombre Diego, y su esposa Mercedes que estaba en avanzado estado de gestación. Los fusilaron a los dos. Ella al igual que otras fue violada y maltratada delante de su marido. Le quitaron las ropas y joyas que llevaba y al cabo de poco tiempo la hija mayor de uno de los ejecutores llevaba las ropas y pendientes de la víctima.

En aquellos años era alcalde de Alcuéscar don Fausto García, apoyado por la Junta del Movimiento y demás autoridades. Don Leocadio Galán, como ya hemos dicho, era el párroco del pueblo.

Noche tras noche iban los camiones a la cárcel y sacaban a los condenados que terminaban en alguna cuneta con un disparo en la cabeza. Acabaron así unas cuarenta y dos personas.

Hubo personas bondadosas que se destacaron por sus buenas acciones. Algunos recordarán los primeros dueños del hotel del cruce de las Herrerías, Quicón y Modesta. En ese hotel se instaló el cuartel general de la defensa de Alcuéscar. El señor Quicón vestía elegantemente, era una persona fina y educada de carácter bondadoso y caritativo. El comandante de puesto era un brigada de la guardia civil con quien Quicón había trabado amistad. En una ocasión el brigada recibió una lista de las personas que debían ser ejecutadas. Cuando el señor Quicón vio la lista quedó horrorizado pues las personas incluidas, algunas menores de edad, eran a su juicio gente honrada y trabajadora del pueblo. Después de suplicarle a su amigo que no llevase a cabo tal barbaridad le dijo: Aquí faltan dos nombres, los de las dos personas que han firmado esto... Los firmantes, los delatores, eran un matrimonio muy rico que vivìa por el centro del pueblo, el mismo que ordenó al teniente Robledo disparar contra los obreros que cavaban zanjas. Cuando años más tarde murió el esposo no se encontraba quien quisiera sacar el ataúd de la casa. El brigada no ejecutó la orden.

Cuando terminó la guerra se anunció en todos los frentes que todo el que no tuviese las manos manchadas de sangre podía volver a su casa sin temor. No obstante miles de hombres marcharon al extranjero, pero Diego Hidalgo, el que había sido concejal, volvió con su familia. Cuando llegó a los Paradores con dos compañeros la pareja de la guardia civil con el guardia Blanco a la cabeza los detuvo y ya los llevaban al monte de Piedra la Flor para fusilarlos cuando la señora Ana la Chata, que había presenciado la escena, comenzó a llorar. Don Antonio Bonilla Cáceres preguntó: ¿Por qué lloras?, mujer. Ella le contó lo que sucedía y don Antonio llamó al guardia Blanco y le pidió que llevara a Diego y los otros al pueblo. Allí recibieron un duro castigo pero salvaron la vida. Valga este recuerdo como muestra del agradecimiento que siempre he tenido a don Antonio por salvar la vida de mi padre.

Desde el inicio de la Guerra Civil Alcuéscar quedó en la llamada zona nacional. Durante toda la contienda no vimos por aquí más soldados que los que venían a descansar camino del frente de Don Benito. Los únicos disparos que aquí se oyeron fueron los del odio, la traición y la envidia.

Por fin, pasados treinta y tres meses acabó la pesadilla Terminada la tragedia volvió la esclavitud y el hambre. Se repartieron cartillas de racionamiento. Lo único que no estaba racionado era el agua y el aire. La cartilla era un cuaderno con hojas formadas por cupones, cada uno correspondiente a un artículo necesario. Para poder comprarlo era imprescindible el cupón. Las cartillas de racionamiento estuvieron vigentes hasta el año 1953.

El año 1940 ha quedado en la historia de España como el año del hambre. En las ciudades había más control y se repartía comida todos los días pero en los pueblos era frecuente el desvío de alimentos para el estraperlo. Así se enriquecieron unos cuantos, sometiendo a la miseria y un hambre de muerte al pueblo. Algunos comían sólo hierbas del campo y se hinchaban por la falta de proteínas. Dos o tres de los más debilitados murieron de hambre. Por entonces era alcalde don José Barrero, campesino y uno de los creadores de la Falange en el pueblo. Fue un alcalde tan severo que a su propia madre le impuso una multa por fregar la acera y llenar de agua la calle. Era soltero y muy difícil verlo reir. En el año del hambre le sacaron este cantar:

El que tenga un jamón
que lo parta y se lo coma
porque viene Barrero
y lo raciona y lo raciona

(Esto se cantaba con música de 'El que tenga un amor, que lo cuide....')

Recuerdo que había temporadas que tardaban más de una semana en dar algo de pan o un poquito de maíz para hacer poleás. Algunos días íbamos a las dos o tres de la tarde a la cola del pan para ser de los primeros cuando abriera la panadería de Romero al día siguiente y poder coger algo de pan

Casi todas las mujeres vestían de negro y los muchachos nos entreteníamos contando los piojos que al ser blancos destacaban perfectamente sobre las ropas. No sólo fue un año de hambre, también fue de miseria. Mucha gente tuvo sarna que era bastante contagiosa.

La moneda fraccionaria escaseaba mucho, sólo había los billetes de peseta, dos pesetas, cinco pesetas y creo que los había de veinticinco, cincuenta y cien pesetas. Si al comprar algo era necesario devolver cambio, dado que no había moneda fraccionaria entregaban un cupón, un cartoncito donde figuraba escrito el valor, por ejemplo ' 25 céntimos'. Esto duró varios años.

No había libre tránsito por el territorio nacional. Para ir de un pueblo a otro había que pedir permiso y conseguir, si te lo daban, un visado donde constaban los datos personales, el trayecto a realizar, motivo y duración del traslado. Viajar sin él estaba fuertemente castigado.

Sin cupones de racionamiento también se podía conseguir alimentos y otras cosas. Era el llamado estraperlo. Naturalmente era mucho más caro que el suministro oficial y sólo estaba al alcance de unos pocos privilegiados. Los ricos no pasaron hambre ni miseria.

En los primeros años de postguerra había que esconder la comida para llevarla de un lugar a otro, tal era la necesidad que hubiese parecido una provocación llevarla a la vista en sitio público. Había docenas de niños pidiendo limosna por las calles de Alcuéscar. Todavía me queda el espantoso recuerdo de verlos en las puertas con un canto que más parecía un lamento:

Si usted me da una limosna
le canto con alegría
las penas de San José
y las de Santa María

Pero las puertas estaban cerradas. A veces se oía una voz rota por la pena, que decía: ¡Vete, niño, vete que no tengo nada ¡.

Hubo algo aleccionador que quiero destacar. Aquellos desgraciados que habían cobrado veinticinco pesetas por cada uno de los compañeros, amigos y familiares que mataron, cuando llegó la miseria lo pasaron peor que los demás. Se dió el caso de ir alguno de ellos a casa de algún rico a pedir trabajo o comida y después de habérselo negado enfrentarse a él diciendo:

- Ustedes nos deben mucho, nosotros hemos hecho mucho por ustedes.

- ¡Yo a ti no le debo nada ¡ - contestó el rico - Si hiciste un trabajo te lo pagué y punto. ¡ Hala, largo de mi casa !.

Si buscamos hoy en los archivos de Alcuéscar lo relativo a la contienda todo lo que consta es que un hombre murió porque le explotó una bomba cerca de Piedra la Flor, otro hombre dueño de un cortijo fue acuchillado y muerto por los rojos porque los había denunciado y otro que no está claro de que murió. De todas las demás víctimas consta su partida de nacimiento pero nada sobre su defunción. Simplemente desaparecidos, como en tantas otras dictaduras.

No quiero terminar el presente capítulo sin dejar constancia de la caballerosidad y buen hacer de don Antonio Lozano quien, perteneciendo a la clase poderosa por condición y nacimiento, fue movido por su ética y sensibilidad social a compartir los valores de la izquierda. Nunca se interesó por la política, no obstante fue alcalde de Alcuéscar hacia 1928. En su mandato con buen criterio se ordenó que las rejas husmeadoras de las ventanas no sobresaliesen de los muros, que algunas eran tan prominentes que dificultaban en paso por las aceras. También dispuso que los caños de los desagües de los tejados tuviesen bajantes hasta el nivel de la calle pues algunos vertían desde 4 ò 5 metros de altura empapando a los viandantes cuando llovía. Dió trabajo y comida a muchos obreros y fue un hombre justo y generoso en tiempos difíciles cuyo recuerdo quiero honrar desde estas páginas.