En 1953, por fallecimiento del señor Salleras, su viuda doña Joaquina Soler se hizo cargo de la dirección del colegio, asesorada por el profesor del centro don Gonzalo Tobar, de gran prestigio en el barrio por su dedicación y vocación en la enseñanza; pero un año más tarde la directora traspasó la academia a los hermanos DELHOM BRUGUES, haciéndose con la dirección don JOSE MARIA DELHOM, el cual conservó la totalidad de la plantilla antigua, siguiendo las mismas directrices de su antecesor. En los años siguientes, los hermanos Delhom tienen una intensa actividad en el barrio de Gracia, adquiriendo varios colegios y asociándose al llamado Pedagogivm San Fernando, una entidad creada mucho antes, a finales del siglo anterior. También se hacen cargo de la Institución Pitman, colegio dirigido por Carlos Delhom, que ocupa un edificio completo de la avenida Gaudí (entonces avenida General Primo de Rivera), muy cerca de Sagrada Familia.
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Tapas de una libreta de las usadas en Salleras a finales de los años 50. Cinco academias asociadas al Pedagogivm, entre ellas la Academia Salleras. Esta fusión duró hasta 1963 aproximadamente.
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Primera Comunión de un grupo de alumnos en 1954, a poco de llegar el señor Delhom a la academia. El primero a la derecha es el señor Ignacio; la tercera, la señorita Piedad; la quinta es la secretaria, señorita María, y en el centro, José María Delhom. La fotografía está tomada en la puerta principal del colegio, desde el patio, engalanada para la ocasión.
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Mientras el señor Salleras, licenciado en Filosofía y Letras, fue el director, Salleras fue un centro de enseñanza Primaria y Secundaria. Pero los Delhom, todos ellos, eran maestros, no licenciados, de modo que Salleras pasó a ser a partir de 1953 sobre todo una escuela de Primaria y Comercio. En aquellos años, la mayoría de jóvenes del barrio optaba por estudios elementales y mercantiles; muy pocos por bachillerato, cuya única salida era cursar a continuación estudios en la Universidad, algo que no entraba en los planes de la mayoría de familias de clase media. La enseñanza primaria era obligatoria. Después, se podía entrar como aprendiz de un oficio en algún taller o similar, o estudiar Comercio y prepararse para trabajos de gestión y administración. Muchos entraron de botones en bancos y cajas, y después siguieron en ellos ascendiendo a puestos mejores. Eran tres años de estudio reglado de Comercio, en los que se impartían asignaturas como contabilidad, mecanografía, taquigrafía, francés comercial (el estudio del inglés era entonces muy minoritario), teneduría de libros, cálculo mercantil y hasta caligrafía redondilla. Al final se obtenía un diploma que avalaba la instrucción recibida y que las empresas tenían en consideración. En la Academia Salleras, en esta etapa al menos, las clases de Comercio de chicos y chicas estaban separadas, y ambos grupos eran bastante numerosos, pues era la opción mayoritaria. La edad legal para empezar a trabajar era de 14 años, coincidiendo en general con el fin de los estudios de Comercio.
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Fachada del colegio en mayo de 1960, Primera Comunión de un grupo de alumnos.
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Grupo de profesores en 1960, el mismo día de Primera Comunión. El niño es el alumno Antonio Palazón, hijo de la maestra que está detrás de él. |
Sin embargo, eso estaba cambiando rápidamente. Con la década de los 60 llegó una nueva mentalidad, acompañando a un cierto boom económico, modesto, que hubo por entonces. Cada vez más estudiantes que terminaban primaria querían seguir con bachillerato y tratar de tener estudios universitarios. Las clases de bachiller, que en los años 40 contaban con cuatro o cinco alumnos, eran ya de 30. Y esa era una demanda que había que cubrir, y además un nuevo aire para el negocio. Pero Salleras no estaba preparada. Recuerdo que en 1963 realicé el primer curso de bachillerato. Para ser admitidos, tuvimos que superar el llamado Examen de Ingreso, en nuestro caso en el Instituto Jaime Balmes. Una especie de reválida de primaria. Todas las asignaturas de primer curso nos las dio el señor Tobar, antes maestro de cuarto de primaria. Era un buen profesor y uno de los hombres más pulcros que he conocido, tanto en su cuidado personal como en el manejo de la clase. Su título de maestro no lo capacitaba para dar esas asignaturas, pero no era ilegal, simplemente no se reconocía a nivel oficial. Existía entonces, no sé si ahora, la "enseñanza libre": los alumnos estudian y se preparan por su cuenta, como quieran o puedan, y después se examinan en un centro oficial, jugándose todo a la carta del examen. Y así lo hicimos nosotros en primer curso de bachillerato, en el Instituto Nacional de Enseñanza Media Menéndez Pelayo. El señor Delhom tuvo el acierto de comprender que los cambios que se avecinaban necesitaban un nuevo enfoque, que requería a su vez cambios bastante profundos en la organización del profesorado. Contrató a licenciados que impartieran las asignaturas, recibió una inspección para certificar que las instalaciones eran adecuadas, y la Academia Salleras pasó a ser un centro colegiado adscrito al Instituto Nacional de Enseñanza Media Milá y Fontanals. Y ahí fue donde hicimos todos los exámenes de los siguientes cursos, hasta sexto, incluidas las dos reválidas. Seguía habiendo exámenes finales externos, pero los profesores eran reconocidos por sus correspondientes en el instituto y ya no se jugaba todo a una carta. No cabe duda de que fue un buen avance, tanto por la mejora de la calidad de las clases, dadas por personas con mayores conocimientos, como por el método de examen.
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Grupo de profesores, alrededor de 1965.
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Grupo de alumnas de tercer curso de Comercio, en 1964. En la última fila, empezando por la izquierda, la cuarta es mi hermana, Fuensanta Hidalgo. Quinta, Ana Díaz. Séptima, Antonia Font.
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La señora Fort (ciencias naturales, matemáticas), Palmira Sáez (historia del arte), Mossén Parramón (latín, historia, filosofía), señor Montesinos (dibujo), señorita Bartolí (francés), señor Gallego (matemáticas, física, química en bachiller superior) y un largo etcétera que ahora no recuerdo se incorporaron al profesorado en esa época. Aunque también otros no titulados, pero bien conocedores de las materias y amparados por el titular. Por ejemplo Jaime Pons, un estudiante de ingeniería que nos dio clases de matemáticas, física y química entre segundo y cuarto curso, excelentes, bajo la supervisión de la señora Fort. El señor Pons fue el profesor que me dejó más huella. A medida que avanzábamos cursos, Salleras aumentaba su oferta un grado más. Fuimos el curso que abrió camino. Así llegamos a cuarto de bachiller, que culminaba el llamado Bachillerato Elemental, con su Reválida, que servía para hacer algunos estudios de carácter técnico universitario (enfermería, magisterio, peritaje, aparejador, etc.). Muchos pararon ahí, aparte algunos que quedaron por el camino o se fueron a otros centros. Dispuestos a seguir a quinto curso, el primero del Bachillerato Superior, éramos bastante menos de la mitad de los que empezamos. Chicas, sólamente dos, y por ese motivo por primera vez se juntaron las clases para ambos sexos. Complicaba aún más la situación la doble vertiente letras/ciencias que se podía elegir en esos dos años. Unos teníamos matemáticas, física y química y los otros griego, filosofía, etc. Si no recuerdo mal, en sexto éramos siete y ya no había ninguna chica. Hablo del año 68, pagábamos unas 1.500 pesetas al mes, no sé cómo salían las cuentas para el colegio. Por fin, PREU no se dio porque éramos dos. Yo fui a Institución Pitman, dirigida por Carlos Delhom —hermano de José María— donde había un grupo de al menos veinte alumnos para ese curso. Todo esto tuvo algo de "artesanal", de improvisado, pero en conjunto estoy de acuerdo con los que dicen que el plan de estudios de 1957 fue uno de los mejores y, si se ponía interés, se conseguía una buena cultura de base para lo que había de venir más tarde. En Salleras, no estuvo mal.
![]() En septiembre de 2021 nos ha escrito Núria Gondón, antigua alumna de la Academia Salleras. Nos dice: “…jo també vaig anar a l´acadèmia des de que tenia tres anys fins els setze (1957-1970). Tinc molta informació d'aquells anys i he reconegut a professorat que no teniu identificat. A més, us puc aportar la meva percepció d'una de les facetes més felices de la meva vida; estaria be que em diguesiu si encara us interessa…”. ¡Y tanto que nos interesa! Estos son los recuerdos que Núria nos ha enviado, una impresionante descripción con todo detalle: Soy hija única y me aburría mucho en casa, rodeada de adultos, por lo que, al contrario de lo que suele suceder, ir a la escuela fue toda una fiesta para mí y todos los momentos los viví allí, en general, en positivo. Conocí niñas y más tarde niños, iguales a mí, y con sus historias pude relativizar un poco la realidad de mi casa, donde me faltaba algo. Se entraba a la academia por la calle Córcega esquina Milà i Fontanals, por un portalón de hierro que daba acceso a un patio donde hacíamos la gimnasia. Después, cruzando unas puertas de vidrio se entraba al gran vestíbulo, que ya se ha descrito y, al fondo, a un espacio más pequeño donde a ambos lados había clases para alumnos. Otra puerta daba acceso a un corredor al aire libre, que se abría a la izquierda a un patio, por el que se llegaba a una amplia clase, ya en el colegio Milà i Fontanals, que era el femenino. La entrada principal al colegio para las niñas estaba en la calle del mismo nombre. El edificio tenía tres pisos, comunicados por una luminosa escalera. Recuerdo las clases amplias, con pupitres de madera que teníamos que lijar de vez en cuando para borrar los escritos y marcas; con un agujero en la parte superior para poner los tinteros que cada mañana la profesora nos llenaba para usarlos con mango y plumilla. En medio de la clase, había una estufa de serrín para calentarnos. En el último piso había un pequeño laboratorio de ciencias naturales (o así se le llamaba) donde la señorita Fort nos hacía diseccionar pequeñas ranas en un espacio lleno de animales disecados. Arriba, en el terrado, estaban los patios de recreo. La escuela acogía párvulos, estudios primarios, bachillerato elemental, bachillerato superior y comercio. No recuerdo desde qué edad podían asistir los párvulos, pero sé que fui antes de cumplir cuatro años y mis padres siempre comentaban que me aceptaron como caso excepcional, por mi corta edad.
Acabados los cursos de primaria, se podía pasar a comercio o a bachillerato elemental, pero para poder acceder a éste se debía superar un examen de ingreso, que las niñas realizábamos en el Instituto Verdaguer, sito en el Parque de la Ciudadela. Impresionaba muchísimo: recuerdo que había un tribunal compuesto por tres o cuatro profesores desconocidos por nosotras, de pie delante de ellos, a los que yo veía muy muy mayores, e iban preguntando nociones de todo; también se hacía un examen escrito de ciertas materias. Una vez superado este examen, se podía optar al bachillerato elemental que era común para Ciencias y Letras. En los dos primeros cursos estudiábamos geografía, donde como ejercicio debíamos completar unos mapas en blanco físicos y políticos; los primeros, con todos los detalles de ríos, montañas, cabos... y los segundos, con ciudades, regiones y países. Debíamos poner los nombres correctos, con letra de molde y en tinta china, y siempre en el último nombre se manchaba el mapa y vuelta a empezar (bueno, había truco para quitar la mancha, si no era muy grande). El bachillerato elemental duraba cuatro años y sólo en el último curso y en asignaturas como matemáticas, física y química, ciencias... nos juntábamos los chicos con las chicas para asistir a las famosas clases de la señorita Fort. Para los exámenes finales de cada curso, uno por cada asignatura, se debía ir al Instituto Verdaguer. En el primer día se hacía el examen de casi todas ellas (Historia, Matemáticas...), y a la mañana siguiente se volvía para los de las asignaturas menos importantes en aquella época, como dibujo, gimnasia, música, costura y Formación del Espíritu Nacional. Tras aprobar los cuatro cursos, se debía pasar una reválida, en el mismo instituto, y una vez aprobada se tenía el Título de Bachillerato Elemental, con el que se podía optar directamente a estudios como Enfermería, Peritaje o Magisterio. O bien se continuaba a bachillerato superior que podía ser de Ciencias o Letras; eran dos años más, tras los que había otro examen de reválida y se obtenía el Título de Bachillerato Superior. Si querías ir a la Universidad, debías abandonar Salleras para hacer el Preuniversitario. Yo realice el bachillerato superior de Letras, donde éramos unas seis chicas y un solo chico, que recuerdo se llamaba Luis, pero no el apellido. No recuerdo el horario del colegio exactamente, pero más o menos era de lunes a viernes, de 9 a 12,30h y de 15,30 a 18,30h. Los sábados íbamos de 9 a 12h y las niñas realizábamos dibujo y costura, mientras por un intercomunicador nos hacían seguir el rosario que, desde secretaría, la señorita María iba recitando (era el único acto católico obligado; nunca nos obligaron a ir a misa ni a procesiones). Poco antes de Navidad, en el último día de clase antes de vacaciones, se realizaba una fiesta con canciones, villancicos y alguna representación del Belén. Al final de cada curso, había una exposición en el vestíbulo de los trabajos manuales seleccionados entre los que hacían los alumnos (en el caso de las niñas eran las mejores labores realizadas). La fiesta de la Primera Comunión era un festejo importante para la escuela. Siempre se realizaba a finales del mes de mayo, en la iglesia de los Carmelitas que hay en la calle Diagonal con Roger de Llúria. Desde la escuela hasta la iglesia y acompañados por nuestros respectivos profesores, se iba en desfile por la calle para acompañar a los niños y niñas que hacían la Comunión. Todos íbamos elegantes y guapos y todas las personas de la calle nos miraban; yo me sentía importante. También en algunas ocasiones, pocas, íbamos a la parroquia de Corpus Christi, en la calle Córcega esquina Bailén, a cantar en el coro como ensayos. Una vez o dos veces al año como máximo, hacíamos una excursión a Las Planas, ¡qué bien me lo pasaba! Era toda una aventura. Cuando terminé cuarto de bachillerato, hicimos un viaje de final de estudios (creo que fue de los primeros viajes que se hicieron allí por este motivo). Fuimos dos días a la Vall de Núria con la profesora de Literatura, la señorita Mansergas; fuimos en tren y dormimos en las celdas del santuario. Allí descubrí la inmensidad del firmamento, pues la "señu", por la noche, nos enseñó los nombres de las diferentes estrellas. Sobre el profesorado, siento no recordar a todos los profesores que tuve, pero son muchos los años pasados, y aun me sorprendo yo misma de recordar todavía tantos detalles y a tantas personas.
Director:
Párvulos:
Primaria:
Bachillerato: Además de los profesores, recuerdo a la secretaria, señorita María, bajita, redondita, rubia, ojos azules, labios siempre carmesíes; vivía para el colegio y siempre nos reñía por algún motivo. La Srta. Blanca de párvulos era su sobrina. A la entrada del colegio de las niñas había una portería, se encargaba la señora Bonet, cuya hija Merceditas era compañera de mi curso; la madre siempre nos reñía por subir las escaleras corriendo o gritando o haciendo ruido con los zapatos o porqué ensuciábamos el suelo con papeles de caramelos. En aquella época, a los catorce años ya se podía trabajar. Yo tenía claro que quería continuar estudiando en la Universidad. Mis padres me dijeron que me habían pagado una buena educación pues tenía bachillerato elemental (que no todas las chicas podían decir lo mismo) y les parecía bien que quisiera proseguir los estudios, pero… debía colaborar económicamente en casa, pues ya tenía la edad, por lo que realice el bachillerato superior nocturno. No recuerdo cómo se desarrolló el hecho pero hablando con el señor Delhom se llegó al acuerdo de que durante el día yo trabajaría en el colegio de “comodín” y por la noche realizaría mis estudios en el mismo centro. Mi labor consistía en un poco de todo: ayudaba a la señorita María a realizar gestiones bancarias, ayudaba a preparar el material escolar para los alumnos; con la señorita Fort, realizaba los horarios del centro, que eran muy cambiantes; recuerdo que eran hojas DIN A4, con celdas, y cada profesor y asignatura tenían designado un color diferente, que yo pintaba para así tener un reconocimiento visual más rápido, pero no había fotocopiadoras por lo que cada copia se debía realizar a mano. Además, si después algún profesor modificaba su horario, se tenía que volver a empezar de nuevo. En ese momento se instauro el comedor escolar con la señorita Piedad de responsable y yo la ayudaba al mediodía. Como buena hija única que fui también era una “llepafils” (remilgada) con respecto a la comida y la señorita Piedad no me dejo opción, me dijo que no podía exigir a los niños que comiesen si yo no les daba ejemplo, por lo tanto a comer de todo se ha dicho. Y otra de mis funciones era cubrir las clases donde por alguna razón, aquel día no había ido el profesor, ya fuera párvulos, primaria o bachillerato elemental, ya fuera vigilando que los niños o niñas hicieran sus tareas o alguna pequeña acción pedagógica como un dictado. Reconozco que en alguna ocasión lo pasé bastante mal, pues casi era de la misma edad que y yo no tenía ni idea de enseñanza, pero aprendí muchísimo, sobre todo a ver la situación desde el otro lado y a no juzgar tanto a los profesores, pues entendí muchas cosas que como alumna era imposible comprender. Tuve muchas amigas durante esos años. Recuerdo con especial cariño a Maribel Eroles, Mayte Fradera, Cecilia Guillamón, Pilar Vidal, Neus Colomer… Otras fueron compañeras de clase y de juegos, pero no tan íntimas: Ángels Esteve, Montserrat Pascual, Francisca Escudero, Teresa Aguilar, Concepción Burgarolas, Dolores Samaniego… Y muchas que se quedan en el tintero. Referente a los chicos, como ya he dicho me quedaban muy lejos y los que conocí fue porque eran hijos de las amigas que mi madre había hecho al tener que ir cada día a llevarme y recogerme en el colegio. Unos hermanos que se llamaban Vilardell, los hermanos Tort, un niño que se apellidaba Teixidó… En esa época nos llamábamos por el apellido, no se utilizaba el nombre propio, por lo que no sé sus nombres. Cuando, ya adolescente, descubrí que el mundo estaba compuesto por chicos y chicas, recuerdo al compañero de Bachillerato de Letras que se llamaba Lluís.; a David Cuartero, a los hermanos Colomer, a Juan Carlos…. Y llegó el final del Bachillerato y con él mi despedida de la Academia Salleras. Cursé Preu en otro centro y después la Universidad de Barcelona. Desde que empecé en la Salleras, nunca dejé de trabajar en lo que hoy llamaríamos como monitora y siempre he tenido la percepción de que fueron unos muy bonitos años. No se debe caer en el error de criticar la institución con el prisma actual; en aquellos tiempos había unas variables que ahora no existen, determinadas por la situación social y política del momento; al igual que ahora está pasando. Llegué a la Academia Salleras cuando yo tenía tres o cuatro años y marché a los dieciséis. Para esa época, creo que el colegio hizo una buena función, siempre mejorable pero no era de lo peor. Barcelona, septiembre 2021
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