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 Asunto: Las dos Elenas (titulo final)
NotaPublicado: 04 May 2011 06:22 
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Ubicación: neza de mis amores
[centrar]Las dos Elenas [/centrar]

[justificar]      Amaneció este día tan abruptamente que las pocas horas de sueño se diluyeron en minutos y estos en segundos. Sin embargo, el reloj del buró marcaba las 8:17 de la mañana de un sábado cualquiera. Sentía una terrible resaca, tenía la boca pastosa y un horrible sabor que, sin poder evitarlo, tragaba cada vez que hacía el intento de pasar saliva; una saliva agria. El alcohol ingerido trastornaba ahora su cuerpo. La cabeza le daba vueltas, se mareaba con solo alzarla. Los ojos le ardían como cerillas encendidas. Apoyó su frente en la mano blanca, conteniendo el aliento e inspiró profundamente. A punto estuvo de vomitar hasta los pulmones.

      Así encontró el día nuevo a Elena. Alguien se movió a unos centímetros de ella. Alargó su blanca mano y acaricio el cuerpo aún dormido de su querido Octavio. Aspiró, sin hacer ruido, el perfume que despedía el pecho de su marido. Eso la ayudó a suavizar los indicios del exceso del día anterior. Acarició con suavidad la espalda fornida, velluda y tibia de aquel a quien amaba con loco delirio.

      Acercó un cigarro mentolado —siempre mentolados—; el humo aspirado le produjo una segunda sensación de desahogo. Seguridad. Tenía seguridad del amor de Octavio.

      El tiempo en el reloj alternaba estas ideas conforme avanzaba. Definitivamente, dado su deplorable estado, no irían a trabajar, ni ella ni él. ¡Qué importaba si la galería que ella atendía hoy no abría sus puertas! ¿A quién le importaría que sus empleados se quedaran en la calle esperándola inútilmente? No iría y sanseacabó. ¿Y a Octavio? Su Octavio. Que se vayan al infierno sus editores; no acudiría a la promoción de ese libro nuevo que un amigo suyo presentaría con su anuencia.

      Cerró los ojos, movió la cabeza en aprobación, mesó su cabellera rubia, ausente de cabellos blancos a pesar de los añitos, que se juntaban cada vez más. Octavio tampoco era ya el novel escritor que frecuentaba los muchos hoyos seudoculturales de la ciudad. ¡Qué decir de los tan famosos cafés de artistas, donde la bohemia se mezclaba con la poesía y las historias chuscas de quien las contaba!

      A esos lugares y a tantos otros siempre iban, invariablemente, Elena y Octavio, y permanecían días enteros entre cigarros y alcohol, sin dejar de hablar, sin dejar de fumar y tomar. La vida trascurría divertida para los dos.
—Este muchachito algún día llegara a ser un importante personaje de nuestra sociedad —vaticinó la tía abuela. Por su parte, a la señorita Elena esas cosas no la atañían; se divertía como toda chica de su clase.

      Una bocanada más y el mentolado se acabó. Como una bailarina de ballet, se contorsionaba para alcanzar con sus labios el ombligo de su amantísimo marido.


      A todo aquel que le preguntaba la manera en que Octavio la enamoró, contestaba repetidamente: Flores blancas y poemas. Decía él que las arrancaba del jardín de su madre, sin que ella se diera cuenta. Contaba con un excelente sentido del humor, a veces travieso, a veces perverso.

      Ella, una chica de sociedad, quedó seducida por las flores y los poemas del joven Octavio, cuando cursaron la universidad. En ningún momento él le preguntó si deseaba ser su novia, simplemente se los veía juntos casi todo el tiempo, compartiendo juegos y planes. Así fue incluso cuando se casaron, no hubo el clásico consentimiento por parte de la mujer. Casi sin darse cuenta, una buena tarde se quedó a vivir en la casa de ella. Aún hoy en día siguen en la casa de Cuernavaca, que era de la tía abuela. Venía a visitarla solo ocasionalmente, por los muchos compromisos de Octavio que lo ausentaban por meses de la casa y la vida de su mujer.

      Ella realmente no tenía nada suyo; todo, pertenencias, títulos y su vida misma, pertenecía a su adorado Octavio. Juntos conocieron medio mundo, Tokio, Paris, Madrid, Copenhague, Buenos Aires, Nueva York, Nueva Delhi...

      El dinero circulaba a raudales, la herencia paterna se despilfarró. En ocasiones, los gastos corrían por cuenta del erario público, pues en su calidad de funcionario cultural de Francia disponía de grandes sumas que usaba, según él, para gastos de representación.

      Un día terminaron de viajar juntos. Regresaron a México desde Europa con el pretexto de la débil salud de ella, afectada por el frío recurrente de allá. El médico recomendó para ella el clima templado de acá. La ciudad elegida fue Cuernavaca, en la quinta de la tía abuela que tanto apreciaba a su sobrino político. Para que ella no se aburriera, abrió una galería donde expondrían los pintores noveles y, en ocasiones, se efectuaban pequeñas tertulias. Nunca, nunca, su esposo estuvo en ninguna. Llamaba a su generación, la ultima, gloriosa y excelsa. Lo demás eran poetillas de barrio o juniors que jugaban a hacer canciones de kinder: "Mamá, soy Paquito, ya no haré travesuras", y cosas así. Detestaba Octavio todo eso, Elena lo conocía muy bien. Nunca le reprochó nada, ni sus ausencias, ni sus pocas atenciones para con ella. Se limitaba a prodigarle su más tierno amor.

      Desde que llegó a la ciudad de la eterna primavera, se acompañaba de sus historias y de sus gatos; gatos que bautizo con los nombres de poetas muertos: Pablo, Nigromante, Mario, Nicolás, Federico, Jaime, Julio, Rubén, Guillermo, Konstatino... Pero ninguno se llamaba Octavio; primero porque aún no murió, y segundo, Octavio, su más grande amor, no se podía comparar con el de sus mascotas.

      ¿Qué momento sería el más grande en la vida de Octavio? ¿Cuando se casaron? ¿Cuando le dieron ese primer reconocimiento en España? ¿Cuando estuvo de agregado cultural en Francia? ¿O cuando nació la única hija de ambos?

      Deseaban que fuera mujer. Las niñas, indicaba, son cariñosas, sensibles por naturaleza. Musas de la creación natural. Además, admiraba en la mujer su inteligencia y la capacidad ante el dolor y el infortunio.

      Nunca pensó qué hubiera sido de ella y su retoño si en vez de mujercita fuera hombrecito; él los juzgaba chillones, escandalosos, mustios y cobardes, plaga de viles cucarachas que todo lo infestan. Todo reducen a muerte y oprobio.

      Cuando la feliz noticia llego a París, Octavio abordó el primer vuelo hacia México para conocer a su primogénita. Nada le importó abandonar sus compromisos oficiales y hacer de lado su investidura como agregado de la embajada de Francia. Nada más por el nacimiento de su hija. Ese gesto tan paternal no pasó desapercibido; el Presidente de inmediato lo separo de tan privilegiada estancia. Años después confesó que, al ser notificado de su remoción, exclamó: "Ya estaba harto de esa ramera parisina en que se ha convertido la ciudad de Víctor Hugo".


      De pronto un país oriental hizo su aparición: La India. Allí fue confinado, dado su pasado izquierdista. Pero, para no levantar ánimos encontrados, se le confirió el excelentísimo carácter de embajador. Llevo consigo a su hija y, por un tiempo, a su mujer. Su hija se convirtió en el centro del mundo; la mayor producción de su obra fue en esos años, mientras su hija crecía. El tiempo pareció acelerar su paso desde ese instante, pues la niña pronto se convirtió en una señorita distinguida, elegante y educada. Papá Octavio la mostraba orgulloso en las fiestas de la embajada, ante el servicio exterior, inflaba el pecho y todos coincidían en que, en efecto, la nena era una promesa inequívoca para continuar la obra del progenitor.

      Ante eso Elena se sentía abrumada, desplazada de la vida de su gran amor; abandonada en su casa de Cuernavaca. Sumida en la soledad de los laberintos se negaba a ver más allá de lo evidente. La galería, los gatos, el recuerdo grato de las correrías vividas junto a su marido, cuando eran jóvenes. ¿Jóvenes?

      Elena, tiene que aceptarlo, es cada vez más vieja. Las arrugas cruzan con ironía su rostro fino; las manos, surcadas por las hondonadas de los años, eran afiladas garras blancas. Los dientes, manchados de sarro; tanto mentolado se pega hasta en las conciencias más rebeldes.

      ¡No! Elena era joven, bonita, preciosa, inteligente y viva; no habitaba en el cuerpo de esta Elena cada vez más enmohecida, con más delgados huesos, con más dolores de parto por las mañanas. Si tan solo hubieran envejecido juntos, si tan solo Octavio no fuera tan vanidoso y gustara de la vida corriente, hogareña y benigna... Pero eso no fue posible.

      El resuello de otro cuerpo la sustrajo por un momento de sus abstractos pensamientos. Opuesto a ella, al otro lado de la mullida cama, dormía apacible la otra Elena, la hija de su Octavio; su hija misma. Desnuda, serena. De golpe le vino a la mente la noche anterior.

      Solo de esta forma absurda acallo los celos y la pesadumbre que la aplastaban, que digería día a día de esa otra Elena. Al tenerla de frente encarnaba el espejo extraviado que ahora recuperaba de un solo golpe.

Fin

Mario a. 30 enero 2009[/justificar]

Mario a. 30 enero 2009
panchito se bien que es mucho pedir, pero este fue le primero que subi al prosofagos y desde entonces fue la firma de mi desorden y altaneria... que mala pata


:Mexico.gif:

mario a.

_________________
escribo y punto.



http://salypimientayyo.blogspot.mx/


Última edición por pesado67 el 13 Mar 2013 16:28, editado 3 veces en total

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 Asunto: Re: Las dos Elenas de Octavio
NotaPublicado: 04 May 2011 21:30 
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Registrado: 30 Abr 2011 23:39
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Ubicación: Barcelona - España
[centrar]Las dos Elenas de Octavio[/centrar]

[justificar]      Amaneció este día tan abruptamente que las pocas horas de sueño se diluyeron en minutos y estos en segundos. Sin embargo, el reloj del buró marcaba las 8:17 de la mañana de un sábado cualquiera. Sentía una terrible resaca, tenía la boca pastosa y un horrible sabor que, sin poder evitarlo, tragaba cada vez que hacía el intento de pasar saliva; una saliva agria. El alcohol ingerido trastornaba ahora su cuerpo. La cabeza le daba vueltas, se mareaba con solo alzarla. Los ojos le ardían como cerillas encendidas. Apoyó su frente en la mano blanca, conteniendo el aliento e inspiró profundamente. A punto estuvo de vomitar hasta los pulmones.

      Así encontró el día nuevo a Elena. Alguien se movió a unos centímetros de ella. Alargó su blanca mano y acaricio el cuerpo aún dormido de su querido Octavio. Aspiró, sin hacer ruido, el perfume que despedía el pecho de su marido. Eso la ayudó a suavizar los indicios del exceso del día anterior. Acarició con suavidad la espalda fornida, velluda y tibia de aquel a quien amaba con loco delirio.

      Acercó un cigarro mentolado —siempre mentolados—; el humo aspirado le produjo una segunda sensación de desahogo. Seguridad. Tenía seguridad del amor de Octavio.

      El tiempo en el reloj alternaba estas ideas conforme avanzaba. Definitivamente, dado su deplorable estado, no irían a trabajar, ni ella ni él. ¡Qué importaba si la galería que ella atendía hoy no abría sus puertas! ¿A quién le importaría que sus empleados se quedaran en la calle esperándola inútilmente? No iría y sanseacabó. ¿Y a Octavio? Su Octavio. Que se vayan al infierno sus editores; no acudiría a la promoción de ese libro nuevo que un amigo suyo presentaría con su anuencia.

      Cerró los ojos, movió la cabeza en aprobación, mesó su cabellera rubia, ausente de cabellos blancos a pesar de los añitos, que se juntaban cada vez más. Octavio tampoco era ya el novel escritor que frecuentaba los muchos hoyos seudoculturales de la ciudad. ¡Qué decir de los tan famosos cafés de artistas, donde la bohemia se mezclaba con la poesía y las historias chuscas de quien las contaba!

      A esos lugares y a tantos otros siempre iban, invariablemente, Elena y Octavio, y permanecían días enteros entre cigarros y alcohol, sin dejar de hablar, sin dejar de fumar y tomar. La vida trascurría divertida para los dos.
—Este muchachito algún día llegara a ser un importante personaje de nuestra sociedad —vaticinó la tía abuela. Por su parte, a la señorita Elena esas cosas no la atañían; se divertía como toda chica de su clase.

      Una bocanada más y el mentolado se acabó. Como una bailarina de ballet, se contorsionaba para alcanzar con sus labios el ombligo de su amantísimo marido.


      A todo aquel que le preguntaba la manera en que Octavio la enamoró, contestaba repetidamente: Flores blancas y poemas. Decía él que las arrancaba del jardín de su madre, sin que ella se diera cuenta. Contaba con un excelente sentido del humor, a veces travieso, a veces perverso.

      Ella, una chica de sociedad, quedó seducida por las flores y los poemas del joven Octavio, cuando cursaron la universidad. En ningún momento él le preguntó si deseaba ser su novia, simplemente se los veía juntos casi todo el tiempo, compartiendo juegos y planes. Así fue incluso cuando se casaron, no hubo el clásico consentimiento por parte de la mujer. Casi sin darse cuenta, una buena tarde se quedó a vivir en la casa de ella. Aún hoy en día siguen en la casa de Cuernavaca, que era de la tía abuela. Venía a visitarla solo ocasionalmente, por los muchos compromisos de Octavio que lo ausentaban por meses de la casa y la vida de su mujer.

      Ella realmente no tenía nada suyo; todo, pertenencias, títulos y su vida misma, pertenecía a su adorado Octavio. Juntos conocieron medio mundo, Tokio, Paris, Madrid, Copenhague, Buenos Aires, Nueva York, Nueva Delhi...

      El dinero circulaba a raudales, la herencia paterna se despilfarró. En ocasiones, los gastos corrían por cuenta del erario público, pues en su calidad de funcionario cultural de Francia disponía de grandes sumas que usaba, según él, para gastos de representación.

      Un día terminaron de viajar juntos. Regresaron a México desde Europa con el pretexto de la débil salud de ella, afectada por el frío recurrente de allá. El médico recomendó para ella el clima templado de acá. La ciudad elegida fue Cuernavaca, en la quinta de la tía abuela que tanto apreciaba a su sobrino político. Para que ella no se aburriera, abrió una galería donde expondrían los pintores noveles y, en ocasiones, se efectuaban pequeñas tertulias. Nunca, nunca, su esposo estuvo en ninguna. Llamaba a su generación, la ultima, gloriosa y excelsa. Lo demás eran poetillas de barrio o juniors que jugaban a hacer canciones de kinder: "Mamá, soy Paquito, ya no haré travesuras", y cosas así. Detestaba Octavio todo eso, Elena lo conocía muy bien. Nunca le reprochó nada, ni sus ausencias, ni sus pocas atenciones para con ella. Se limitaba a prodigarle su más tierno amor.

      Desde que llegó a la ciudad de la eterna primavera, se acompañaba de sus historias y de sus gatos; gatos que bautizo con los nombres de poetas muertos: Pablo, Nigromante, Mario, Nicolás, Federico, Jaime, Julio, Rubén, Guillermo, Konstatino... Pero ninguno se llamaba Octavio; primero porque aún no murió, y segundo, Octavio, su más grande amor, no se podía comparar con el de sus mascotas.

      ¿Qué momento sería el más grande en la vida de Octavio? ¿Cuando se casaron? ¿Cuando le dieron ese primer reconocimiento en España? ¿Cuando estuvo de agregado cultural en Francia? ¿O cuando nació la única hija de ambos?

      Deseaban que fuera mujer. Las niñas, indicaba, son cariñosas, sensibles por naturaleza. Musas de la creación natural. Además, admiraba en la mujer su inteligencia y la capacidad ante el dolor y el infortunio.

      Nunca pensó qué hubiera sido de ella y su retoño si en vez de mujercita fuera hombrecito; él los juzgaba chillones, escandalosos, mustios y cobardes, plaga de viles cucarachas que todo lo infestan. Todo reducen a muerte y oprobio.

      Cuando la feliz noticia llego a París, Octavio abordó el primer vuelo hacia México para conocer a su primogénita. Nada le importó abandonar sus compromisos oficiales y hacer de lado su investidura como agregado de la embajada de Francia. Nada más por el nacimiento de su hija. Ese gesto tan paternal no pasó desapercibido; el Presidente de inmediato lo separo de tan privilegiada estancia. Años después confesó que, al ser notificado de su remoción, exclamó: "Ya estaba harto de esa ramera parisina en que se ha convertido la ciudad de Víctor Hugo".


      De pronto un país oriental hizo su aparición: La India. Allí fue confinado, dado su pasado izquierdista. Pero, para no levantar ánimos encontrados, se le confirió el excelentísimo carácter de embajador. Llevo consigo a su hija y, por un tiempo, a su mujer. Su hija se convirtió en el centro del mundo; la mayor producción de su obra fue en esos años, mientras su hija crecía. El tiempo pareció acelerar su paso desde ese instante, pues la niña pronto se convirtió en una señorita distinguida, elegante y educada. Papá Octavio la mostraba orgulloso en las fiestas de la embajada, ante el servicio exterior, inflaba el pecho y todos coincidían en que, en efecto, la nena era una promesa inequívoca para continuar la obra del progenitor.

      Ante eso Elena se sentía abrumada, desplazada de la vida de su gran amor; abandonada en su casa de Cuernavaca. Sumida en la soledad de los laberintos se negaba a ver más allá de lo evidente. La galería, los gatos, el recuerdo grato de las correrías vividas junto a su marido, cuando eran jóvenes. ¿Jóvenes?

      Elena, tiene que aceptarlo, es cada vez más vieja. Las arrugas cruzan con ironía su rostro fino; las manos, surcadas por las hondonadas de los años, eran afiladas garras blancas. Los dientes, manchados de sarro; tanto mentolado se pega hasta en las conciencias más rebeldes.

      ¡No! Elena era joven, bonita, preciosa, inteligente y viva; no habitaba en el cuerpo de esta Elena cada vez más enmohecida, con más delgados huesos, con más dolores de parto por las mañanas. Si tan solo hubieran envejecido juntos, si tan solo Octavio no fuera tan vanidoso y gustara de la vida corriente, hogareña y benigna... Pero eso no fue posible.

      El resuello de otro cuerpo la sustrajo por un momento de sus abstractos pensamientos. Opuesto a ella, al otro lado de la mullida cama, dormía apacible la otra Elena, la hija de su Octavio; su hija misma. Desnuda, serena. De golpe le vino a la mente la noche anterior.

      Solo de esta forma absurda acallo los celos y la pesadumbre que la aplastaban, que digería día a día de esa otra Elena. Al tenerla de frente encarnaba el espejo extraviado que ahora recuperaba de un solo golpe.

Fin

Mario a. 30 enero 2009[/justificar]



Código:
[centrar][size=150]Las dos Elenas de Octavio[/size][/centrar]

[justificar][tab][/tab]Amaneció este día tan abruptamente que las pocas horas de sueño se diluyeron en minutos y estos en segundos. Sin embargo, el reloj del buró marcaba las 8:17 de la mañana de un sábado cualquiera. Sentía una terrible resaca, tenía la boca pastosa y un horrible sabor que, sin poder evitarlo, tragaba cada vez que hacía el intento de pasar saliva; una saliva agria. El alcohol ingerido trastornaba ahora su cuerpo. La cabeza le daba vueltas, se mareaba con solo alzarla. Los ojos le ardían como cerillas encendidas. Apoyó su frente en la mano blanca, conteniendo el aliento e inspiró profundamente. A punto estuvo de vomitar hasta los pulmones.

[tab][/tab]Así encontró el día nuevo a Elena. Alguien se movió a unos centímetros de ella. Alargó su blanca mano y acaricio el cuerpo aún dormido de su querido Octavio. Aspiró, sin hacer ruido, el perfume que despedía el pecho de su marido. Eso la ayudó a suavizar los indicios del exceso del día anterior. Acarició con suavidad la espalda fornida, velluda y tibia de aquel a quien amaba con loco delirio.

[tab][/tab]Acercó un cigarro mentolado —siempre mentolados—; el humo aspirado le produjo una segunda sensación de desahogo. Seguridad. Tenía seguridad del amor de Octavio.

[tab][/tab]El tiempo en el reloj alternaba estas ideas conforme avanzaba. Definitivamente, dado su deplorable estado, no irían a trabajar, ni ella ni él.  ¡Qué importaba si la galería que ella atendía hoy no abría sus puertas! ¿A quién le importaría que sus empleados se quedaran en la calle esperándola inútilmente? No iría y sanseacabó. ¿Y a Octavio? Su Octavio. Que se vayan al infierno sus editores; no acudiría a la promoción de ese libro nuevo que un amigo suyo presentaría con su anuencia.

[tab][/tab]Cerró los ojos, movió la cabeza en aprobación, mesó su cabellera rubia, ausente de cabellos blancos a pesar de los añitos, que se juntaban cada vez más. Octavio tampoco era ya el novel escritor que frecuentaba los muchos hoyos seudoculturales de la ciudad. ¡Qué decir de los tan famosos cafés de artistas, donde la bohemia se mezclaba con la poesía y las historias chuscas de quien las contaba!

[tab][/tab]A esos lugares y a tantos otros siempre iban, invariablemente, Elena y Octavio, y permanecían días enteros entre cigarros y alcohol, sin dejar de hablar, sin dejar de fumar y tomar. La vida trascurría divertida para los dos.
—Este muchachito algún día llegara a ser un importante personaje de nuestra sociedad —vaticinó la tía abuela. Por su parte, a la señorita Elena esas cosas no la atañían; se divertía como toda chica de su clase.

[tab][/tab]Una bocanada más y el mentolado se acabó. Como una bailarina de ballet, se contorsionaba para alcanzar con sus labios el ombligo de su amantísimo marido.


[tab][/tab]A todo aquel que le preguntaba la manera en que Octavio la enamoró, contestaba repetidamente: Flores blancas y poemas. Decía él que las arrancaba del jardín de su madre, sin que ella se diera cuenta. Contaba con un excelente sentido del humor, a veces travieso, a veces perverso.

[tab][/tab]Ella, una chica de sociedad, quedó seducida por las flores y los poemas del joven Octavio, cuando cursaron la universidad. En ningún momento él le preguntó si deseaba ser su novia, simplemente se los veía juntos casi todo el tiempo, compartiendo juegos y planes. Así fue incluso cuando se casaron, no hubo el clásico consentimiento por parte de la mujer. Casi sin darse cuenta, una buena tarde se quedó a vivir en la casa de ella. Aún hoy en día siguen en la casa de Cuernavaca, que era de la tía abuela. Venía a visitarla solo ocasionalmente, por los muchos compromisos de Octavio que  lo ausentaban por meses de la casa y la vida de su mujer.

[tab][/tab]Ella realmente no tenía nada suyo; todo, pertenencias, títulos y su vida misma, pertenecía a su adorado Octavio. Juntos conocieron medio mundo, Tokio, Paris, Madrid, Copenhague, Buenos Aires, Nueva York, Nueva Delhi...

[tab][/tab]El dinero circulaba a raudales, la herencia paterna  se despilfarró. En ocasiones, los gastos corrían por cuenta del erario público, pues en su calidad de funcionario cultural de Francia disponía de grandes sumas que usaba, según él, para gastos de representación.

[tab][/tab]Un día terminaron de viajar juntos. Regresaron a México desde Europa  con el pretexto de la débil salud de ella, afectada por el frío recurrente de allá. El médico recomendó para ella el clima templado de acá. La ciudad elegida fue Cuernavaca, en la quinta de la tía abuela que tanto apreciaba a su sobrino político. Para que ella no se aburriera,  abrió una galería donde expondrían los pintores noveles y, en ocasiones, se efectuaban pequeñas tertulias. Nunca, nunca, su esposo estuvo en ninguna. Llamaba a su generación, la ultima, gloriosa y excelsa. Lo demás eran poetillas de barrio o [i]juniors[/i] que jugaban a hacer canciones de [i]kinder[/i]: "Mamá, soy Paquito, ya no haré travesuras", y cosas así. Detestaba Octavio todo eso, Elena lo conocía muy bien. Nunca le reprochó nada, ni sus ausencias, ni sus pocas atenciones para con ella. Se limitaba a prodigarle su más tierno amor.

[tab][/tab]Desde que llegó a la ciudad de la eterna primavera, se acompañaba de sus historias y de sus gatos; gatos que bautizo con los nombres de poetas muertos: Pablo, Nigromante, Mario, Nicolás, Federico, Jaime, Julio, Rubén, Guillermo, Konstatino... Pero ninguno se llamaba Octavio; primero porque aún no murió, y segundo, Octavio, su más grande amor, no se podía comparar con el de sus mascotas.

[tab][/tab]¿Qué momento sería el más grande en la vida de Octavio? ¿Cuando se casaron? ¿Cuando le dieron ese primer reconocimiento en España? ¿Cuando estuvo de agregado cultural en Francia? ¿O cuando nació la única hija de ambos?

[tab][/tab]Deseaban que fuera mujer. Las niñas, indicaba, son cariñosas, sensibles por naturaleza. Musas de la creación natural. Además, admiraba en la mujer su inteligencia y la capacidad ante el dolor y el infortunio.

[tab][/tab]Nunca pensó qué hubiera sido de ella y su retoño si en vez de mujercita fuera hombrecito; él los juzgaba chillones, escandalosos, mustios y cobardes, plaga de viles cucarachas que todo lo infestan. Todo reducen a muerte y oprobio.

[tab][/tab]Cuando la feliz noticia llego a París, Octavio abordó el primer vuelo hacia México para conocer a su primogénita. Nada le importó abandonar sus compromisos oficiales y hacer de lado su investidura como agregado de la embajada de Francia. Nada más por el nacimiento de su hija. Ese gesto tan paternal no pasó desapercibido; el Presidente de inmediato lo separo de tan privilegiada estancia. Años después confesó que, al ser notificado de su remoción, exclamó: "Ya estaba harto de esa ramera parisina en que se ha convertido la ciudad de Víctor Hugo".


[tab][/tab]De pronto un país oriental hizo su aparición: La India. Allí fue confinado, dado su pasado izquierdista. Pero, para no levantar ánimos encontrados, se le confirió el excelentísimo carácter de embajador. Llevo consigo a su hija y, por un tiempo, a su mujer. Su hija se convirtió en el centro del mundo; la mayor producción de su obra fue en esos años, mientras su hija crecía. El tiempo pareció acelerar su paso desde ese instante, pues la niña pronto se convirtió en una señorita distinguida, elegante y educada. Papá Octavio la mostraba orgulloso en las fiestas de la embajada, ante el servicio exterior,  inflaba el pecho y todos coincidían en que, en efecto, la nena era una promesa inequívoca para continuar la obra del progenitor.

[tab][/tab]Ante eso Elena se sentía abrumada, desplazada de la vida de su gran amor; abandonada en su casa de Cuernavaca. Sumida en la soledad de los laberintos se negaba a ver más allá de lo evidente. La galería, los gatos, el recuerdo grato de las correrías vividas junto a su marido, cuando eran jóvenes. ¿Jóvenes?

[tab][/tab]Elena, tiene que aceptarlo, es cada vez más vieja. Las arrugas cruzan con ironía su rostro fino; las manos, surcadas por las hondonadas de los años, eran afiladas garras blancas. Los dientes, manchados de sarro; tanto mentolado se pega hasta en las conciencias más rebeldes.

[tab][/tab]¡No!  Elena era joven, bonita, preciosa, inteligente y viva; no habitaba en el cuerpo de esta Elena cada vez más enmohecida, con más delgados huesos, con más dolores de parto por las mañanas. Si tan solo hubieran envejecido juntos, si tan solo Octavio no fuera tan vanidoso y gustara de la vida corriente, hogareña y benigna... Pero eso no fue posible.

[tab][/tab]El resuello de otro cuerpo la sustrajo por un momento de sus abstractos pensamientos. Opuesto a ella, al otro lado de la mullida cama, dormía apacible la otra Elena, la hija de su Octavio; su hija misma. Desnuda, serena. De golpe le vino a la mente la noche anterior.

[tab][/tab]Solo de esta forma absurda acallo los celos y la pesadumbre que la aplastaban, que digería día a día de esa otra Elena. Al tenerla de frente encarnaba el espejo extraviado que ahora recuperaba de un solo golpe.

Fin

Mario a. 30 enero 2009[/justificar]

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:Spain.gif: Saludos desde Barcelona - España.
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 Asunto: Re: Las dos Elenas de Octavio
NotaPublicado: 15 Jun 2011 15:37 
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Mensajes: 885
Ubicación: Caracas, Venezuela
Si hay algún cuento que me ha impactado últimamente, es este, "Las dos Elenas de Octavio".

Nuestro querido Fernando Hidalgo ha tenido mucho que ver, es obvio, en el acabado final, pulitura y pintura, pero la idea, la génesis, la trama, es de Mario A. Pesado.

A medida que lo leía me preguntaba exactamente cuál era el punto. ¿Simples recuerdos de una dama en la cama después de una noche con su amante marido? ¿Por qué ese resabio a despecho, o a recuerdos dolidos, o a frases misteriosas como:

Nunca pensó, que hubiera sido de ella y su retoño si en vez de mujercita fuera hombrecito; los juzgaba chillones, escandalosos, mustios y cobardes, plaga de viles cucarachas que todo lo infestan. Todo reducen a muerte y oprobio.?

No es un recuerdo cualquiera, es una profunda reflexión que implicaría todo un cambio en si vida. si la hija que tuvo con Octavio no hubiese sido niña, simplemente no habría espejo en el cual mirarse cada mañana cuando desnudas ambas, ella contemplara el sueño de la hija dormida al lado de su amante marido.

Waooo! Este cuento es para concurso y seguro lo ganaría.

Echo en falta algunos acentos, espero que los tomen en cuenta, y tú Mario, tomes especial interés en aprender, que talento es lo que te sobra, pero creo que de voluntad, careces. Necesitarías un editor para corregir tus cuentos, que en su mayoría son buenos, pero caray, ¡qué poco revisados!, aunque surge una pregunta: ¿Cómo corregir si no se sabe qué corregir?
Es verdad.

Saludos y felicitaciones a ambos,
Blanca

_________________
El presente es tan efímero que justo cuando lo notamos, se ha esfumado. Escribo para no olvidar esos momentos fugaces.
B. Miosi

http://www.bmiosi.com/

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 Asunto: Re: Las dos Elenas de Octavio
NotaPublicado: 16 Jun 2011 04:52 
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Ubicación: neza de mis amores
blanquita.


que decirte!!

puntualmente creo que tienes razon, en todo lo que expresas, y lejos de reciminarte nada. tengo que aceptar la pena y verguenza que me da estas cosas.


la voluntad, hace muchos pero muchos años, murio en mi, desde bibliotecas virtuales, renuncie a ser limpio y pulcro, en serio me esmere, me esmere muchisimo... pero lo poco que consegui, fue simplezas.

los puntos, los tiempos, las comas, otra vez los puntos y las tildes, las odie las odio de sobremanera, como las matematicas como todo aquello que sea de memorizar...

no solo tu has visto este grandisimo detalle, si no todos (y a todos se lo agradesco y dios los bendiga por igual) te cuento, una vez hubo un gran compositor que escribia su musica de oidas, que le pedia al compañero de a lado que apuntara eso que chiflaba y despues lo interpretara con guitarra y letra.
asi compuso muchas canciones, canciones que ahora son himnos de un pueblo pobre y reprimido.




lo se, que no es mi caso, pero el caso es que; perdona blanquita soy demasiado burro y grande como para aprender lo que tanto deteste...

de lo contario mas facil hubiera llegado a mi destino, sera?




mario a.

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 Asunto: Re: Las dos Elenas de Octavio
NotaPublicado: 16 Jun 2011 08:47 
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Estas dos Elenas y Juana con sus zapatillas son mi debilidad. Retratas tan, tan bien a los personajes, los llenas de tanta humanidad y están tan perfectamente construídos que, amigo, :hisombrero.gif:

La generosidad de Fernando hace que se lea sin tropiezos...¡perfecto!

Siempre te dije que eras, del antiguo foro, uno de los escritores que más me llegaban.

Sigue, Mario, aprendiendo, lo estás haciendo muy bien. Cuando leo tus textos ahora, antes de la ayuda, veo el enorme camino que has recorrido. Escribes mucho más pulcramente que antes; solo queda lavar al texto las orejitas.

Un fuerte abrazo.


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 Asunto: Re: Las dos Elenas de Octavio
NotaPublicado: 16 Jun 2011 11:16 
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Cuatro cositas:

-todo el mérito es de Mario, como es evidente. El crea la historia al ciento por ciento, yo sólo lijo y pinto las paredes y lo hago porque sus textos valen la pena, y porque repasar, o corregir, o como queráis llamarlo, es algo que me gusta hacer cuando el relato lo vale. Puedes ver que ni un solo detalle he añadido o quitado. Gracias por tu felicitación, Blanca, pero ha de ser sólo para Mario.

-tienes razón en que quedaron algunas tildes sin poner y la puntuación se podía mejorar en un par de sitios. Lo he repasado de nuevo y creo que ahora hay cero errores. Si es que eso es posible, bien sabes que repasar es una neverending story, ja ja.

-estoy de acuerdo con Milagros, también yo lo dije hace algunos días: Mario escribe cada vez mejor. Y no me refiero sólo al contenido de sus relatos sino a la forma; quiero decir que cada vez sus escritos son más correctos gramaticalmente hablando.

-Mario, casi todos los adultos que tienen una mala preparación en algún aspecto (las mates, la lengua) lo deben a haber tenido malos profesores y una mala situación para el estudio, en la infancia. Sólo se aprovecha lo que se disfruta, y sólo se disfruta cuando uno se implica, por su interés, y porque tiene el tiempo y sosiego necesarios. Memorizar es sólo ejercer la memoria, una cualidad que tenemos todos los humanos. Recuerdas sin problema nuestros nombres, recuerdas las películas que has visto, el argumento de las novelas que has leído... El problema no está en tu memoria, créeme, que no es tan mala como crees. Pero un papagayo no eres. Cuando entiendas lo que debes recordar, cuando comprendas el porqué de cada cosa y veas la sencillez de las reglas de este juego, ya verás qué bien las recuerdas.

Abrazos

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 Asunto: Re: Las dos Elenas de Octavio
NotaPublicado: 16 Jun 2011 16:43 
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Mensajes: 2159
¡Hola Mario!. Excelente historia. Lo que más me gusta es que según vas contando, nada hace presagiar el tremendo final que planteaas, y que sin embargo, al descubrirlo, encaja perfectamente. Esta historia es otro estupendo ejemplo de ésa sensación de la cual ya he hablado y que me hace pensar, cuando finaliza la lectura, que qué suerte haber dado con ella.
He leído tu comentario en prosadictos al relato de María de los Ángeles, también he visto tu blog y, casualmente, esta mañana había leído en la prensa lo de la marcha de las putas. Y eso me hizo recordar un echo que ocurrió hace muchos años y que me revolvió grandemente. En Inglaterra, creo recordar, habían desaparecido dos niñas. Se revolvió cielo y tierra para encontrarlas. No se reparó en medios. La noticia de dos niñas desaparecidas en Inglaterra (¡dos!), llegó a España, llenó titulares en los periódicos y abrió todos los noticiarios de la tele durante varios días. Finalmente las niñas aparecieron muertas a manos de alguien cercano a ellas. Y pese al drama (nadie niega el drama), aquello me revolvió. Dos niñas. Y un puto loco. Las diferentes varas de medir. El distinto valor de una vida y todo eso.

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 Asunto: Re: Las dos Elenas de Octavio
NotaPublicado: 17 Jun 2011 08:12 
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Registrado: 01 May 2011 01:51
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josesa.


si te das cuenta, en ocasiones no es necesrio correr tras un argumento con el cual armas una histroria, basta abrir un periodico y leer las hojas centrales, y ya, en ocasiones vemos y escuchamos la radio (o el), y ya esta.


creo que asi trabajamos los dos, somos y escribimos lo que nos dan a diario los capitulos de la prensa y los cichicheos de la gente.


en este caso, recuerdo que la anedocta viene de un comentario absurdo y nada comprobado de las peripecias de nuestro premio nobel, paz, y su vida loca con su esposa elena garro y su hija elena paz.

un caso que solo sirvio para avivar mas la figura de octavio y su apremiante egocentrismo...

mencionas lo de la marcha de la putas. que en realidad nada tiene que ver con las prostitutas o damas galantes, no, no.

lo de la marcha surge, como respuesta a la estigma que la mujer viste ligera, por que en el fondo desea ser violada... vaya, vaya, con el resultado miope, estupido y enajenante de unos y unas, pues en ocasiones son iguales mujeres, que tachan y ridiculizan a su propio genero.

creo que ahi milagros no esta del todo informada. por otro lado, en ese mismo comentario noto que para la mayoria es tan simple, tan asi es que el relato de la maestra angeles apenas tiene tres o cuatro comentarios y como sesenta visitas, mientras que el bobo relato de otro compañero (coloso y su irisioria historia del fin del mundo llego a tener mas de 300 visitas y casi una treintena de comentarios...) ahi te das cuenta, como a pesar de las terribles cosas que suceden nuestro entorno, cerramos lo ojos y solo los abrimos a las cosas bonitas y chabacanas.


es cierto yo escribo con los pies, pero como los sordomudos me doy a entender, gracias a panchito y a otros que me ayudan a la correcion. (y aun sin ellos, asi llevo ya mucho tiempo) entonces no es de esperar que lo entendidos busquen en su prosa y poesia lo que necesitamos.


esperanza y fe con un poquito de libertad


gracias, por tus palabras, y mas por que sabiendo mis limitaciones ves mas alla de lo evidente.


mario a.

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 Asunto: Re: Las dos Elenas de Octavio
NotaPublicado: 17 Jun 2011 16:15 
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Registrado: 05 May 2011 15:30
Mensajes: 1855
También me ha sorprendido la ausencia de comentarios en un texto, el de María Angeles, que podría haber levantado ampollas. Gracias, Mario, por ser el único hombre que nos ayuda.
Me equivoqué, creí que eran las putas las que se manifestaban. Poco me importa, sean putas o no, la violación es algo que marca. Lee general.
pesado67 escribió:
recuerdo que la anedocta viene de un comentario absurdo y nada comprobado de las peripecias de nuestro premio nobel, paz, y su vida loca con su esposa elena garro y su hija elena paz.

No lo conocía y. ni siquiera hubiera pensado en Octavio Paz.


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 Asunto: Re: Las dos Elenas de Octavio
NotaPublicado: 17 Jun 2011 16:32 
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Registrado: 10 Jun 2011 16:30
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No creo que debamos mezclar las cosas chicos. En Prosadictos, como aquí, se trata fundamentalmente de literatura (o al menos yo lo veo así). Un relato puede tocar un tema muy sensible, pero eso no hace que el relato sea bueno. Puede ser un punto de partida para iniciar una discusión, pero nos alejamos del objetivo que es ver qué defectos encontramos en la historia y cómo se puede mejorar. Al alabar un relato sin calidad literaria sólo porque el tema que trata nos parezca importante, estamos mezclando cosas diferentes. No creo que logremos con ello sensibilizar a nadie que no lo esté de antemano y estamos haciendo un flaco favor al autor impidiéndole la posibilidad de que crezca literariamente y mejore. Porque, no nos engañemos Mario, Milagros, si una persona quiere impactar en los demás usando la escritura, debe manejar muy bien la herramienta con la que trabaja.
No sé. Es mi opinión.

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