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Nuevo tema Responder al tema  [ 9 mensajes ] 
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 Asunto: El libro de mis hijos
NotaPublicado: 27 May 2011 01:02 
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Registrado: 01 May 2011 01:51
Mensajes: 1382
Ubicación: neza de mis amores
—Mira a mi padre, ¿lo ves extraño?

— Está más callado que otras veces...

—Está triste; de una tristeza que cae al suelo, en gotas de llanto invisible.

— ¿No podemos hacer algo?

—No. Sin que nadie lo note se flagela el alma con la lástima de los demás.


—Acerquémonos...

— ¡No! Déjalo, solo así purifica su espíritu.


—Dice mi padre que la tristeza es una forma de morir poco a poco.
Pero como el ave, que vive y muere a voluntad.

—Es el sol de cada mañana...

—Asi es, Salvador, es el que en la soledad del frío, sus huesos se rompen; pero bastan unas horas para que levanten de nuevo.

—Su tristeza es bonita, de matices claros-oscuros.

—Grande y fuerte, quien la viera la envidiaría sin remedio.

—Su tristeza destila amor, de quien ama aun en la locura; y por eso sufre en silencio.

— ¿Ana, algún día sentiremos lo que siente nuestro padre?

— ¿Tal vez? En nuestra sangre corre un poquito de sus penas y alegrías.

— Vámonos, no lo molestemos; aunque yo tenga la mía, quisiera que nadie me molestara.

— Vamos pues…

En los silencios profundos descubrimos las tristezas. Las horas marchan livianas hacia el ocaso de un día.


El libro de mis hijos

El sol se colaba por la ventana, a pesar de las cortinas, se las ingeniaba para entrar. Ana, despierta, miraba el bailar de las sombras en las paredes.

— ¿Ana?

— ¿Qué, Salvador?

—Ayer mi madre estaba triste.

—Le dolía un poco la cabeza; a mí a veces me duele, es terrible.

— ¿Por eso lloraba quedito?

La hermana mayor de salvador se sentó en la orilla de su litera. Arriba, con tono grave, se dirigió a su hermano menor:


—Sus lágrimas, son el rocío de las flores.


Salvador puso sus brazos por arriba de su cabeza, con la mirada fija en los recuerdos.


— Por eso hay tantas flores en los campos.

Su hermana mayor asintió con la cabeza. El sol travieso había aunado un nuevo día.


El libro de mis hijos.

El cielo lucia tachonado de palpitantes fulgores. Eran las estrellas miedosas, temblaban ante la negra noche. Abajo, Ana y Salvador avivaban el fuego con ramitas que habían recogido del campo raso.


— ¿Dónde acaba el cielo?

—No sé. Respondió su hermana mayor.

— ¿Tal vez no tenga fin? ¿Serán como los cuentos que mi padre me contaba; cuando no podía dormir?

— ¡Ven! Vamos adentro por bombones.

— ¿Ve, tú? Yo voy a seguir calentando muchas historias.


Una estrella fugaz caía atrapada en el embrujo de la tierra mojada.


El libro de mis hijos

Salvador odia la cebolla, la detesta como los domingos encerrados. Ana, por su lado, aborrece las pasas; cree que son moscas. Aunque las moscas, no le caigan mal, no se imagina comiendo moscas.

— ¿Si tu comes moscas? Yo como cebolla. Le dice Salvador a su hermana mayor.

— ¡Tramposo! ¡Déjala ya!

Las orillan al borde de sus platos. “Pobres”- Piensa Salvador.

—Dame tus pasas y yo te doy mis cebollas.

—Tampoco me gustan tus cebollas...

— No importa, de todos modos dame tus pasas.

A Ana le hace gracia ver a su hermano menor comer moscas convertidas en pasas aplastadas.



El libro de mis hijos

Un seis de enero Salvador veía pensativo sus juguetes; no se atrevía abrirlos.

— ¿Ana crees tú que mis papas sean los santos reyes?


Ana escribía en su diario pensamientos que luego borraba. Cerró su libreta, dejó el lápiz descansar. Tomo el muñeco de plástico con el cual su hermano se entretenía

— ¿Yo creo que no? Estos muñecos son caros.


Ana los examinó, cual científico estudia el raro componente de las piedras lunares. Salvador, entonces la observó incrédulo:

— Mi padre no tiene dinero como para comprar juguetes; tiene tantas deudas que se dedicaría a pagarlas. Que a comprar juguetes.

— ¿Lo ves?

Ana volvió abrir su diario, el lápiz se quejo del tan poquito descanso que tuvo. Salvador y su hermana tenían razón. Si su padre tuviera dinero lo usaría para pagar sus deudas, y no estar comprando muñecos de plástico.



El libro de mis hijos

—Cuéntamelo otra vez... Por favor.

— ¿Otra vez?

— ¡Sí!

— Bueno. Yo me llamo Ana porque hace muchos años, existió una niña que vivió
encerrada con su familia en un cuartito de azotea. Su familia y ella, fueron amenazadas de muerte y como querían vivir se escondieron en ese cuarto.
Ana tendría trece o catorce años; en un diario escribió su historia y su pensamiento. Sus palabras eran reflexivas y punzantes. Hubiera llegado ser una gran escritora.
Sin embargo sus enemigos los descubrieron, se los llevaron atados a cárceles crueles donde muchos murieron. Ana también murió, faltando solo seis meses para su liberación definitiva.
Mi padre, al terminar de leer esta historia lloró y juró, que la primera hija se llamaría: ANA.

Yo me llamo Ana.

— Ojalà que nunca dejes de ser Ana...

—Te lo prometo.

Buscó, el hermano menor de Ana, entre sus bolsas, sacó dos pequeños envoltorios; se quedó con uno, el otro se lo dio. Juntos observaban las nubes, mientras mascaban chicles.


El libro de mis hijos


El autobús, veloz, avanzaba por la autopista. El paisaje urbano iba quedando atrás. Los montes y valles se delineaban en el cercano horizonte.

El olor sulfuroso daba paso al oxigeno puro que se desprendía de los árboles. De estos campos mexicanos.
A Ana, siempre le han provocado molestos mareos las distancias por eso su hermano menor cede su lugar pegado a la ventanilla.

Al abrir un poco el vidrio, borbotones de aire golpean su cara. Salvador reía a risa suelta. Siempre han viajado juntos, Salvador simulando que es el piloto del pesado armostote, su hermana mayor, su copiloto; la segunda de mando.

El camión devora distancias, ellos devoran sus años.




El libro de mis hijos

La tarde fría, somnolienta; la pereza de quien no quiere avanzar, aun empujada por los segundos, por los minutos, por las horas.

— ¿Salvador, tienes frío?

— Un poco, caminando no se siente...

— Es preferible caminar en un día nublado, que cuando hace mucho sol.


Su hermano menor de pronto detuvo la marcha, miro al cielo.


— Mi padre el sol, ¿Dónde se ha metido?


Ana acicaló tiernamente sus cabellos finos, luego susurro al oído:

— Está librando una batalla, pronto saldrá victorioso.

Salvador se sujetó a la mano de su hermana mayor; mientras tenues rayos calentaban sus rostros.




El libro de mis hijos


— Tengo hambre, quiero pan.

Ana mira con lástima a su hermano menor; busca en su bolsita de macramé negra, algo que darle. Encontró una galleta, y un caramelo mordisqueado. Se los dio.
Lo vio devorar en segundos ese pobre manjar. Al terminar, Salvador, apretó la mano de su hermana mayor.

—Gracias, Ana.

— ¿Tienes aun hambre?

—Ya no; me llené de tu bondad.

Siguieron caminando.



El libro de mis hijos

Salvador arrastraba su mochila; estaba cansado, agotado. Sus pequeños pasos se iban perdiendo en el camino. Su hermana mayor al notar su desánimo se echó el paquete al hombro.

— ¿Recuerdas cuando aprendiste a leer?

— Mi padre varias veces estampó su mano en mi cara; no leía bien una palabra...

— Sí, sí recuerdo. Al final tú aprendiste a leerla con llanto en tus ojos. ¿Te dolió mucho?

— ¡No! Después el dolor cedió cuando me asomé a los libros.

—Es cierto, al que le dolió y sigue doliendo es a mi padre.

— ¿Te ayudo?-Le dice Salvador a su hermana mayor, con los ojitos llenitos de felicidad.

—No pesan tanto.



El libro de mis hijos

El sol se fue muriendo lentamente atrás de las montañas. El ultimo rayo saludó a Salvador y Ana

La nostalgia invadió a Salvador, sus ojos tristes miraron a su hermana.


— ¿Ana crees que regrese mañana?

—Mi padre me decía de niña, que el sol siempre renace al otro día. Nace y muere para alegría de todos.

Salvador sonrió un poco.

— ¡Mi padre es el sol!

Hacía un año que se había ido de la casa; desde entonces venia cada ocho días, una vez a la semana, los sábados o domingos, a dejar el gasto; a reír un poco a penar un tanto.

— ¡Sí! Nuestro padre es el sol...

Tomo la mano de su hermano menor, camino a casa. Arriba en el firmamento una uñita brillante los seguía.

Salvador puntualizó, con esa sabiduría de los niños

-Mi madre es la luna, que nos cuida de noche, mientras aparece el sol.

fin




gracias

_________________
escribo y punto.



http://salypimientayyo.blogspot.mx/


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 Asunto: Re: El libro de mis hijos
NotaPublicado: 28 May 2011 04:05 
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Registrado: 30 Abr 2011 23:39
Mensajes: 3607
Ubicación: Barcelona - España
Una serie de pinceladas, como anécdotas, preciosas. La que más me ha gustado es la de la galleta y el caramelo. Fantástico.

Abrazos.


      El libro de mis hijos

      —Mira a mi padre, ¿lo ves extraño?

      —Está más callado que otras veces...

      —Está triste; de una tristeza que cae al suelo, en gotas de llanto invisible.

      —¿No podemos hacer algo?

      —No. Sin que nadie lo note se flagela el alma con la lástima de los demás.

      —Acerquémonos...

      —¡No! Déjalo, solo así purifica su espíritu.

      —Dice mi padre que la tristeza es una forma de morir poco a poco. Pero como el ave que vive y muere a voluntad.

      —Es el sol de cada mañana...

      —Asi es, Salvador, en la soledad del frío sus huesos se rompen; pero bastan unas horas para que levanten de nuevo.

      —Su tristeza es bonita, de matices claroscuros.

      —Grande y fuerte; quien la viera, la envidiaría sin remedio.

      —Su tristeza destila amor, de quien ama aun en la locura, y por eso sufre en silencio.

      —Ana, ¿algún día sentiremos lo que siente nuestro padre?

      — Tal vez. En nuestra sangre corre un poquito de sus penas y alegrías.

      — Vámonos, no lo molestemos; si yo me sintiese así, no quisiera que alguien me molestara.

      —Vamos, pues…

      En los silencios profundos descubrimos las tristezas. Las horas marchan, livianas, hacia el ocaso de un día.


      El libro de mis hijos

      El sol se colaba por la ventana; a pesar de las cortinas, se las ingeniaba para entrar. Ana, despierta, miraba el bailar de las sombras en las paredes.

      —Ana...

      —¿Qué, Salvador?

      —Ayer, mi madre estaba triste.

      —Le dolía un poco la cabeza; a mí a veces me duele, es terrible.

      —¿Por eso lloraba quedito?

      La hermana mayor de Salvador se sentó en la orilla de su litera. Con tono grave, se dirigió a su hermano:

      —Sus lágrimas son el rocío de las flores.

      Salvador alzó los brazos por encima de su cabeza, con la mirada fija en los recuerdos.

      —Por eso hay tantas flores en los campos.

      Su hermana mayor asintió con la cabeza. El sol, travieso, había anunciado un nuevo día.

      El libro de mis hijos

      El cielo lucía tachonado de palpitantes fulgores. Eran las estrellas que, miedosas, temblaban ante la negra noche. Abajo, Ana y Salvador avivaban el fuego con ramitas que habían recogido del campo raso.

      —¿Dónde acaba el cielo?

      —No sé —respondió su hermana mayor.

      —Tal vez no tenga fin. ¿Será como los cuentos que mi padre me contaba cuando yo no podía dormir?

      —¡Ven!, vamos adentro a por bombones.

      —Ve, tú. Yo voy a seguir calentando muchas historias.

      Una estrella fugaz caía atrapada en el embrujo de la tierra mojada.


      El libro de mis hijos

      Salvador odia a la cebolla, la detesta como a los domingos encerrados. Ana, por su lado, aborrece las pasas; cree que son moscas. Aunque las moscas no le caigan mal, no se imagina comiendo moscas.

      —Si tú comes moscas, yo como cebolla —dice Salvador a su hermana mayor.

      —¡Tramposo! ¡Déjala ya!

      Las orillan al borde de sus platos. “Pobres”, piensa Salvador.

      —Dame tus pasas y yo te doy mis cebollas.

      —Tampoco me gustan tus cebollas...

      —No importa, de todos modos dame tus pasas.

      A Ana le hace gracia ver a su hermano menor comer moscas convertidas en pasas aplastadas.


      El libro de mis hijos

      Un seis de enero, Salvador miraba pensativo a sus juguetes; no se atrevía a abrirlos.

      —Ana, ¿crees tú que mis papas sean los Santos Reyes?

      Ana escribía en su diario pensamientos que luego borraba. Cerró su libreta, dejó al lápiz descansar. Tomo el muñeco de plástico con el cual su hermano se entretenía.

      —Yo creo que no. Estos muñecos son caros.

      Ana los examinó, cual científico estudia el raro componente de las piedras lunares. Salvador entonces la observó incrédulo:

      —Mi padre no tiene dinero como para comprar juguetes. Tiene tantas deudas que lo dedicaría a pagarlas, no a comprar juguetes.

      —¿Lo ves?

      Ana volvió abrir su diario y el lápiz se quejo de tan poquito descanso. Salvador y su hermana tenían razón. Si su padre tuviera dinero lo usaría para pagar sus deudas y no para estar comprando muñecos de plástico.

      El libro de mis hijos

      —Cuéntamelo otra vez... Por favor.

      —¿Otra vez?

      —¡Sí!

      —Bueno. Yo me llamo Ana porque, hace muchos años, existió una niña que vivió encerrada con su familia en un cuartito de azotea. Su familia y ella fueron amenazadas de muerte y como querían vivir se escondieron en ese cuarto. Ana tendría trece o catorce años; en un diario escribió su historia y su pensamiento. Sus palabras eran reflexivas y punzantes. Hubiera llegado ser una gran escritora. Sin embargo sus enemigos los descubrieron, se los llevaron atados a cárceles crueles donde muchos murieron. Ana también murió, faltando solo seis meses para su liberación definitiva. Mi padre, al terminar de leer esta historia lloró y juró, que su primera hija se llamaría: ANA. Yo me llamo Ana.

      —¡Ojalà que nunca dejes de ser Ana...!

      —Te lo prometo.

      Buscó el hermano menor de Ana entre sus bolsas y sacó dos pequeños envoltorios; se quedó con uno, el otro se lo dio a ella. Juntos observaban las nubes, mientras mascaban chicle.

      El libro de mis hijos

      El autobús, veloz, avanzaba por la autopista. El paisaje urbano iba quedando atrás. Los montes y valles se delineaban en el cercano horizonte.

      El olor sulfuroso daba paso al oxígeno puro que se desprendía de los árboles de estos campos mexicanos.

      A Ana los viajes siempre le han provocado molestos mareos, por eso su hermano menor cede su lugar, pegado a la ventanilla.

      Al abrir un poco el vidrio, borbotones de aire golpean su cara. Salvador reía a risa suelta. Siempre han viajado juntos. Salvador simulando que es el piloto del pesado armostote; su hermana mayor, su copiloto. La segunda al mando.

      El camión devora distancias. Ellos devoran sus años.

      b][El libro de mis hijos[/b]

      La tarde fría, somnolienta; la pereza de quien no quiere avanzar, aun empujada por los segundos, por los minutos, por las horas.

      —Salvador, ¿tienes frío?

      —Un poco. Caminando no se siente...

      —Es preferible caminar en un día nublado que cuando hace mucho sol.

      Su hermano menor de pronto detuvo la marcha y miro al cielo.

      —Mi padre el sol, ¿dónde se ha metido?

      Ana acicaló tiernamente sus cabellos finos, luego susurró al oído:

      —Está librando una batalla, pronto saldrá victorioso.

      Salvador se sujetó a la mano de su hermana mayor, mientras tenues rayos calentaban sus rostros.


      El libro de mis hijos

      —Tengo hambre, quiero pan.

      Ana mira con lástima a su hermano menor. Busca en su bolsita negra de macramé algo que darle. Encontró una galleta y un caramelo mordisqueado. Se los dio.

      Lo vio devorar en segundos ese pobre manjar. Al terminar, Salvador apretó la mano de su hermana mayor.

      —Gracias, Ana.

      —¿Aún tienes hambre?

      —Ya no; me llené de tu bondad.

      Siguieron caminando.


      El libro de mis hijos

      Salvador arrastraba su mochila; estaba cansado, agotado. Sus pequeños pasos se iban perdiendo en el camino. Su hermana mayor, al notar su desánimo, se echó el paquete al hombro.

      —¿Recuerdas cuando aprendiste a leer?

      —Mi padre varias veces estampó su mano en mi cara; no leía bien ni una palabra...

      —Sí, sí recuerdo. Al final tú aprendiste a leer con llanto en tus ojos. ¿Te dolió mucho?

      —¡No! Después el dolor cedió, cuando me asomé a los libros.

      —Es cierto, al que le dolió y sigue doliendo es a mi padre.

      —¿Te ayudo? —pregunta Salvador a su hermana mayor, con los ojitos llenitos de felicidad.

      —No pesan tanto.


      El libro de mis hijos

      El Sol se fue muriendo lentamente tras las montañas. El ultimo rayo saludó a Salvador y Ana

      La nostalgia invadió a Salvador, sus ojos tristes miraron a su hermana.

      —Ana, ¿crees que el Sol regrese mañana?

      —Mi padre me decía, de niña, que el Sol siempre renace al día siguiente. Nace y muere para alegría de todos.

      Salvador sonrió un poco.

      —¡Mi padre es el Sol!

      Hacía un año que se había ido de la casa; desde entonces venía cada siete días, una vez a la semana, los sábados o domingos, a dejar el gasto, a reír un poco, a penar un tanto.

      —¡Sí! Nuestro padre es el Sol...

      Tomo la mano de su hermano menor, camino a casa. Arriba, en el firmamento, una uñita brillante los seguía.

      Salvador puntualizó, con esa sabiduría de los niños

      —Mi madre es la Luna, que nos cuida de noche hasta que aparece el Sol.



Código:

[tab][/tab][b][size=150]El libro de mis hijos[/size][/b]

[tab][/tab]—Mira a mi padre, ¿lo ves extraño?

[tab][/tab]—Está más callado que otras veces...

[tab][/tab]—Está triste; de una tristeza que cae al suelo, en gotas de llanto invisible.

[tab][/tab]—¿No podemos hacer algo?

[tab][/tab]—No. Sin que nadie lo note se flagela el alma con la lástima de los demás.

[tab][/tab]—Acerquémonos...

[tab][/tab]—¡No! Déjalo, solo así purifica su espíritu.

[tab][/tab]—Dice mi padre que la tristeza es una forma de morir poco a poco. Pero como el ave que vive y muere a voluntad.

[tab][/tab]—Es el sol de cada mañana...

[tab][/tab]—Asi es, Salvador,  en la soledad del frío sus huesos se rompen; pero bastan unas horas para que levanten de nuevo.

[tab][/tab]—Su tristeza es bonita, de matices claroscuros.

[tab][/tab]—Grande y fuerte; quien la viera, la envidiaría sin remedio.

[tab][/tab]—Su tristeza destila amor, de quien ama aun en la locura, y por eso sufre en silencio.

[tab][/tab]—Ana, ¿algún día sentiremos lo que siente nuestro padre?

[tab][/tab]— Tal vez. En nuestra sangre corre un poquito de sus penas y alegrías.

[tab][/tab]— Vámonos, no lo molestemos; si yo me sintiese así, no quisiera que alguien me molestara.

[tab][/tab]—Vamos, pues…

[tab][/tab]En los silencios profundos descubrimos las tristezas. Las horas marchan, livianas, hacia el ocaso de un día.


[tab][/tab][b]El libro de mis hijos[/b]

[tab][/tab]El sol se colaba por la ventana; a pesar de las cortinas, se las ingeniaba para entrar. Ana, despierta, miraba el bailar de las sombras en las paredes.

[tab][/tab]—Ana...

[tab][/tab]—¿Qué, Salvador?

[tab][/tab]—Ayer, mi madre estaba triste.

[tab][/tab]—Le dolía un poco la cabeza; a mí a veces me duele, es terrible.

[tab][/tab]—¿Por eso lloraba quedito?

[tab][/tab]La hermana mayor de Salvador se sentó en la orilla de su litera. Con tono grave, se dirigió a su hermano:

[tab][/tab]—Sus lágrimas son el rocío de las flores.

[tab][/tab]Salvador alzó los brazos por encima de su cabeza, con la mirada fija en los recuerdos.

[tab][/tab]—Por eso hay tantas flores en los campos.

[tab][/tab]Su hermana mayor asintió con la cabeza. El sol, travieso, había anunciado un nuevo día.

[tab][/tab][b]El libro de mis hijos[/b]

[tab][/tab]El cielo lucía tachonado de palpitantes fulgores. Eran las estrellas que, miedosas, temblaban ante la negra noche. Abajo, Ana y Salvador avivaban el fuego con ramitas que habían recogido del campo raso.

[tab][/tab]—¿Dónde acaba el cielo?

[tab][/tab]—No sé —respondió su hermana mayor.

[tab][/tab]—Tal vez no tenga fin. ¿Será como los cuentos que mi padre me contaba cuando yo no podía dormir?

[tab][/tab]—¡Ven!, vamos adentro a por bombones.

[tab][/tab]—Ve, tú.  Yo voy a seguir calentando muchas historias.

[tab][/tab]Una estrella fugaz caía atrapada en el embrujo de la tierra mojada.


[tab][/tab][b]El libro de mis hijos[/b]

[tab][/tab]Salvador odia a la cebolla, la detesta como a los domingos encerrados. Ana, por su lado, aborrece las pasas; cree que son moscas. Aunque las moscas no le caigan mal, no se imagina comiendo moscas.

[tab][/tab]—Si tú comes moscas, yo como cebolla —dice Salvador a su hermana mayor.

[tab][/tab]—¡Tramposo! ¡Déjala ya!

[tab][/tab]Las orillan al borde de sus platos. “Pobres”, piensa Salvador.

[tab][/tab]—Dame tus pasas y yo te doy mis cebollas.

[tab][/tab]—Tampoco me gustan tus cebollas...

[tab][/tab]—No importa, de todos modos dame tus pasas.

[tab][/tab]A Ana le hace gracia ver a su hermano menor comer moscas convertidas en pasas aplastadas.


[tab][/tab][b]El libro de mis hijos[/b]

[tab][/tab]Un seis de enero, Salvador miraba pensativo a sus juguetes; no se atrevía a abrirlos.

[tab][/tab]—Ana, ¿crees tú que mis papas sean los Santos Reyes?

[tab][/tab]Ana escribía en su diario pensamientos que luego borraba. Cerró su libreta, dejó al lápiz descansar. Tomo el muñeco de plástico con el cual su hermano se entretenía.

[tab][/tab]—Yo creo que no. Estos muñecos son caros.

[tab][/tab]Ana los examinó, cual científico estudia el raro componente de las piedras lunares. Salvador entonces la observó incrédulo:

[tab][/tab]—Mi padre no tiene dinero como para comprar juguetes. Tiene tantas deudas que lo dedicaría a pagarlas, no a comprar juguetes.

[tab][/tab]—¿Lo ves?

[tab][/tab]Ana volvió abrir su diario y el lápiz se quejo de tan poquito descanso. Salvador y su hermana tenían razón. Si su padre tuviera dinero lo usaría para pagar sus deudas y no para estar comprando muñecos de plástico.

[tab][/tab][b]El libro de mis hijos[/b]

[tab][/tab]—Cuéntamelo otra vez... Por favor.

[tab][/tab]—¿Otra vez?

[tab][/tab]—¡Sí!

[tab][/tab]—Bueno. Yo me llamo Ana porque, hace muchos años, existió una niña que vivió encerrada con su familia en un cuartito de azotea. Su familia y ella fueron amenazadas de muerte y como querían vivir se escondieron en ese cuarto. Ana tendría trece o catorce años; en un diario escribió su historia y su pensamiento. Sus palabras eran reflexivas y punzantes. Hubiera llegado ser una gran escritora. Sin embargo sus enemigos los descubrieron, se los llevaron atados a cárceles crueles donde muchos murieron. Ana también murió, faltando solo seis meses para su liberación definitiva. Mi padre, al terminar de leer esta historia lloró y juró, que su primera hija se llamaría: ANA. Yo me llamo Ana.

[tab][/tab]—¡Ojalà que nunca dejes de ser Ana...!

[tab][/tab]—Te lo prometo.

[tab][/tab]Buscó el hermano menor de Ana entre sus bolsas y sacó dos pequeños envoltorios; se quedó con uno, el otro se lo dio a ella. Juntos observaban las nubes, mientras mascaban chicle.

[tab][/tab][b]El libro de mis hijos[/b]

[tab][/tab]El autobús, veloz, avanzaba por la autopista. El paisaje urbano iba quedando atrás. Los montes y valles se delineaban en el cercano horizonte.

[tab][/tab]El olor sulfuroso daba paso al oxígeno puro que se desprendía de los árboles de estos campos mexicanos.

[tab][/tab]A Ana los viajes siempre le han provocado molestos mareos, por eso su hermano menor cede su lugar, pegado a la ventanilla.

[tab][/tab]Al abrir un poco el vidrio, borbotones de aire golpean su cara. Salvador reía a risa suelta. Siempre han viajado juntos. Salvador simulando que es el piloto del pesado armostote; su hermana mayor, su copiloto. La segunda al mando.

[tab][/tab]El camión devora distancias. Ellos devoran sus años.

[tab][/tab][b]El libro de mis hijos[/b]

[tab][/tab]La tarde fría, somnolienta; la pereza de quien no quiere avanzar, aun empujada por los segundos, por los minutos, por las horas.

[tab][/tab]—Salvador, ¿tienes frío?

[tab][/tab]—Un poco. Caminando no se siente...

[tab][/tab]—Es preferible caminar en un día nublado que cuando hace mucho sol.

[tab][/tab]Su hermano menor de pronto detuvo la marcha y miro al cielo.

[tab][/tab]—Mi padre el sol, ¿dónde se ha metido?

[tab][/tab]Ana acicaló tiernamente sus cabellos finos, luego susurró al oído:

[tab][/tab]—Está librando una batalla, pronto saldrá victorioso.

[tab][/tab]Salvador se sujetó a la mano de su hermana mayor, mientras tenues rayos calentaban sus rostros.


[tab][/tab][b]El libro de mis hijos[/b]

[tab][/tab]—Tengo hambre, quiero pan.

[tab][/tab]Ana mira con lástima a su hermano menor. Busca en su bolsita negra de macramé algo que darle. Encontró una galleta y un caramelo mordisqueado. Se los dio.

[tab][/tab]Lo vio devorar en segundos ese pobre manjar. Al terminar, Salvador apretó la mano de su hermana mayor.

[tab][/tab]—Gracias, Ana.

[tab][/tab]—¿Aún tienes hambre?

[tab][/tab]—Ya no; me llené de tu bondad.

[tab][/tab]Siguieron caminando.


[tab][/tab][b]El libro de mis hijos[/b]

[tab][/tab]Salvador arrastraba su mochila; estaba cansado, agotado. Sus pequeños pasos se iban perdiendo en el camino. Su hermana mayor, al notar su desánimo, se echó el paquete al hombro.

[tab][/tab]—¿Recuerdas cuando aprendiste a leer?

[tab][/tab]—Mi padre varias veces estampó su mano en mi cara; no leía bien ni una palabra...

[tab][/tab]—Sí, sí recuerdo. Al final tú aprendiste a leer con llanto en tus ojos. ¿Te dolió mucho?

[tab][/tab]—¡No! Después el dolor cedió, cuando me asomé a los libros.

[tab][/tab]—Es cierto, al que le dolió y sigue doliendo es a mi padre.

[tab][/tab]—¿Te ayudo? —pregunta Salvador a su hermana mayor, con los ojitos llenitos de felicidad.

[tab][/tab]—No pesan tanto.


[tab][/tab][b]El libro de mis hijos[/b]

[tab][/tab]El Sol se fue muriendo lentamente tras las montañas. El ultimo rayo saludó a Salvador y Ana

[tab][/tab]La nostalgia invadió a Salvador, sus ojos tristes miraron a su hermana.

[tab][/tab]—Ana, ¿crees que el Sol regrese mañana?

[tab][/tab]—Mi padre me decía, de niña, que el Sol siempre renace al día siguiente. Nace y muere para alegría de todos.

[tab][/tab]Salvador sonrió un poco.

[tab][/tab]—¡Mi padre es el Sol!

[tab][/tab]Hacía un año que se había ido de la casa; desde entonces venía cada siete días, una vez a la semana, los sábados o domingos, a dejar el gasto, a reír un poco, a penar un tanto.

[tab][/tab]—¡Sí! Nuestro padre es el Sol...

[tab][/tab]Tomo la mano de su hermano menor, camino a casa. Arriba, en el firmamento, una uñita brillante los seguía.

[tab][/tab]Salvador puntualizó, con esa sabiduría de los niños

[tab][/tab]—Mi madre es la Luna, que nos cuida de noche hasta que aparece el Sol.

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 Asunto: Re: El libro de mis hijos
NotaPublicado: 01 Jun 2011 22:29 
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Registrado: 01 May 2011 01:51
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Ubicación: neza de mis amores
gracias amigo, muchas gracias.

que lo aquí escrito es la verdad, mi verdad.

como ansió que esos días tan bonitos y sencillos vuelvan... pero ya no.

no se puede.



siempre que lo leo termino con la vista nublada.


mario a.
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 Asunto: Re: El libro de mis hijos
NotaPublicado: 10 Jun 2011 16:31 
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Registrado: 09 Jun 2011 18:36
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Hola, Mario.

Leí de pasada en Prosadictos este cuento pero no tuve tiempo de dejarte un acertado comentario. Es un relato que nos muestra tus diferentes facetas de escritor, aquí, en varios fragmentos,realizas una serie de diálogos muy humanos entre dos hermanos, Salvador y Ana, llenos de la picarda y la inocencia de la niñez. Me gustó la mención de la desdichada niña judía Ana, le brindaste un homenaje en tu relato.

Abrazos.

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 Asunto: Re: El libro de mis hijos
NotaPublicado: 10 Jun 2011 16:42 
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Registrado: 05 May 2011 15:30
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Cada etapa de la vida, Mario, tiene su belleza; depende de cómo la veas y de lo que hayas puesto en el zurrón en los años anteriores.

No querría volver a los veinte años con lo que ello significa: inmadurez, equivocaciones. también ganas de comerse el mundo, unas ganas que siguen hoy en mi cartera.

Seguimos adelante, tú con el deseo de justicia, yo con mis utopíss.

No reniego de épocas anteriores, pero lo vivido stá ahí, como poso para que salga un buen vino.

Qué bien que estés aquí, Antony (en este foro eres ese nombre, no Ansape). Es nuestra catarsis: nadie nos conocemos personalmente, nadie prohibe nada, nos mostramos tal cual...un verdero lujo.


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 Asunto: Re: El libro de mis hijos
NotaPublicado: 10 Jun 2011 17:15 
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carnal, amigo.


en verdad crees eso de talento, digo, de muchos que deambulan en la red, eres del grupo, que le otorgo mi confianza, por eso te pregunto eso; realmente crees que vale lo que hago?


bueno, me da un gran gusto que ahora nos encontremos aqui, lo cual significa que somo un especial grupo de literatos anonimos. (24 h)



carnalita, coyotita hispana, animo ya estoy de nuevo en circulacion.


y sobre las etapas, lo se, son circunstanciales, poco o nada podemos hacer al respecto, pero al menos nos queda el consuelo de los juguetes perdidos y hallados despues...




saludos amigos.


mario a.

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 Asunto: Re: El libro de mis hijos
NotaPublicado: 12 Jun 2011 22:33 
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Registrado: 09 Jun 2011 18:36
Mensajes: 1490
Hola, MARIO. NO ES UN FALSO ELOGIO, AMIGO, EN REALIDAD LO CREO, TIENES MUCHA MADERA, SOLO DEBES PULIRLA Y VERÁS HASTA DONDE LLEGAS.

ABRAZOS.

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 Asunto: Re: El libro de mis hijos
NotaPublicado: 12 Jun 2011 23:45 
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Registrado: 30 Abr 2011 23:39
Mensajes: 3607
Ubicación: Barcelona - España
Estoy muy de acuerdo con Antony. Mario, en eso coincides con Eduardo Pi, ambos tenéis una mirada especial sobre las cosas que veis, que os rodean. Pero tú eres más prolífico y por tanto llegas más allá, continuamente.

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:Spain.gif: Saludos desde Barcelona - España.
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 Asunto: Re: El libro de mis hijos
NotaPublicado: 13 Jun 2011 00:52 
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Registrado: 01 May 2011 01:51
Mensajes: 1382
Ubicación: neza de mis amores
lo tomare como un fresco elogio, (o eulogio?) gracias




bien saben que mi mirada trata de ver lo que no se ve, lo que muchos llamamos fe, fe en los demas y en lo que hago...



pase, lo que pase, vaya a donde vaya, siempre los tendre presente.



saludos amigos.



mario a.
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