Yo opino...
El narrador en primera persona tiene la potestad de ser omnisciente cuando es el personaje de la historia, copio una parte de mi novela LA BÚSQUEDA, escrita en primera persona, siendo el personaje principal el narrador:
"Me golpearon con sus tubos y porras hasta que caí al suelo donde me siguieron pegando con saña. Sentía patadas por todo el cuerpo, a la par que me insultaban con obscenidades que jamás he vuelto a escuchar. Pensé que iba a morir. Después me dejaron tirado y se alejaron riendo. Me llevé las manos al rostro y vi que de mis ojos salía sangre. El dolor que sentía en las piernas no me permitía caminar. El miedo se apoderó de mí, yo no estaría en condiciones de trabajar a la mañana siguiente y si me declaraba enfermo era seguro que no saldría vivo de la enfermería. Mi suerte me había abandonado. Lloré de dolor, de rabia, de impotencia. Traté de recuperarme y haciendo acopio más de mi voluntad que de mis fuerzas llegué gateando a la letrina donde caí de bruces sobre el escusado. Refresqué mi cara con aquella agua, mezclada con orines. A medida que pasaban los minutos me sentía peor, más dolorido, más inválido. Comprendí que definitivamente no estaría en condiciones de moverme durante bastantes días y tomé una decisión. Me sentí condenado a muerte pero si tenía que morir, no sería sometido a siniestros experimentos médicos. Sabía que la alambrada eléctrica que rodeaba el campo era de alto voltaje, pero sólo pensaba en llegar a ella. Llegar a la cerca se convirtió para mí en una obsesión, «cuando la toque, acabarán mis sufrimientos...». Arrastrándome, a gatas, empecé a acercarme al lugar donde finalmente sería liberado. «Falta poco, y seré libre, debo seguir» —me decía a mí mismo. Oía los gritos de los guardias alemanes en las torres gritando su acostumbrado Halt! Halt! Pero ya no me importaban sus órdenes, mi meta era la alambrada y me era indiferente que me mataran en el intento. – ¿Qué haces? – dijo una voz femenina. La sentí bastante cerca. Pero por allí no había nadie, pensé que había sido una alucinación. – ¡Detente, no sigas avanzando! ¿Quieres que te maten?– preguntó la voz. – Sí... –contesté sin dudarlo. Yo no sabía quién rayos me hablaba, ni me importaba. El dolor era tan grande que sólo quería morir. – ¿Cómo te llamas? «¿A quién le puede importar cómo me llamo?» —pensé—. «Yo soy el 1634. Y para mis compañeros, Waldek». No respondí; mis fuerzas sólo me alcanzaban para seguir gateando hacia la alambrada, donde al fin dejaría de sentir dolor, sería libre y nadie más me gritaría ni me golpearía. Pero la mujer seguía insistiendo. – ¿Cómo te llamas? –repitió. – Waldek –contesté, para que me dejara tranquilo. Entonces ocurrió algo inesperado. – ¡Waldek! ¡Levántate, Waldek! –gritó en un tono autoritario que me sonó familiar. Me recordaba la voz de mamá. Tenía el tono enérgico que hace que uno, tenga la edad que tenga, responda como un niño. A pesar de mi cuerpo dolorido pude ponerme en pie y busqué con la mirada a quien se había interpuesto en mi destino. – Waldek, ¿tienes bonos? –preguntó con ansiedad. Noté que la voz salía de una pequeña ventana y entonces caí en la cuenta de que estaba al lado de uno de los cuartos del burdel. «¿Era eso lo que ella quería? Esta mujer está loca» —pensé. Iba a continuar mi camino hacia la alambrada cuando dijo algo que atrajo mi atención. – Waldek, si tienes bonos ven a verme el domingo. Yo te daré comida, ropa y zapatos. Curaré tus heridas... Hijo, no sigas avanzando. Anda, trata de aguantar hasta el domingo, no falta mucho. Sólo un día, ¡resiste! – ¿Comida? –pregunté. Había escuchado la palabra mágica. – Y buenos zapatos, con calcetines de lana. Lo prometo. Así fue cómo me convenció. Había olvidado lo que se sentía al escuchar promesas. Dejé de caminar hacia la cerca y di media vuelta. No puedo explicar de dónde saqué fuerzas para seguir en pie. El ser humano es producto de su mente. Reuní todo lo que me quedaba de ánimo y poco a poco pude llegar a mi bloque. Repté por la escalera hasta que, al verme, mis compañeros me socorrieron y me tendieron sobre la litera. Así terminó aquella noche infame, cuando pude cerrar los ojos pensando en el siguiente domingo y en aquella mujer, y me dormí. No sé si fue el tono de su voz, su preocupación por mí, quién sabe... lo cierto es que aquella voz desconocida logró insuflarme deseos de seguir viviendo. Tal vez mi juventud influyó para que mi cuerpo respondiera. Eso, y el deseo de conocer a la que me había hecho promesas. Al día siguiente, hasta abrir los ojos fue para mí una tortura; los tenía con costras de sangre seca. No podía levantarme de la litera, las piernas apenas me sostenían y debía tener algunas costillas rotas porque no podía doblarme y sentía un dolor agudo cada vez que tomaba aire. Me dolía todo. Los muchachos del bloque me ayudaron a salir pero debíamos formar en el patio para el Apel y allí debía vérmelas solo para tenerme en pie o recibiría más golpes. Pasé ese trago amargo y después el trayecto de casi dos kilómetros a pie hacia la fábrica de aviones, sostenido por mis compañeros. Casi me llevaron a cuestas, les debo la vida. El inspector Krulik se dio cuenta de que yo había sido castigado, y aunque no me dijo nada, ese día casi todo mi trabajo lo hizo él, con muy poca ayuda de mi parte. También a él le debo la vida. Yo habría muerto ese sábado de no ser por las buenas personas que me ayudaron, como Krulik. Por fin llegó el tan esperado domingo. Renqueante, sucio y aún con restos de sangre seca, saqué valor de donde no tenía para ponerme en la fila que esperaba turno para entrar al puf. Delante y detrás de mí había algunos Kapos y Blokeltesters, algunos de los que me habían golpeado también estaban allí. Yo tenía miedo, pero mi deseo de verla era más fuerte. Algunos empezaban a burlarse cuando un oficial de las SS que pasaba en esos momentos se paró delante de mí. – ¿Tienes bonos? –preguntó. – Sí, señor –contesté enseñando los que tenía en la mano, sin atreverme a levantar la vista. Se quedó frente a mí supongo que mirando mi aspecto. Debí parecerle un degenerado. Quizás le hizo gracia mi osadía y dirigiéndose a los que se burlaban en la fila, dijo con voz autoritaria: – Él tiene bonos y puede entrar. Pude ver de reojo sus gruesas cejas que casi se unían sobre la nariz. No sé por qué lo hizo, pero ya nadie se atrevió a molestarme. Yo había visto antes a ese oficial, sabía que no estaba permanentemente en Gusen y me pareció extraño que interfiriera en un asunto tan trivial. Pero así era todo en el campo. Inexplicable. Había entregado mis bonos al soldado junto a la puerta y esperaba verdaderamente ansioso que me dejaran pasar. Después de despachar al hombre que estuvo antes con ella, entré yo. Apenas me vio supo quién era. Me abrazó con ternura, me llevó hacia la cama y nos sentamos. Recostó mi cabeza sobre su pecho y, acariciándola, murmuraba palabras tan cariñosas como las hubiera dicho mi propia madre, tanto que me hicieron llorar. Todavía recuerdo su olor a limpio, su largo cabello castaño y la blusa blanca que vestía. – Querido niño... –me dijo. Ella no era mucho mayor que yo, pero era una mujer, un regazo, todo lo que yo necesitaba en esos momentos. – ¿Qué te han hecho, Waldek? Tranquilo, tranquilo –repetía–, ya verás cómo te sentirás mejor... Asombrosamente recordaba mi nombre. Yo no atinaba a decir palabra, sólo lloraba. Me recostó delicadamente en la cama y llenó un gran recipiente con agua tibia, me desvistió y empezó a asearme con cariño. Curó y vendó mis heridas, creo que lo tenía todo preparado. Yo no quería que ese momento llegara a su fin. Me dio un plato de sopa caliente, ayudándome a tomarlo como si fuera una criatura, me puso calcetines de lana, zapatos de cuero y un suéter grueso. Aseó mi maltratado uniforme a rayas y me dio un cariñoso beso de despedida."
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