Después de mucho tiempo vuelvo a escribir un cuento, y en lo primero que pensé fue en LEA.
No hace falta decir te amo (cuento)
Tantos años de dormir juntos, de acomodarse en la cama para calentarse con las piernas de su mujer, de acariciar su cuerpo recorriendo los caminos conocidos de memoria… Pegado a su espalda, con un «tengo sueño, vamos a dormir», de ella. Así, sin más, como si tácitamente supieran que cada uno podría hacer lo que quisiera. Ella bien podría hacerse la dormida o estarlo, mientras los dedos de él recorrían los pliegues de su camisón y lograban llegar al lugar deseado, deslizarse entre sus muslos y acariciarla mientras ella gemía de placer estando dormida. ¡Cómo se conocían! Claro, tantos años… pero se sabían uno del otro, sin decirlo.
Bastaba saber que se tenían confianza, y la confianza inquebrantable del que sabe que cuando llegue a casa tendrá la mirada ansiosa y la sonrisa a flor de piel. De saber que él era suyo y que ella le pertenecía, porque en las noches aguardaba en la cama dispuesta o no, y él sabía que podía hacer siempre lo que quisiera con ese cuerpo que sabía suyo. Solo bastaba deslizarse y estar dentro de ella, en sus profundidades, como quien encuentra cobijo, despacio, lento, calmado, ¿qué apuro había? Tenía la noche por delante, y siempre se sabía bien recibido, aunque entrara como un intruso. Después ella se acoplaría y empezaría a moverse al ritmo que marcaba el deseo, y cuando el deseo se junta con la convicción de yacer con la mujer amada se convierte en un ritual, algunas veces más frenético que otras, pero sin necesidad de esforzarse, ni de tratar de parecer muy macho. Ella sabía cómo era él y eso bastaba. La plenitud del amor, la vastedad de los sentimientos iban más allá de ver que su cuerpo no era más el delgado junco que lo conquistó desde un comienzo, desde la primera vez que la miró a los ojos en medio del gentío y supo que era ella la mujer. Y solo recordarlo hacía que se renovase su deseo, esa mirada, esas primeras salidas, esa inseguridad de saber si sería para él y, cuando finalmente supo que así sería, la explosión en el corazón.
Y ahora después de tantos años seguía sintiendo deseo mezclado con ternura, seguridad, y una pasión que había aprendido a dosificar y que ella lograba comprender. Con movimientos recíprocos lograron sendos orgasmos prolongados, y él no quiso separarse de ella, la sentía tan suya que quiso dormir cobijado, sabía que podía hacerlo sin despertar rechazo y así fue. Durmieron juntos, acoplados, con ese amor grande, tranquilo, confiado, eterno… Mientras escuchaban los cohetes celebrando la Navidad y la música de los villancicos en la lejanía.
B. Miosi