La última vez no fue por sus eses silbantes. Aunque también. El caso es que no la maté cuando más falta me hacía y todo acabó como acaban las cosas, terminando. Cogí la puerta y me marché. Es la historia más común de todas las historias, con sus necesidades corporales y con esa forma de mirarme a los ojos que a veces me dejaba sin respiración durante toda la santa mañana. Aunque sea común, esa es otra historia. En otra vida debí ser cazador de perlas sin traje de neopreno y con ninguna fortuna.
El caso es que las horas pasaban y el hilo de aire se hacía cada vez más fino. No era un ahogo ni un sofoco, era una carencia del ambiente, un faltarle oxígeno o algo vital que respiraba y que me era ajeno. ¿Qué me era ajeno? La llamada de mamá me era ajena. ¿A qué llamaba a las tantas sin contar conmigo? Pero cómo iba a contar conmigo a esas horas: una cosa lleva a la otra, como siempre. Mamá me despertó y se interesó por mi estado actual. Estoy dormido, le dije, pero ella no acusó recibo y me contó con lentitud y precisión que los recursos administrativos necesitaban una urgente revisión de su procedimiento. Los recursos administrativos de quién, mamá, le pregunté. No, hablo en general, del procedimiento administrativo hijo, no seas lerdo. Y no te lo hagas, por favor, que te sé muy capaz. Pero mamá, respondí por no colgar y amorrarme de inmediato en la almohada, cómo coño me llamas a estas horas para hablarme del procedimiento administrativo. No me respondas así, soy vieja y soy tu madre, y me merezco un respeto. Además, ¿quién te mantiene? Pero mamá, argüí, si no me mantienes a mí ¿a quién vas a mantener? Soy tu hijo y te recuerdo que soy hijo único, tu primogénito y tu benjamín, todo en uno: no vas a mantener al tío Patricio, ¿o sí? Tu tío Patricio es lo que te queda más parecido a un padre, no lo olvides. (Joder, cómo olvidarlo.) No lo olvido, mamá, no puedo, no dejas de recordármelo. Un padre ejemplar, pero no me pidas que lo llame papá. ¡Ay! ¿Qué pasa, hijo, te dio algo? No, nada, mamá. Anda dímelo, hijo mío, ¿te entró un dolor?, ¿ha sido en el brazo izquierdo a la altura del corazón? Porque no será el hígado, ¿verdad? No, mamá, ha sido Teresa, que me ha clavado el codo en las costillas. Ya veo que aún andas con esa pelandusca. Mamá, no es propio de ti ese lenguaje. Es cierto, hijo, pero mi vocabulario no es tan extenso como el tuyo, perdóname. Leo, pero leo poco, lo reconozco, y siempre a los mismos, porque los demás no valen una perra, ya lo sabes. Pero dime, ¿cómo la llamarías tú? Mamá, sabes muy bien que es mi novia. ¡Jajá! Silencio ofendido. ¡Jajajá! Silencio más ofendido, aunque perdiendo ya un poco de fuelle. La ausencia de sus palabras a la espera de una declaración defensiva por mi parte amplía el efecto sonoro de la gotera del baño. Toc, toooc, toooooc… Tendré que poner una toalla que apague el sonido in-ter-mi-ten-te. O cegar las rendijas de la puerta con celo para no oírlo. Ya sé lo que busca esa mujer, me suelta al otro lado del hilo, que casi había olvidado contra la oreja. Frunceño el entrecejo, pero ella no puede verme, así que le pregunto claramente ¡qué busca, mamá! Bien lo sabes, responde. La verdad es que no sé nada. No sé de qué habla ella, pero sí sé que si no fuera por Teresa no comería caliente cada día, porque mi mujer no cocina nunca. Y si no caliente, al menos rico y nutritivo. Mamá, y creo que te equivocas de plano. ¿De qué plano, hijo? Quiero decir que no la conoces, que es una buena mujer, que me quiere, que sin ella todo sería distinto. Claro, y tan distinto: estarías aquí, conmigo (y con tu mujer, si quisieras), cuidando de tu madre y haciéndote cargo de la los negocios. Ay, mamá, no me gustan esos negocios: soy poeta, ya lo sabes. Pero qué poeta ni qué poeta si nunca has publicado nada. Silencio. Si me das tus poemas, yo te los publico, hijo; conozco gente que está en eso, ya lo sabes. Mamá… Sólo házmelos llegar. Mamá… Si quieres ser poeta sólo tienes que pedírmelo. ¡Mamá…! No hace falta que me grites, hijo… Mamá, no tengo ni un solo poema digno de ser publicado. Entonces, hijo, entonces eres abogado, como queríamos, como tú mismo querías. Eres abogado, para eso te sacaste la carrera, y el procedimiento administrativo está cagado de imprecisiones. Ya es hora de que alguien proponga algunas correcciones. Ha llegado tu momento, lo tengo todo planeado.
Corté la comunicación y dejé el auricular descolgado. ¿Era tu mujer? No, Teresa; mi madre. Ah, sí, por eso la llamabas mamá todo el rato. Claro, querida. Oye, me has desvelado con tanta charla, ¿no tienes algo por ahí?, me quiero dormir. Claro, ven, ahora te doy, mira. Se lo acerqué y me rodeó el pene con la mano. Bueno, podemos probar, dijo. Sacó el culo y guio el miembro entre sus piernas. Su caverna suave y caliente hizo que me olvidara de la gotera, aún quedaban algunas horas para mañana, ya me ocuparía. Incluso si amanecía buen tiempo quizás me atreviera a comenzar un nuevo poema. Ya lo vería.
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