Agosto, son las diez de la noche y aún persiste el calor sofocante. Tras un día de mucho agobio donde se ha alcanzado los 45 grados centígrados, Miguel cena tranquilamente en la terraza de su dúplex.
La modesta cena consta de un bocadillo de mortadela y un vaso de agua fresquita. Mientras espera impaciente el partido del siglo: Real Madrid-Barcelona.
Irene, su hija mayor, llega todo apresurada en su busca y le suelta de golpe:
▬Papá, Currito no está en su jaula.
Por poco Miguel se atraganta de la impresión.
▬¿Cómo que Currito no está en la jaula? Es imposible.
▬Es verdad, papá. Extrañada por no escucharlo cantar, salí al patio a verlo y ¡no estaba!
▬Llama a tu hermana. Rápido.
▬¡Siiiiilvia! ¡Papá dice que bajes!
Pasan los minutos y Silvia no da señales de vida.
▬Silvia, he dicho que bajes... ¿O prefieres que suba yo? ▬Ahora es Miguel quien la llama.
Instantes después aparece Silvia, con cara de circunstancias y muy seria.
▬Papá, si te digo una cosa, ¿me vas a pegar?
▬Claro que no, cariño, no digas tonterías.
▬Es que creo que a Currito le pasa algo; verás, resulta...
La cara de Miguel empezó a desencajarse. Los ojos lucharon por mantenerse en sus órbitas. Dos gotas de sudor le cayeron por la frente, cogió aire y preguntó:
▬¿Qué le has hecho?
▬Nada. Lo juro por Snoopy. Verás, como hoy ha hecho tanto calor, pero mucho, mucho, muchísimo, vamos, un calor inaguantable, pues he cogido a Currito y lo he bañado conmigo. Aquí lo tienes.
Sacó las manos de detrás de la espalda y depositó encima de la mesa al pobre canario metido dentro de un calcetín.
▬Pero ¿qué hace Currito en un calcetín?
▬Te explico, papi. Es que la ropa de mi muñeca le está un poco grande y he pensado que en el calcetín estaría más cómodo y calentito.
Miguel se apresuró a sacar al pobre Currito, todo mojado, del calcetín Adidas. El pobre no respiraba.
▬Irene, rápido, trae el botiquín. Operación reanimación.
Mientras Irene cumplía la orden, Miguel intentó recordar lo que aprendió, en sus años de boy scout, acerca de primeros auxilios que venían explicados, de pasada, en el IV Manual de los Jóvenes Castores.
Hicieron un hueco en la mesa y ahí colocaron a Currito. Entre todos ayudaron. Irene le abrió las alitas al canario, Silvia le sujetó las patitas y Miguel emprendió la labor de los masajes cardíacos, usó su dedo índice ▬cuatro, cinco... ▬, y después tres insuflaciones a través de su pequeño pico. ¡Por ningún motivo iba a consentir que Currito dejase este mundo!
▬Vamos, Currito, aguanta hombre, aguanta. Tú que has sobrevivido a tres traslados, dos terremotos, cientos de balonazos y una caída al vacío desde un tercer piso en Cuenca.
Al tercer intento, Currito dio un respingo y dijo: "gloj gloj".
▬Lo hemos conseguido ▬dijo Miguel ▬. Lo hemos salvado.
Los tres iniciaron el baile de la danza familiar, cantando el himno del Unga Uka: ¡Unga eah unga eah eh!
Currito, ajeno a todo lo sucedido, picoteaba la mortadela que sobresalía del bocadillo.
Al acabar la celebración, con cariño y mimo secaron a Currito y lo volvieron a meter en su jaula. Silvia lloraba desconsolada, abrazada a su padre.
▬Papá, perdóname. Pero no podía verlo sufrir con tanto calor y él, como es mi súper mejor amigo, pues...
▬No pasa nada, Silvia, pero desde hoy, te prohíbo que te acerques a Currito. Y estás castigada.
▬Jo, ¡no es justo!
Silvia se sentó en una silla enfrente de la jaula de Currito. Tenía lágrimas en sus ojos y muy despacio le habló:
▬¿Me perdonas, Currito? ¡Ha sido sin querer!
Esa noche, cuando su padre la acostó en la cama, Silvia tenía una enigmática sonrisa en sus labios. Vete a saber que aventura estaría planeando para realizar al día siguiente con su colega Currito y el gato Akari*.
Por cierto, Currito devoró toda la mortadela y el Barcelona ganó por seis goles a dos.
"*Akari: en honor a Gatu, el gato de Coloso"