Mi prima me dijo: ¿y siempre escribes cuentos tan complicados?, ¿no podrías hacer uno sencillito para contárselo a mis niños?
Va este cuento para Sofi y Darío (6 y 2 añitos), de su tía Cenicynthia.
“Cheto, el Toro Comelón”
Cuando Cheto nació, el granjero Pedro estaba contentísimo.
Era el hijo de la más hermosa vaca y el toro más fornido de toda la granja,
de color negro brillante como piedra de obsidiana, con la cara banca; y como nació cuando las flores de anís daban su perfume en el campo, el granjero lo llamó Aniceto. “Cheto” le decían de cariño al hermoso becerro.
Como era un consentido, lo hacían dormir en el pajar con las ovejas, para que estuviera calientito, y le daban de comer las más frescas zanahorias, alfalfa, paja y toda la avena que quisiera, trozos de azúcar, plátanos, varitas de canela y manzanas.
Nunca lo ataron por consentido, aún cuando creció enormemente. Algunos de los animales de la granja lo veían con envidia, pues era el único, al que atendían con esmero y le daban muchos privilegios.
A las ovejas les costó mucho trabajo seguir compartiendo su corral cuando Cheto se convirtió en un enorme toro, pues ocupaba mucho espacio y casi se echaba a dormir encima de ellas.
Cheto se acostumbró a comer y comer siempre que tenía hambre.
Así que se las ingeniaba para engañar a los demás animales y robarles la comida cuando Pedro no lo veía.
Por ejemplo, engañaba a Pericles, el perico de la esposa del granjero, distrayéndolo; y le robaba ingeniosamente sus manzanas, pinchándolas con los cuernos.
En una ocasión, una coqueta vaca llamada Zoila, fue el blanco del robo:
—¡Qué hermosa amaneciste hoy Zoila…! — le dijo Cheto.
—Gracias Cheto, qué lindo eres… —contestó ella ruborizada.
—¿Me regalas un poquito de tu alfalfa, bonita?
—No, gordito, porque estoy dando mucha leche y la necesito.
—¡Ándale, bonita! Solo unas ramitas, estoy en crecimiento…
—¡Cómo crees, Cheto! Tú ya no creces… ¡más que para los lados!, ¿no te has visto los cuernotes que tienes?
—Si me das un poquito de tu comida, te doy un besito, vaquita bonita... —A Zoila le animó mucho su propuesta, pues nadie en la granja le había hablado de amor. Así que le permitió a Cheto comer un poco de su alfalfa. Pero Cheto, abusivo, tomó toda la alfalfa y zanahorias que pudo del pesebre de la vaquita y echó a correr, riéndose de su tan sencillo engaño.
—¡Adiós, vaquita bonita… y tontita! —le decía mientras se alejaba.
Más tarde se comió todo sin que nadie lo viera. Zoila no pudo perseguirlo ni hacer nada, pues se hallaba dentro de un corral especial para vacas lecheras. Esa tarde solo dio 25 litros de leche, cuando acostumbraba a dar 45.
Un día en que Cheto caminaba por la granja alcanzó a oír lo que el granjero Pedro hablaba con su esposa:
—Ya está muy gordo —se quejaba la mujer— deberíamos hacerlo filetes, nos dejaría una muy buena ganancia…
—Pero está muy lindo mi torito… —decía Pedro.
—Y no deberías dejarlo suelto por ahí, ¡espanta a los vecinos!
—¡Pero si Cheto se porta muy bien!
—Lo he sorprendido robando el alimento a los patos y asustándolos con sus cuernos y mujidos.
—Cheto no hace eso…
—Te equivocas, Pedro. Cheto es un travieso tragón, deberías considerar venderlo a la carnicería… ¡Insisto!
Cuando Cheto lo oyó, temió por su vida, no quería morir en manos del carnicero; y trataba de esconderse, aunque era imposible con el tamañote que tenía.
El granjero Pedro, construyó un gran corral. Metió en él a Cheto, llamó a un veterinario para que le diera una dieta especial para convertirlo en un toro semental. De esa manera, Cheto salvó su vida, se comportó mejor sin hacer travesuras, siguió comiendo comida balanceada y sabrosa, tuvo muchos hijitos bonitos como él y siempre fue… el consentido del granjero Pedro.
fin