”EL SEGUNDÓN”
Este relato es totalmente ajenos mis vivencias.
Alborozo en el hogar: habían nacido dos preciosos gemelos. A medida que fueron creciendo, las diferencias entre los niños se hicieron evidentes. El que salió primero del vientre materno creció sano, fuerte, guapo, de carácter simpático y alegre; y el que le siguió minutos más tarde creció conociendo todas las enfermedades infantiles, lo que hizo que su cuerpo y vitalidad estuviesen bastante mermados y su ánimo fuese más bien triste. No pudo competir con su hermano y compañeros en los juegos del colegio en los recreos, porque se agotaba con rapidez; en las marchas caminaba siempre rezagado, solo, por lo que no pudo conseguir los buenos amigos que se hacen en el colegio. En cuanto a las muchachas envidiaba el coro de chicas atractivas que suspiraban por Esteban, su gemelo, y la rabia le comía por dentro porque ninguna jovencita se mostrara atraída por él. Andrés, este era su nombre, sentíase muy desgraciado.
En el hogar sus padres trataban de animarle haciéndole ver que no todos podemos ser fuertes y vigorosos, pero que existen otras cualidades también muy importantes; que toda la belleza de cualquier ser humano no está en el exterior. Estas verdades no calaron en Andrés que, pasados algunos años, comenzó a sentir por su hermano un sentimiento muy parecido al odio. Una mañana, en el Colegio, el profesor de Ciencias Físicas les habló del valor del esfuerzo, la constancia, la fe en uno mismo para conseguir metas en la vida, por muy inalcanzables que pareciesen. Describió un hecho real que conmovió profundamente a Andrés. Esta argumentación le respondió al muchacho la pregunta que tantas veces se hacía a sí mismo: ¿Por qué Dios, que decían los curas que es un Ser justo, permitía que nacieran seres tan dispares? Unos: sanos, fuertes, que serían felices con seguridad en todo su esplendor; y otros: la antítesis de los primeros para los que la felicidad sería algo inalcanzable. Una mañana, Andrés amaneció con fiebre; pensaron los padres que sería un resfriado; pero con el paso de los días y al ver que empeoraba se decidió hacerle una analítica. El doctor comunicó a los padres que sufría una clase de leucemia juvenil. Éstos quedaron consternados:
-Y, doctor, ¿qué posibilidades tiene de sobrevivir?- interrogó llorando la madre. -Bueno, hay tratamientos, y en caso de que éstos no den el resultado apetecido, existe el trasplante de médula, aunque para poderlo llevar a cabo la enfermedad debe haber remitido, aunque sea temporalmente para que el paciente esté más fuerte. Estén tranquilos; ahora hay muchos adelantos…
La enfermedad fue aliviándose con la medicación que Andrés recibía en el hospital. El equipo médico que le atendía comentó a la familia que había llegado el momento de pensar en un trasplante.
No hubo que analizar muchas muestras de médula para encontrar la que era compatible con Andrés: la de su gemelo, Esteban. Éste se sometió a la operación que seguramente devolvería la salud a su hermano. El proceso fue largo pero Andrés recuperó la salud. Esta circunstancia debería haber acrecentado el cariño y el agradecimiento hacia su hermano, pero por oscuros sentimientos que no comprendía, no ocurrió así. El sentirse en deuda con él, que le había relegado siempre a un segundo plano, inconscientemente le mortificaba.
Una vez recuperado el muchacho, decidió cambiar de vida. Comenzó a correr todos los días; primero, unos cuantos kilómetros, más tarde acrecentó las distancias. El ejercicio físico le fortalecía de manera evidente. La natación también formó parte de sus actividades diarias, con lo que su cuerpo, antes enclenque y enfermizo, se convirtió en fuerte y atlético. Comprendió cuánta razón tenía su profesor de Física. Empezaba a sentirse bien consigo mismo.
En aquella primavera el centro de estudios preparó una acampada cerca de un hermoso lago. Los alumnos estaban locos de contento: siete días en plena naturaleza, con actividades, sí, pero sin libros por delante. El lugar se les ofreció paradisiaco. Árboles por doquier rodeando unas aguas verdes, limpias, frescas. En el centro del lago se alzaba una especie de islote. El profesor encargado de la seguridad de los muchachos les había avisado de que, aunque podían bañarse, no intentaran llegar hasta la islilla, ya que estaba a más distancia de la que parecía. -¡Bueno, bueno, Don Salvador! ¡Que ya somos mayorcitos y sabemos nadar!- gritaron a coro los acampados -Ya, ya sé que sabéis nadar, si no fuera así no habríamos venido a este lugar; pero de cualquier forma, hay que ser precavidos. -¡Vale, vale; como usted diga!
Los días trascurrieron alegres, relajados, jugando, comiendo, durmiendo, nadando, visitando los alrededores y tomando muestras de la flora y los minerales que allí se encontraban. Una tarde, estando Andrés en su tienda de campaña medio adormilado, escuchó gritos de sus compañeros: - ¡Allí, allí…! ¡Cerca de la isla! -¡No puede llegar! ¡Está agotado! Salió rápidamente al exterior y se hizo con la situación al instante. Un muchacho que, al principio no reconoció, trataba agónicamente de llegar a la isla, ya que la vuelta a la orilla quedaba muy lejos. -¡Es tu hermano, es tu hermano! Soltaron varios muchachos nada más verle. -¡Mi hermano! Sin pensarlo ni un minuto, Andrés se lanzó a las hermosas aguas que no tardarían en engullir al hermano si él no nadaba a toda velocidad. La distancia entre él y la isla disminuía lentamente, tenía la impresión de que sus extremidades no impelían su cuerpo hacia delante. Su mente le susurraba las palabras del profesor:” Fuerza, valor, constancia, fe en lo que haces”. Sus piernas y brazos se movían con un ritmo vertiginoso, su cabeza apenas emergía del agua para aspirar el oxígeno necesario: “Llegaré, tengo que hacerlo. Él salvó mi vida, yo salvaré ahora la suya.” La distancia líquida disminuía al ritmo de las fuerzas de Andrés, aunque su fe en la perseverancia aumentaba. Las voces de sus camaradas le llegaban lejanas. -¡Ya estás llegando! ¡Sigue, amigo, sigue! “No es necesario que me animéis. ¡Es mi hermano! Llegaré a salvarle, o moriré con él.” Esteban se hundía y salía a la superficie por breves momentos, la consciencia casi perdida; Andrés, jadeando y mareado llegó junto a él, le agarró por el cuello y nadando con un solo brazo le llevó hasta la isla. Allí le tendió de forma que expeliera el agua tragada; cuando vio que su hermano abría los ojos se tendió a su lado mirando el índigo cielo, y una cálida sensación de paz le invadió. Los oscuros sentimientos que siempre albergara hacia su hermano se habían ahogado en el lag
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