Todo comenzó como un atractivo paseo familiar a los ancestrales canales navegables del bello Xochimilco.
Como también iban los abuelos, se alquiló una trajinera para toda la familia Pérez, “Mariquita Linda” llevaba por nombre, escrito con flores.
Y comenzaron el viaje. Lola Lú contaba con cinco años de edad y corría de un lado al otro de la trajinera, sacando las manitas por entre los barandales rojo festivo de los respaldos de las bancas.
Iban todos viendo con asombro las plataformas flotantes con cientos de plantas o arbolillos de diferentes especies, flores multicolores y exóticas verduras.
La niña se arrodilló en el borde posterior de la trajinera, jugando a meter la manita en la superficie del agua marcando estelas efímeras, cuando de pronto… sucedió.
Un golpe seco e inesperado dio contra el bote, por segundos todos pensaron que habían chocado contra algo sólido como una roca, la trajinera se tambaleó y la niña cayó al agua.
La sorprendió el chapuzón en el agua fría con algunos lirios flotantes en la superficie.
Dentro del agua Lola Lú vio la turbia transparencia verdosa del canal y se apagó el sonido a su alrededor. Miró las algas de color café que crecían por miles en el fondo rozando sus piernas y brazos. De pronto vio pasar “aquello” sobre ella. Con piel gris-verdosa y plumas en las extremidades, plumas verde-tornasol.
Ella intentó saber qué era aquello que le rozó el cuerpo con un ágil movimiento, cuando de pronto, algo más le sujetó el tobillo del pié y la jaló fuertemente. Era el brazo de su padre, que asustado la jalaba hacia fuera del canal. Su madre y abuela daban gracias al cielo entre la angustia que reflejaban sus rostros. Los hermanos y demás familia no perdían detalle del inesperado rescate.
“¡Escuincla mensa!” —dijo su hermano mayor— ¿Para qué andas empinándote en el agua?
Lola Lú tosía y lloraba abrazada a su mamá, que en ese momento le limpiaba la cara y el cabello de agua y hierbas del canal.
Pasado el susto, la pequeña se quedó el resto del paseo sentadita junto a su madre que continuamente la frotaba con una improvisada toalla.
—Nos golpeó, nos golpeó… —decía el trajinero impulsando suavemente la embarcación —No tuvo la culpa la niña… tendría hambre…
—¿De qué habla? —preguntó el padre.
—“El espectro” nos golpeó, seguro quería llevársela, no hay manera de saber… ¡Qué bueno que alcanzó a agarrarla del pie!, si no, se la desaparece…
Todos se quedaron callados sintiendo el escalofrío recorrer su piel. Su hermana mayor Tita Ana que se sentaba en el extremo de la banca, rápidamente se cambió de lugar para en medio, junto a la abuelita. El silencio continuó para que el trajinero les siguiera contando:
—Así trabaja… le decimos… “el espectro”, porque nadie sabe lo que es; no es humano pero vive ahí dentro, no es de color carne como nosotros; quienes dicen haberlo visto, juran que es de color gris putrefacto y se roba a la gente para quitarles la vida y luego de un rato… aparecen los cadáveres flotando por entre los canales menos transitados. Otros dicen que tiene múltiples heridas en la piel y la cabeza deforme, que por eso nunca sale a la superficie; hay quienes dicen que solo asoma su horrible cabeza por las noches cuando hay poca luz; quién sabe qué comerá, unos dicen que peces, otros que cuerpos humanos que se roba… pero ¿Quién sabe…?, las autoridades no llegan a nada, sacan a los ahogados pero están completos, ¡Yo los he visto…!, no les falta nada ni están mordidos. Las personas miedosas dicen que vive de quitarles “el aliento de vida” por la boca, que de eso se alimenta… vaya usted a saber… ¡Que diosito santo nos socorra!; pero de estos sustos hay varios, y pocos los rescatados, como su hija… tiene suerte la niñita —dirigiéndose a Lola Lú le preguntó: ¿Y tú que viste allá abajo?, ¿O nada más te espantaste? —La niña más tranquila entre los brazos de su madre le dijo:
—Vi plumas verdes…
—¿Plumas verdes? —exclamó el trajinero— ¡Eso sí que nunca lo había oído!
—Como de pájaro… en su cuerpo, como saludándome, moviéndose en mi cara, y se fueron rápido.
—¿Le viste la cabeza?
—Había muchas plantas negras que no me dejaban ver. Pero vi como una piel blanca o verde clarito, pero solo un pedazo.
—¿Le viste la cara Lola Lú? —preguntaron sus padres.
—No. —Y se puso a llorar otra vez en el regazo de su madre.
—¡Ya no la espanten! —dijeron los abuelos.
Y continuó el paseo. Los canales ya no se veían tan bonitos como al principio. A todos les parecían ahora misteriosos y el agua maligna, capaz de albergar cualquier clase de criaturas monstruosas, que en cualquier momento podrían salirles al paso y acabar con el paseo… y con sus vidas.
¡Vaya Domingo…!
Más tarde la familia fue a comer pero Lola Lú ya no tuvo hambre. Regresaron a su casa por la tarde más espantados que divertidos.
Quince años después, Lola Lú fue de paseo otra vez a Xochimilco, esta vez con sus compañeros de escuela, en un peculiar paseo nocturno, ambientado con música de Mariachis, veladoras y tequila.
Aunque los paseos nocturnos no están permitidos, el trajinero aceptó gustoso por la jugosa cantidad económica que los jóvenes generosos le ofrecieron.
Tres horas más tarde entre la algarabía de las canciones rancheras y vasos chocantes de “salud”, una de sus compañeras cayó accidentalmente al agua del canal, invadida de alegría y alcohol; para no salir de el, sino hasta la mañana siguiente ya muerta.
Esa noche Lola Lú soñó como aquel día de su infancia:
Con aguas turbias de color verde, pobladas de algas vivientes que enredan las extremidades, arañazos de ramas tiesas que crecen misteriosas desde el fondo del canal, plumas verdes tornasol acariciándole la cara; piel gris-musgosa llena de manchas de color marrón, cuerpo amorfo. Acechándola como un mal, queriéndole robar con un beso asesino el valioso aliento de vida; mirando un sol que se aleja de la superficie y se vuelve opaco, lejano, turbio… inalcanzable; porque muy pocos escapan de las profundidades del fondo fangoso, cayendo en un sueño pesado, obscuro, aterciopelado, como los brazos de la misma muerte mojada y fría, en donde solo habita escondido ese ser innombrable… “el espectro”.
Nota:
En 1981 el Gobierno de la Ciudad de México, soltó a cuatro manatíes a los canales de Xochimilco para que ayudaran a controlar el desmedido crecimiento del lirio.
En 1986 se tuvo el último avistamiento del único manatí que quedaba.
Ellos no pudieron controlar el crecimiento del lirio; el lirio… se los comió a ellos.
Fin