Letras entre amigos

Besos podridos

Siento algo de repulsa cuando acerca su boca a la mía, aunque yo estoy igual; es una porfía ese beso. Sentir cómo las lenguas de las amantes penetran la boca y juguetean dentro con descaro. La misma sensación que el niño que mastica en silencio un trozo de carne pútrida en presencia de su familia, que nunca deja de juzgar; ese hábito de arquear las cejas y casi salirse los ojitos.

Si no fuera porque desde antes sabía cómo controlar mis actos reflejos, la primera vez que tuve esas intromisiones linguales hubiera vomitado, al sentir el aroma fétido de unos dientes cariados y casi inservibles. Creo que ella se dio cuenta de mis ascos y, hábil como mujer experta, posó su mano en mi miembro, que al contacto se despertó en una magnifica erección. De inmediato muchas olas placenteras me envolvieron. De ahí aprendí a rechazar mis aversiones sensoriales. Las manos de ellas y las mías iban y venían en resbalosas caricias que, con inusitada pericia, prendían los puntos nerviosos de pasión enviciada. Las feromonas mandadas al cerebro, en esos duros escarceos, disipan la fetidez de los encuentros bucales, fortuitos o ensayados.

Pero es difícil; cuando no existe esa endeble condición de por medio, sumerjo mis emociones en imágenes neutras y finjo no oler, no sentir… No probar siquiera el aliento que sube como vapor a mis pulmones y el que despiden mis propias encías…

Hace media hora que se marchó, sin embargo por todas partes que camino me impregna ese malicioso aroma repugnante pero que, curiosamente, me excita…

Llego a casa como a las seis, sacudo mis ideas y me olvido de todo, de besos y tocamientos. Quizá aprendemos a olvidar, sin dejar nunca rastros ni arrugas en el subconsciente. Solo ese olor que todo lo cubre… Y que excita a las ciudades.