Acurrucada, sin hacer ruido, expectante ante cualquier movimiento del exterior; Ale silenciaba cualquier sonido… Dos o tres horas llevaba en esa incómoda posición fetal, en esa habitación que es la recamara de su madre.
Ella lo sabe, su madre está muerta. ¿Miedo, cobardía, o simple olvido? Qué difícil es aceptar lo obvio, lo real y contundente de estos casos.
La hermana de Ale, está en el cuarto contiguo. Ella al igual que el resto de la familia Cifuentes, desconoce el fatal desenlace.
—Cuídalos y se feliz…
Fueron las últimas palabras de la señora Eduviges. Ale las escucho como si fueran gotas de fuego que caen en el universo de sus cansancios, sus ansiedades y esa fe que se desmorona a cada minuto del reloj.
Antes de esto pensabas en una vida injusta para ti, tus hermanos tu madre, la gente el mundo… unos años atrás tu padre voló como mariposa, fugándose de esta existencia en coloridas alas al sol. La mano tibia de la señora Eduviges, consoló las tristezas que resbalaban de tus ojos… ¿Pero y ahora?
Tampoco haría falta eso… A golpe de repetirse día a día, comprendió lo inútil de confiar en los demás. Algo tan básico como la supervivencia. Desde que los doctores desahuciaron a la madre, Ale, se esforzó en que sus últimos días fueran de continua alegría, júbilo y esperanza. Casi a punto de morir. No sería ella quien arrebatara esa mínima dicha llevarse en sus ojos el amor de sus hijos.
—Cuídalos y se feliz…
¿Y a ella quien la cuidaría y haría feliz? ¿La felicidad, que es? ¿Cómo se cocina? ¿En donde la venden? Nunca te gustaron las excesivas explosiones que envuelven las fiestas, que después derivan en sórdidos bacanales impetuosos. Amistades de un solo clic y nada más.
—Mi Ale hermosa, mi pequeña Ale… —Decía el padre y asentaba la madre, cuando anuncio su impulso de seguir los pasos de los colores.
Bella es la vida regalando vida; como entender entonces ese factor hipotético de la muerte, detrás de la existencia, parece una bestia de doble cabeza tragando a dentelladas el optimismo de todos.
Le ardieron los ojos, estaban secos, ya no era el caso llorar, el alma se elevaba y su corazón ensimismado como ella, acompañaban el retumbar de las paredes de la casa, esa alma que ahora penetra a la morada celestial
Después de otro rato, estiras los músculos… suspiras hondo… Descanso, descansas, descansamos. Que simple es una vida que difícil es la muerte, tal vez lo piensas ahora que tu cerebro se prepara a procesar toda esa información que estuvo por mucho tiempo inconexa de tu diario peregrinar. Cierra los ojos y ves la mirada tranquila de la señora Eduviges, escuchas su voz potente, regañona, amorosa. Dando voces a los hijos, señalando lo bueno y malo. Riendo a carcajadas de las tropelías familiares, de los desbarajustes de tanta modernidad.
Yo la recuerdo, yo que soy tu amigo y adivino tu pensamiento… cuando una tarde abajo del pirúl me confesaba. —Mi Ale es buena muchacha…
¡Ale despierta! ¡Mamá está muerta!— dice entre lloriqueos Juan, el mayor. — Te quedaste dormida hermana…
No lloras, ¿para qué? Son muchas las sonrisas que atesoras de la señora Eduviges.
Fin
Enero 12 2015
Última edición por pesado67 el 16 Ene 2015 03:14, editado 1 vez en total
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