Dos en lo oscuro
—Oiga Andrade, como siga teniendo la linternita encendida tanto tiempo, a la hora de usarla estará sin pilas. —No se haga problemas, conozco este lugar como la palma de mi mano jefe. —Krueger. —¿ Cómo dice? —Krueger, mi apellido es Krueger. Además, usted usa la linternita para alumbrar las placas de bronce y no el pasillo, cosa esta última que yo aprobaría. —Es un vicio que he agarrado con tantos años acá dentro. Siempre leo las frasecitas que muchos graban. Suelen ser interesantes. Cuidado en este rincón, no me empuje jefe. Digo, Crueger. —Con Ká, mi apellido es con Ká, no con Cé. Ká de kilo. —Disculpe… y cómo se dio cuenta que lo dije con Cé? —Años de aguzar el oído, Andrade. Ahora no se adelante usted que le pierdo el paso. Ah, acá está ¿Así que le gusta leer los epitafios? —¿Los qué? —Las frasecitas grabadas, Andrade. —Por cierto. Uno va enriqueciendo su cultura. Oiga ésta que me sé de memoria —Dí tu verdad tranquila y claramente. Escucha a los demás, incluso al tonto y al ignorante: aún ellos tienen su historia— ¿Qué le parece? —Notable. Más aun, viene al caso en este momento. Oiga Andrade ¿falta mucho o estamos perdidos? — Jefe Crueger, no se olvide que me hizo apagar la linternita. Está bien que yo conozca esto como la palma de mi mano, pero con esta oscuridad ni la palma de la mano me puedo ver, no sé si me entiende. —Casi. Bueno, vuelva a prenderla y apuremos el paso. Acá el ambiente se me está haciendo un poco cargado, por decirlo así. ……………… — ¡ Llegamos! Sin falsa modestia, soy un maestro, jefe Crueger, no me diga. — Si. A ver Andrade, verifiquemos; alumbre la plaquita y leo —“Doña Elizabeth Marguerite d`Ambers Coullier de Echenagucía (Mimi). Q.E.P.D.— Si, es ella, la adorable Mimi. — Eh… jefe Crueger, hay un problemita, quisiera dejarlo en claro antes de empezar. En la placa también dice —“10.4.48 – 12.5.2009 – Q.E.P.D.”.— ¿Me explico? — No lo capto, amigo Andrade ¿cuál es el problema? — A ver si no hago mal las cuentas, jefe. Téngame la linternita que yo para estas cosas uso los dedos de las dos manos. Gracias. Trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete. dieciocho, diecinueve, veinte, veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro, veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho, veintinueve. Y treinta que es hoy, ya medio vencidito. Dieciocho días desde el óbito ¿Está bien la cuenta? — Días más, días menos, sí ¿Entonces? — Entonces Doña Elisabet, la adorable Mimi, a estas alturas está bastante menos fresca de lo que usted me había dicho al cerrar el negocio, jefe Crueger. Con todo respeto, pero para ser claro: Doña Mimi debe estar más bien podridita. — Amigo Andrade, veo a donde apunta y me parece correcto. Hubiéramos empezado por ahí. El trabajito será más odorífero que lo previsto. Mea culpa. Pero lo tengo todo previsto: aumentaré sus honorarios de tres a cinco mil. Eso por un lado. Por el otro, traigo en mi saco varios pañuelos y un frasco de pachoulí que atenuará nuestro sufrimiento de mortales pasajeramente expuestos a la hediondez. — ¡Hecho! Páseme la palanqueta y siga alumbrando. Gracias. El mármol es la parte más fácil, ve? Ayúdeme a bajarlo. Guarda que pesa. — Acá los albañiles dejan siempre una rendijita, es jodida de rellenar. A ver, déme una mano palanqueando para arriba. ¡A-a-así! Guarda que ésta también pesa, apártese. Gracias. — Andrade, mientras forcejeábamos codo a codo me surgió una pregunta: ¿qué clase de vino toma usted? — Jefe Crueger, eso ni se pregunta; el más barato, en jarrita. Un modesto nochero de cementerio no podría pagarse nada más acomodado. — Bien Andrade, y permítame que lo palmée. Este pequeño trabajo le permitirá vivir más dignamente por un tiempo, y nadie quita que yo consiga otros trabajos más. Ahora ¿con qué seguimos? — Esto es más liviano aunque no parezca. Ayúdeme a bajar el cajón a ésta carreta. Despacio, no hay apuro… Bien. Otra vez la barreta por favor. Uno, dos. Lista y afuera la tapa de madera, juego de niños. — Eficientísimo, socio Andrade. Pongámonos los pañuelitos aromátizados por cualquier eventualidad… ahí está. Tranquilo, socio, no se vaya a lastimar con la maza y el cortafierros, que esto es un trabajo, no un sacrificio. ………… —¡Úuuh, que conserva buena presencia Doña Mimí! Lógico que ahora esté así un poco pálida. Déme la linterna, jefe Crueger. Ahí en el bolso hay una tijera de trocear pollos. Esa. Ahora es su turno, pero no tendrá inconvenientes; la señora Elisabet ya no tiene la misma firmeza de carnes de su juventud. Córtele el dedo nomás. — Problemas, socio Andrade. —¿Qué pasa, don Crueger? —El anillo no está. — Revise bien las dos manos, no sea cagueta que los muertos no agarran. — El anillo no está, Andrade. — Jefe, aguante un poco el olorcito y fíjese. Ahí a la diestra de doña Mimí hay una cajita de terciopelo, justa como para guardar un anillo. —Veo. No hay anillo, pero sí una notita plegada. —¿Qué dice la notita, jefe? —A ver, alúmbreme. Dice «Amigo Krueger, insigne hijo de puta: habrás disfrutado de mi señora los últimos quince años mientras yo te consideraba un hermano. Pero supongo que no me habrás subestimado hasta el punto tal de pensar que te dejaría de recuerdo el famoso anillo de ocho diamantes y doscientos mil dólares que Mimi le restregaba a todo el mundo. Así es amigo, no siempre se gana. Hasta nunca” —Jefe Crueger. —¿Qué, Andrade? —Espero que haya traído los cinco mil en efectivo que son míos ¡Puta madre, se le terminaron las pilas a la linterna! ♦ ♦ ♦
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