Memorias del refugioSeñor, concédeme serenidad para aceptar
Todo aquello que no puedo cambiar
Fortaleza para cambiar lo que puedo cambiar
Y sabiduría para distinguir la diferencia
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El refugio era un chalet inglés de los que habían pertenecido al ferrocarril. Estaba circundado por una veranda de aleros de chapa y piso de madera. Luego de ducharnos y desayunar leche con miel y tostadas salíamos a la veranda que daba a la calle y nos apoltronábamos sobre unas mecedoras pensando en cuándo empezaríamos a hacer algo nuestras manos. Y con nuestras mentes, todavía con la memoria de las resacas pero a punto de despertar del todo.
Ahí nos vigilábamos los unos a los otros. Cuando alguno de nosotros cerraba los ojos y giraba su cabeza hacia a un lado era porque trataba de huir de los recuerdos de las botellas y los vasos. Casi imposible, eran parte nuestra. Pero siempre alguien iba a buscarle al de turno un buen trozo de dulce de membrillo y un vaso de leche tibia.
Viviendo día a día; disfrutando de cada momento;
sobrellevando las privaciones como un camino hacia la paz;
aceptando este mundo impuro tal cual es
y no como yo creo que debería ser.
Muy de tanto se oía la sirena de los bomberos aullar cerca. Oscar crispaba las manos aferrándose a los apoyabrazos de su mecedora. La sirena nos hacía recordar a todos que Oscar había quemado media casa por quedarse durmiendo la mona con las hornallas prendidas. Creo que escuchaba la sirena mucho antes que nosotros. Recuerdo haberme sentido estúpidamente superior a él porque mi único pecado había sido perder el empleo y abandonar a mi familia. A mis hijos. Acá en AA el que se cree superior va mal. Si todos tenemos el alma y el corazón a flor de piel, al ras de la cicatriz de la herida que es la misma para todos. Borrachos, inútiles, adictos ¿Quién nos ayudaría sino nosotros mismos?
Dardo siempre se trae a la mecedora la libretita y una birome y se queda mirando un poster de la Oración de la Serenidad enchinchado en la pared. Cuando se pone a escribir sé que en eso está su ancla de salvación.
Así y como hizo Jesús en la tierra:
así, confiando en que obrarás siempre el bien;
así, entregándome a Tu voluntad,
podré ser razonablemente feliz en esta vida
y alcanzar la felicidad suprema a Tu lado en la próxima.
Amén.
El domingo pasado dos autos que iban para el lado de la cancha de fútbol se rozaron justo frente a la entrada de vehículos del refugio. Nuestro proveedor de almacén no podía entrar a descargar y se quedó esperando que los conductores de los autos intentaran descargar su furia idiota peleándose en la calle ante nosotros. Mabel se levantó de la mecedora y se metió adentro rumbo a la cocina. Recordé que su único hijo también bebía y que en una disputa callejera de esas terminaron matándolo a patadas. En las reuniones de grupo siempre volvía al tema como a una cruz que cargaba. Decía ─…si yo no le hubiera dado el ejemplo.
Mabel tiene ochenta y dos años, hígado grasoso y cirrótico, cardiopatías. Cuando vuelve a la veranda huele a alcohol. Justo sale del refugio el furgón del proveedor. Me doy cuenta de un relampagazo. Ella le ha comprado alcohol. Aunque sea medicinal. Ahora está en la mecedora con los ojos prietos, tratando de no llorar.
¿Sabés qué, Dios? Yo soy alcohólico y agnóstico. Pero si reemplazo tu nombre por AMOR la Oración de la Serenidad me cierra igual.
Ahora me dió por escribir. No masco el culo de mi birome porque la salivación reaviva mis fantasmas. Trato de no fumar. Todo buen trago va con el tabaco. Como declaró una vez Marguerite Duras, también alcóhólica ella ─Escribo. Y punto.
Eduardo Krüger- Set 2019