Emigrantes
Aunque vio la luz primera en la ciudad de Cuernavaca, estado de Morelos, su estancia duró solo lo que dura el reposo de una parturienta. Acabado ese tiempo, se la llevaron a este otro estado, al de México. Más al oriente, a Ciudad Nezahualcoyotl, cerca de la capital mexicana.
Los emigrantes de los muchos méxicos habían cambiado sus orígenes y costumbres; en sus provincias quedaron las primeras generaciones, no sobrevivieron a más años. Ahora estos se autonombraban nezahualcoyenses o nezantlenses, para el caso es lo mismo…
Mis padres fueron de esos primeros colonos que se enfrentaron a las ingratas tolvaneras, a las aguas que anegan las tierras donde pisas. Al salitre que se pega hasta lo más hondo de los huesos. Las calles no tenían principio ni fin. Las casitas de cartón, apiñadas en un intento de cobijarse de calor y luz. Cables que son enormes telarañanas que en la noche se tejen sobre nuestras cabezas. Pocos bienes y muchas ilusiones.
Trajeron a Guadalupe cuando avenidas y calles tenían nombres y números oficiales; y ya muy pocos se referían a la ciudad capital diciendo: ir a México, venir de México... Neza ya era parte de esa capital progresista y contradictoria. Ella, apenas una bebita, una bolita café de abiertos ojos y harto pelo negro, como las aves que año con año se paraban en los pirules de mi colonia Las Fuentes. Yo para entonces jugaba ya con mis temores, correteaba con el pasado que ahora vivo todavía. Tendría poco más de quince años, desde antes ya tenía de qué avergonzarme.
Su padre deseó tantas cosas, y se tuvo que conformar con lo que la vida le daba. Llevó a su familia a un cuarto de azotea alquilado. Neza, en lo que pudo lo trato bien. Aunque quiso tener algo. Ya no había qué colonizar, pues la única franja era El Sol, cara y de difícil doma, y quedaba lejos de toda posibilidad. La historia del señor Eduardo Hernández y su esposa Casildra Torrejón es la típica historia de coincidencias y casualidades. Se conocieron en Cuernavaca e emigraron a la ciudad en busca de un porvenir, que tardó en llegar; así pensaba don Eduardo. Doña Casy solo seguía a su hombre, así lo creía, así se lo hicieron creer desde su casa paterna; su madre y padre terminaban su casa. Ya no tendría nunca boleto de regreso.
Nunca he podido entender bien por qué extraviamos los primeros años de nuestras vidas. A veces oigo a mi hermano mayor decir que se acuerda, cuando tenía cuatro o cinco años, de que hizo esto o aquello. Yo, al escucharlo, pienso que inventa, que solo lo hace para no sentirse más solo de lo que fue, y ahora está. Yo no tengo ni datos ni fechas, ni mentiras ni falsedades de esos años tiernos… ¿Me duele, entonces?
Guadalupe, solo retazos, piezas de un rompecabezas incompleto. Una muñeca muy bonita, voces y gritos; una vecina, luz y sombra, otra vez voces y gritos. De pronto, como una explosión pirotécnica, un hombre anciano se acerca a ella. Su sonrisa con pocos dientes amarillentos es la de un muerto viviente, el aliento que sale de sus entrañas contamina los sueños de la pequeña, las manos huesudas, pecosas, del anciano levantan su vestidito de tul raso. El vejete repega su carcomido cuerpo al de la niña. De la tierna risa salta al horror. Se separa, corre asustada con sus ojitos negros inundados.
Da cuenta a su niña-mamá de lo acontecido. Las dos imágenes se contraponen, un ¡¡shhhh!! que no es otra cosa que un silencio obligado. Nuevamente pienso en la fragilidad de los niños, pobres criaturas inermes ante la desgracia, al abandono de los seres inanimados. Colonia Agua Azul, escuela Emiliano Zapata; en algún momento, en algún lugar debimos de chocar, en esa misma escuela, por esos mismos años, yo llevaba a mi pequeña Yurico. Tú, con unos pocos años más, pero ni tantos.
No negar lo que escucho, Guadalupe, muñequita antigua de celuloide prieto, de esas con las que mi madre jugaba de niña. Guadalupe, enamorada, romántica. Vives entregada al amor, desde muy chica anhelas el cariño que tanto necesitas. Escribes cartas e inventas amores, lo demás es lo demás, escucho alguna vez, y eso hacías desde entonces. Lo demás.
Una noche se levanta sorprendida, algo no entiende, no hay explicación. Pasó y no existe modo de ocultarlo. De tajo sus juegos con la muñeca muy bonita se quedan abandonados, ahora de golpe tenía que emigrar de nuevo.
Finalmente la última parada: Chimalhuacán, otro municipio de los tantos que existen en el estado. Se asomó a un ladito del Bordo de Xochiaca, canal que atraviesa como tripa de desagüe al oriente. Cosas de las curiosidades que muchos llaman destinos manifiestos, vecina de esos barrios de Zaraperos, hace tiempo compré un terreno, solo dos meses duro la aventura. Entre moscas y agua hedionda dimos por finalizada esa incursión a tener un cachito de ilusión.
Me quedé sin ganas de regresar, añoré entonces mi Neza de niño, polvoso, inundado, sucio. Lleno de gente, de pueblo, igual de jodidos pero llenos de sabiduría, sencillos, prácticos, aunque luego en el cambio de rumbo todo se haya perdido. “Donde escarbas haces hoyos”, decían.
En Chimalhuacán, a diferencia de su vecino, echaron todo lo que ya no cabía en otras partes, lanzados a estas lagunas para que no estorbaran al progreso del nuevo México moderno… Las calles sin trazos ni trazas bien definidas.
Vino la escuela secundaria, ya no Zapata, el Atila del Sur, ahora era la División del Norte, con Pancho Villa. Ya no Doroteo Arango, ahora Francisco Villa. Fugaz su paso, fugaces tus breves amoríos, morenita de tierra caliente. En las instantáneas de la vida te ves tierna, cara redonda, labios hinchados, leves chapitas invisibles, chiquita, morena. Aborigen de mi tierra en donde nací.
Tu padre, hombre trabajador, se esfuerza en esos años de quita y pon. Lo que le toca, una carrera que no es la tuya y un hogar que empieza a odiar.
Ya muchos años han dejado sus polvos amarillos, ahora estoy de vuelta y tú, Guadalupe, eres de nuevo la flor en medio del desierto. La que mi mano arranca y lleva a las páginas de estos libros de historia.
fin
Aunque vio la luz primera, en la ciudad de Cuernavaca, Estado de Morelos, su estancia duro solo lo que dura el reposo de una parturienta. Acabado ese tiempo se la llevaron al este otro Estado, al de México. Al oriente, a Ciudad Nezahualcoyotl, cerca de la capital mexicana.
Los migrantes de los muchos mexicos, habían cambiado sus orígenes y costumbres; sus provincias quedaron en las primeras generaciones, no sobrevivieron a más años. Ahora estos se autonombraban: Nezahualcoyenses o nezantlenses, para el caso es el mismo…
Mis padres fueron de esos primeros colonos, que se enfrentaron a las ingratas tolvaneras, a las aguas, que anegan las tierras donde pisas. El salitre que se pega hasta lo más hondo de los huesos. Las calles no tenían principio ni fin. Las casitas de cartón, apiñadas, en un intento de cobijarse de calor y luz. Cables que son enormes telarañanas que en la noche se tejen sobre nuestras cabezas. Pocos bienes y muchas ilusiones.
Guadalupe la trajeron cuando, avenidas y calles tenían nombres y números oficiales; y ya muy pocos se referían a la ciudad capital, como ir a México, venir de México. Neza ya era parte de esa capital progresista y contradictoria. Ella apenas una bebita, una bolita café, de abiertos ojos y harto pelo negro, como las aves que año con año se paraban, en los pírules de mi colonia Las Fuentes. Yo para entonces jugaba, ya desde entonces con mis temores, correteaba con el pasado que ahora vivo todavía. Tendría un poco mas quince años, desde antes ya tenía de que avergonzarme.
Su padre hubo deseado tantas cosas, y se tuvo que conformar con lo que la vida le daba, llevo a su familia a un cuarto de azotea alquilado. Neza, en lo que pudo lo trato bien. Aunque quiso tener algo. Ya no había que colonizar, pues la única franja El sol, cara y de difícil doma, quedaba lejos de toda posibilidad. La historia del señor Eduardo Hernandez y su esposa Casildra Torrejón, es la típica historia de coincidencias y casualidades, se conocieron en Cuernavaca e emigraron a las ciudades en busca de un porvenir, que tardo en llegar; así pensaba don Eduardo. Doña Casy Solo seguía a su hombre, así lo creía, así se lo hicieron creer desde su casa paterna; su madre y padre terminaba su casa. Ya no tendría nunca boleto de regreso.
Nunca he podido entender bien a bien porque extraviamos, los primeros años de nuestras vidas. A veces oigo a mi hermano mayor decir que se acuerda, cuando tenía cuatro o cinco años; que hizo esto o aquello. Yo al escucharlo pienso que inventa, que solo lo hace, para no sentirse más solo de lo que fue, y ahora esta. Yo no tengo ni datos ni fechas, ni mentiras ni falsedades de esos años tiernos… ¿me duele entonces?
Guadalupe, solo retazos, piezas de un rompecabezas incompleto. Una muñeca muy bonita, voces y gritos; una vecina. Luz sombra, otra vez voces y gritos. De pronto como una explosión pirotécnica, un hombre anciano, se acerca a ella. Su sonrisa con pocos dientes amarillentos, es de de un muerto viviente, el aliento que le sale de sus entrañas contaminan los sueños de la infante, las manos huesudas, pecosas del anciano, levantan su vestidito de tul raso. El vejete repega su carcomido cuerpo al de la niña. De la tierna risa, salta al horror. Se separa, corre asustada y sus ojitos negros inundados.
Da cuenta a su niña-mama de lo acontecido. Las dos imágenes se contraponen, un shhhh!! Que no es otra cosa que un silencio obligado. Nuevamente pienso de la fragilidad de de los niños, pobres criaturas inermes a la desgracia, al abandono de los seres inanimados. Colonia Agua Azul, escuela Emiliano Zapata; en algún momento, en algún lugar debimos de chocar, en esa misma escuela, en por esos mismos años, yo llevaba a mi pequeña Yurico. Tu un poco mas de años, pero ni tantos.
No negar, lo que escucho, Guadalupe, muñequita antigua de celuloide prieto, de esas que mi madre jugaba de niña. Guadalupe, enamorada, romántica. Vives entregada al amor, desde muy chica anhelas el cariño que tantos necesitas. Escribes cartas e inventas amores, lo demás es lo demás, escucho alguna vez, y eso hacía desde entonces. Lo demás.
Una noche se levanta sorprendida, algo, que no entiende, no hay explicación. Paso y no existe modo de ocultarlo. De tajo sus juegos con la muñeca muy bonita se quedan abandonados, ahora de golpe, se tenía que emigrar de nuevo.
Finalmente la última parada: Chimalhuacán, otro municipio de los tantos que existe en el estado, se asomo a un ladito del Bordo de Xochiaca, canal que atraviesa como tripa de desagüe al oriente. Cosas de las curiosidades que muchos llaman destinos manifiestos, vecina de esos barrios de Zaraperos, hace tiempo compre un terreno, solo dos meses duro la aventura. Entre moscas y agua hedionda, dimos por finalizada esa incursión a tener un cachito de ilusión.
Me quede sin ganas de regresar, añore entonces mi neza de niño, polvoso, inundado, sucio. Lleno de gente, de pueblo igual de jodidos, pero llenos de sabiduría, sencillo, practica, aunque luego en el cambio de rumbo, todo se halla perdido. “Donde escarbas haces hoyos” decían.
Chimalhuacán a diferencia de su vecino, le echaron todo lo que ya no cabía en otras partes, lanzados, a estas lagunas, para que no estorbaran el progreso del nuevo México moderno… las calles sin trazos ni trazas bien definidas.
Vino la escuela secundaria ya no Zapata el Atila del Sur, ahora era la División del Norte, con Pancho Villa, ya no Doroteo Arango, ahora Francisco Villa. Fugaz su paso, fugaz tus breves amoríos, morenita de tierra caliente. En las instantáneas de la vida te ves tierna, cara redonda, labios hinchados, leve chapitas invisibles, chiquita, morena. Aborigen de mi tierra en donde nací.
Tu padre hombre trabajador se esfuerza en esos años de quita y pon, lo que le toca, una carrera que no es la tuya y un hogar, que empieza a odiar.
De estos días ya muchos años han dejado sus polvos amarillos, ahora estoy de vuelta, y tu Guadalupe, eres de nuevo la flor en medio del desierto. La que mi mano arranca y la llevo a las páginas, de estos libros de historia.