RECOLECCIÓN DE LA ACEITUNA

Cuando el esfuerzo del labrador y el milagro de la Naturaleza han producido su fruto, hay que recogerlo. Higos, uvas, aceitunas, casi todos los productos del campo tienen su recolecta. La de la aceituna es digna de ser recordada por lo que significó en nuestras vidas y para que las próximas generaciones sepan como era la forma de vivir de sus mayores.

Cuando el trabajo es duro y penoso pero inevitable lo mejor es intentar hacerlo con alegría, hacer de las penalidades una fiesta. Esto es lo que ocurría con la recolección de la aceituna. Cuando está madura, en pleno invierno, con la escarcha o el carámbano pegado al fruto, hombres y mujeres se disponían a la recolección, los hombres vareando y las mujeres recogiéndolas.


En esos días el pueblo cambiaba su rutina. Desde muy temprano las mujeres corrían para hacer la compra, las sopitas del almuerzo, la merienda para el campo y hacer los trabajos de la casa. En alpargatas o descalzas corrían alegres porque había llegado el momento de ganar unos reales para pagar lo que debían al comercio, quizás sobrase para comprar alguna cosina que les hacía falta a los mozos y mozas casaderas.

La jornada era de sol a sol y si el día estaba nublado daban de mano cuando comenzaba a obscurecer. La mayoría de la cuadrilla iba andando, los hombres con las alforjas al hombro, las mujeres con la talega de la comida. La faena estaba a dos o tres kilómetros del pueblo, o más, y el camino estaba lleno de obstáculos donde tropezar y regatos que saltar. Cuando volvían al atardecer parecía como si viniesen de las Cruzadas.


Al día siguiente comienza la cuadrilla de las mujeres a recoger la aceituna caída. Las jóvenes a las puntas y las demás en el medio. Cada tres o cuatro mujeres compartían un cesto para ir echando las aceitunas y cuando estaba lleno se vertían en un costal de lona. Había también dos personajes muy significativos: el acarreador y el manijero.

El acarreador es el que lleva las aceitunas que cogen las mujeres a la molina del aceite. Generalmente lleva tres mulos, cada uno capaz de transportar tres costales llenos de aceituna. Según lo alejado que esté el olivar de la molina el acarreador tendrá que darse más o menos prisa. Las mujeres van llenando los costales y cuando hay nueve costales llenos ya puede el acarreador cargar sus mulos y llevarlos a la molina. Allí descarga los costales, echa las aceitunas en la troje, pone los costales vacíos encima de las bestias y corriendo de nuevo al olivar pues conviene que no se le acumulen los costales. Así hasta llevar al molino de aceite todas las aceitunas recogidas en el día.

El manijero es el encargado de que todos trabajen y que todo funcione bien, el capataz. Por la mañana es quien dice: ¡A trabajar! . Poco antes de mediodía, sobre las once, da el grito de ¡Tabaco!. Una pausa de pocos minutos para descansar y liar un cigarrillo si apetece. A mediodía da la orden: ¡A comer! . El es quien dirige la cuadrilla.

El trabajo era duro y había que ir preparado. Las mujeres se ponían dos o tres pares de enaguas y dediles de bellota para que no se les estropearan tanto las manos y para que no se les helasen los dedos de frío. Cuando el día era muy frío el manijero permitía hacer lumbre, incluso la hacía él mismo, para que de una en una fuesen un momento a calentarse las manos. Además cuando les parecía iban a hacer sus necesidades, nunca más de dos juntas y bastante lejos por el pudor de ocultarse a los hombres.

A pesar de la dureza de trabajo el ambiente era festivo, cualquier cosa era excusa para formar alboroto, todo eran bromas y jolgorio, si pasaba alguien por la calleja se metían con él en tono jocoso y si no había con quien meterse cantaban unas preciosas canciones que nada más se cantaba en la recolección de la aceituna y nunca durante el resto del año. Casi todas eran de picadillo, había muchas. Una de ellos se le cantaba todos los días al manijero en cuanto el sol empezaba a caer:

Ya se está poniendo el sol,
y hacen sombra los terrones,
mirar para el manijero,
veras que hocico pone.

Había manijeros que cumplían con su obligación y defendían su sueldo. Otros que parecían el perro del amo, pasándose en su cometido. Estos no abundaban, al menos en la segunda mitad del siglo XX. Había mucha picaresca, todo en broma y acompañado de grandes risotadas. Si la canción no surtía efecto siempre había la graciosa de turno que con la cabeza baja imitaba al búho, como si ya fuese de noche. Eso solía enfadar muchísimo al manijero que lo consideraba como un insulto y a veces para terminarlo de arreglar otra imitaba al lobo y la guasa era completa.

Durante el día se cantaba otras canciones , alguna de ellas era muy bonita:

La aceituna en el olivo,
si no la coges se pasa,
lo mismo te pasa a ti
si tu madre no te casa.

Con las trojes llenas las molinas, o almazaras, están listas para empezar a moler y hacer el aceite. La pieza principal del molino de aceite son los rulos de moler. En la base había una piedra de molino, redonda, de unos tres metros de diámetro, de 50 a 60 cm. de gruesa y con un agujero en el centro de donde salía un eje de acero. A ese eje iban cogidos dos o tres rulos, también de piedra de granito y en forma de cono, que van dando vueltas sobre la base. Encima lleva una torba donde se echan la aceitunas que irán cayendo por su propio peso a la base y los rulos irán triturando y echando hacia afuera la pulpa, que cae a un canal que recorre la parte exterior de la piedra de la base y de allí, empujada por una paletilla que gira también con los rulos va cayendo a un pilón.

Del pilón la pulpa pasará a unos capazos de esparto en forma de boina con un agujero en el medio para permitir el paso del eje. Cerca del pilón habrá una prensa parecida a las que existen hoy para el vino, pero más grande. Es una plataforma de hierro de las mismas características que la base de los rulos, le sale un eje del centro del mismo diámetro que el agujero de los capazos. La parte superior del eje tiene rosca: Un molinero se coloca al lado de la prensa y mete un capazo por el eje, otro molinero le va dando calderos de borra, los vierte en el capazo y con las manos va llenando todo el círculo de la "boina", lleno este le echará un par de calderos de agua hirviendo por encima, meterá otro capazo y así hasta llegar arriba. Después se coloca una plataforma del mismo tamaño que los capazos encima y unos tacos si hiciera falta. Se coloca finalmente una tuerca, con un trinquete para que vaya girando a la derecha y no pueda volver hacia atrás. Esta tuerca es movida por un madero en forma de palanca que manejan tres o cuatro hombres. Con toda su fuerza, empujando juntos hacen un primer prensado. La prensa rezuma un líquido formado por agua, aceite y alpechín. Hacían esto por dos veces, se desmenuzaba después la borra u orujo y se repetía el prensado de igual modo.

El líquido extraído por prensado iba a un depósito llamado infierno de metro y medio aproximadamente de profundidad, con un agujero en el fondo y una canalilla en el brocal. Allí se dejaba reposar hasta que subía el aceite arriba e iba pasando a los depósitos contiguos a través de las canalillas. El molinero al cargo del infierno llevaba cuidado de que el alpechín no llegara nunca hasta arriba. Cuando quedaba poco para llegar arriba se abría el agujero del infierno y saldría el negro alpechín por el regato para abajo. Como todos sabemos el aceite pesa menos que el agua y siempre está arriba. Así por diferencia de densidades iba pasando el aceite por arriba del primer al segundo depósito y de éste al tercero, hasta cubrirlos todos. El aceite ya depurado se llevaba después a los depósitos de las bodegas, los ricos lo hacían en carro y los menos ricos en caballería provista de aguaderas.

Una tarea tenía la capacidad que tuvieran los capazos que podía comprimir la prensa, que según los entendidos era unos 1.000 kilos de aceitunas. El molinero, dueño del molino, cobraba por maquila, o sea en especie, en este caso en aceite, a tanto por tarea. En este siglo el termino medio era de una cántara por tarea -18 litros y medio - y la mitad de la borra.

El rendimiento depende de la calidad de la aceituna, pero los expertos dicen que viene a resultar del 20 al 22 % del peso de la aceituna.

Por mucho cuidado que se tuviese, siempre salía algo de aceite con el alpechín. Los más pobres hacían charquillos y con una cuchara lo cogían por encima y lo echaban en un cacharro a veces para hacer jabón, otras, las más, para comer.

El sistema evolucionó con el uso de motores que reemplazaban la fuerza animal o humana a partir de los años 30, aunque en lo demás permaneció igual. Ya en la segunda mitad del siglo aparecieron las trituradoras mecánicas automatizadas y toda la tecnología que acabamos de describir quedó obsoleta.

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