ÁNIMAS BENDITAS

Como ya se ha dicho más arriba la Cofradía de las Ánimas Benditas se conoce desde el año 1619, pero el petitorio por las ánimas del Purgatorio data de 1828, en el que el Obispo Prior ordenó sacar la campanilla de la iglesia todos los días postulando para la redención de las ánimas del Purgatorio.

Al principio fueron muchas y muy variadas las postulaciones por las ánimas pero en los últimos años en que se mantuvo esta costumbre lo hacían sólo dos señoras vestidas de negro, con las enaguas por la cabeza de las que sólo podía verse la nariz y los ojos.

Este petitorio se hacía por las promesas que algunas señoras ofrecían a las ánimas si intercedían en algún asunto de su interés. El dinero recaudado era para misas en beneficio de aquellos difuntos cuya ánima pudiese vagar por el Purgatorio, para ayudarles a expiar sus pecados y conducirles al Cielo.

La señora hablaba con el cura, le exponía las razones de su promesa y solicitaba permiso para pedir las ánimas por el pueblo con la campanilla de la iglesia. Si el sacerdote estaba conforme con el asunto le daba fecha y prestaba la campanilla, confiando en que lo recaudado se destinase para la misa pero nos consta que no siempre era así. Hubo quien lo hizo en beneficio propio, sobre todo en los años de la posguerra.

En esos tiempos las alcuesqueñas eran muy aficionadas a pedir las ánimas. Cada dos por tres podía encontrarse un par de bultos negros por la calle con una campanilla. En las noches oscuras llevaban además un farol. Sonaba la campanilla:

- ¡Dilín tilín¡, ¿ánimas?..., ¡dilin tilin! , ¿ánimas?...

Y así daban toda la vuelta al pueblo. Las personas que tenían la voluntad de dar alguna limosna llamaban desde su postigo con tanto miedo como respeto:

- ¡Animas¡

Sacaban sólo la mano y sin mirar a las ánimas - no debía romperse el anonimato de las penitentes -, por el postigo les daban alguna moneda.

En aquel tiempo las calles del pueblo estaban muy oscuras por la noche y había quien se aterrorizaba al encontrarse con las ánimas benditas. Cuando los niños oían las ánimas no se movían de la lumbre y del lado de los mayores y los mayores si tenían que andar por la casa lo hacían con el candil y no a obscuras como lo hacían en otras ocasiones, tal era el temor que el espectáculo producía.

En la posguerra hubo tanta miseria y necesidad que las limosnas escaseaban y las ánimas metían la campanilla dentro de las casas por el postigo de la puerta y pedían muy insistentemente

- ¡Dilín tilín, dilín tilín, ánimas, ánimas, ánimas...!!!

Alguien desde dentro de la casa respondía con voz triste y apagada:

- Perdone por Dios, ánimas, no tengo nada.