CARBÓN

En las dehesas de Alcuéscar se hacía todos los años grandes carboneras. Se dividía las dehesas en distritos o parcelas, normalmente tres o cuatro por dehesa. En cada uno de ellos periódicamente se podaba los árboles y se entresacaba los que por falta de vigor o proximidad a otros árboles no parecían crecer bien. Con la leña producto de la poda y la tala de árboles viejos o defectuosos se producía carbón.

Los trabajos del carbón comenzaban después de pasar la montanera y el cebado de los cochinos, seguían el siguiente proceso:

Primero pasa el guarda de la finca y señala los árboles que hay que arrancar en el distrito que toca podar. Hecho esto pasa la cuadrilla de cortadores y arrancadores, a los que siguen despicadores y serradores. Los cortadores con sus hachas bien afiladas subirán al árbol y sin más apoyo que las propias ramas cortarán las que haya que podar. La cuadrilla va por parejas, si la cuadrilla es - por ejemplo - de diez hombres, cogerán una hucha de cinco árboles. uno por cada dos cortadores.

Los arrancadores van en grupos de 4 ó 5. Con la cavaera descuajan y cortan las raíces haciendo un enorme hoyo y dejando a la encina o alcornoque descarnada. Tiran entonces de ella con una soga resistente hasta echar el árbol abajo. La caída del árbol se celebra con gritos y desplantes como si de un gigante se tratara.

Detrás va la cuadrilla de despicadores, cortando en trozos manejables los troncos que han dejado los anteriores y separando los palos gordos de las taramas. Por último pasan los serradores partiendo en trozos pequeños lo que han dejado los despicadores.

Las costumbres y reglas de los oficios de aquella época eran claras y sencillas, respetadas por todos. Su origen se pierde en el tiempo, suponemos que son tan antiguas como las actividades que regulan. Veamos algunas relativas a las cuadrillas de leñadores :

Los hombres encabezados por el manijero - el capataz - estaban en el corte al clarear el día. Antes de empezar el trabajo se hacía una gran hoguera y el manijero designaba a uno de los jornaleros - generalmente un muchacho, o el más débil, o el más viejo - como ranchero, aguador y burrero. Cuando salía el sol el manijero daba la voz ¡ A trabajar ! y todo el mundo se ponía a trabajar. Sobre las diez el manijero daba una nueva voz ¡ A almorzar !, y todos corrían porque no sólo tenían que hacer las sopas del almuerzo y comerlas sino, además, preparar el puchero para la comida del mediodía. El manijero señalaba el final del tiempo libre , ¡ A trabajar !, y todo el mundo volvía al trabajo.

El ranchero se encargaba de echar agua a los pucheros de todos y remover la comida si era necesario para que no se quemara ni pegase. Si había que añadir carne, tocino y otra cosa no lo hacía el ranchero sino el propio interesado en el tiempo del próximo cigarrillo que será alrededor de las once.

A mediodía el descanso para comer es más largo. Por la tarde se hace un par de pausas para tabaco y a la puesta de sol se acaba la jornada. En aquellos tiempos el tabaco se vendía en cajas de picadura listo para liar. Los hombres lo llevaban en una petaca de cuero endurecido y también llevaban un librillo de papel de fumar. El tiempo de descanso era aproximadamente el que se tardaba en liar el cigarrillo, encenderlo - que como se verá más adelante no era tarea fácil antes de la aparición del encendedor - y fumarlo.

De vez en cuando alguien dice ¡Agua al corte! y el aguador con un cántaro de barro y una medida llevará el agua al que la ha pedido. A éste no le está permitido dejar agua en la medida ( que es un vaso de hojalata, con asa ) porque todos tienen que beber en el mismo recipiente.

Podría ocurrir que un trabajador tenga que hacer sus necesidades y por descuido o torpeza lo haga por delante del corte, es decir, en la zona que aún no se ha trabajado y por la que se pasará después. Si alguien lo ve comenzará a rebuznar y a pedir un burro. En el próximo descanso todos los jóvenes se movilizan para embromar al despistado. Unos lo cogerán por los brazos, otros por las piernas y uno de ellos se erige en burro, con un pedazo de leño entre las piernas y siempre rebuznando le dará al infractor unos buenos zurriagazos en el trasero. Algunas otras infracciones pueden castigarse del mismo modo. Los más mayores o los que no quieren intervenir se quitan la gorra o se la ponen del revés en señal de conformidad con lo que se está haciendo.

Pasadas las cuatro cuadrillas - cortadores, arrancadores, despicadores y serradores - la leña está picada y comienza el rodeo, que siempre se realizaba con zorras - carretas de ruedas muy pequeñas tiradas por bueyes - que por ser tan bajas eran fáciles de cargar y casi imposibles de volcar. Estas carretas llevaban la leña por sierras y llanos hasta el lugar donde se iba a hacer la carbonera. Allí el carbonero colocaba los palos y troncos de punta dando la forma redonda a semejanza de un chozo grande.

Amontonada la leña procurará el carbonero experto rellenar los huecos con los palos más menudos dejando bien lisa y redonda la superficie del horno. Encima le echará una capa de: escobas, juncos, jaras o lo que más a mano tenga. Cubre después todo con una capa de tierra y pone unos leños en forma de escalera para poder subir y andar por el horno. Y ya sólo hay que esperar.

Se hace varios hornos, dependiendo de la cantidad de leña que haya que carbonizar. Se construye los hornos a pocos metros unos de otros. El carbonero prende fuego a los hornos y comienza la combustión parcial de la leña. Para controlarla, el carbonero tendrá un tizonero que no es más que una vara larga con la que puede pinchar la superficie del horno y abrir huecos - lumbreras - por los que entrando el aire avivará la combustión. El carbonero por las noches saldrá del chozo y vigilará que todo esté en orden. La actividad es peligrosa y hay que saber atacar el horno sin romperlo y mantener la cocción uniforme. Más de una vez ha sucedido que el horno se trague al carbonero y haya muerto abrasado.

El tiempo de cocción depende de la forma de trabajar de los carboneros o del tiempo que hayan invertido en aligerar el horno ya que por medio de las lumbreras - tomas de aire - puede cocerse antes o después. El carbonero que examina continuamente el horno con su tizonero y ve como baja su volumen sabe cuando el carbón está hecho. Entonces tapa completamente todos los agujeros, toda la 'respiración' del horno. Al no tener ninguna toma de aire en dos o tres días se apagará.

Se abre entonces el horno en círculos formando dos ó tres anillos, para que se enfríe y debe vigilarse un par de días por si reavivara algún foco de lumbre y apagarlo. Así ha quedado el carbón listo para su venta, vendrán los mayoristas que lo llevarán para surtir las cocinas de España, que hasta finales de la primera mitad del siglo XX eran casi todas de carbón, las locomotoras, las calderas de los barcos, etc.

Terminada y abandonada la carbonera en los asientos aún quedaba algo de carbón muy menudo llamado carbonilla, que normalmente recogían las mujeres y hombres sin trabajo, escarbando la tierra quemada. La vendían para uso en las cocinas del pueblo con lo que sacaban su jornal.

Había también quien se dedicaba a hacer picón, que obtenían quemando leña menuda que en seguida apagaban con agua. Se ganaban un jornal con dos ó tres sacos de picón. El picón se usaba - y se sigue usando - para los braseros en invierno.