GUERRAS CARLISTAS

Muerto Fernando VII en 1833 sin un heredero varón la sucesión del trono de España fue disputada por su hija Isabel y su hermano Carlos. Por la Ley Sálica introducida por Felipe V en 1713 se impedía que el trono pasase a una hembra, sin embargo Carlos IV en 1789 hizo aprobar una ley, la Pragmática Sanción, que derogaba la Ley Sálica. Aunque aprobada por las Cortes no entró en vigor pues no fue promulgada.

Viendo Fernando VII que se acababa su tiempo sin descendencia de hijos varones decidió en 1830 desempolvar y promulgar la Pragmática Sanción para conseguir que su hija Isabel accediera al trono y la nombró princesa de Asturias. Carlos, hermano del rey, y sus partidarios no aceptaron la validez de esta vieja ley y rechazaron aceptar a Isabel como reina de España. Este fue el origen de las guerras carlistas. A la muerte de Fernando VII unos proclamaron reina a Isabel II y otros a Carlos V. No hay que confundir a este Carlos V de España - que nunca llegó a reinar verdaderamente - con el emperador Carlos I de España y V de Alemania, nieto de los Reyes Católicos y primer rey de la casa de Austria en nuestro país, que reinó tres siglos antes.

Si bien la causa dinástica es innegable había también un trasfondo político y social en ellas. Los primeros conatos de guerra civil datan de 1830 ( guerra de los agraviados ) y el partido carlista vino a ser continuador de lo que desde 1823 - antes de que existiese problema sucesorio - se venía llamando partido apostólico. Simplificando posiciones podríamos decir que el partido isabelino era más liberal y el carlista más reaccionario y conservador. En cierto sentido las guerras carlistas fueron un precedente de la guerra civil de 1936.

Hubo tres guerras carlistas. La primera, de 1833 a 1840, terminó con la fuga a Francia del pretendiente Carlos y el abrazo de Vergara con el que sellaron la paz los generales Maroto (carlista) y Espartero (isabelino). La segunda (1847-1849 ) fue tan sólo una serie de escaramuzas en Cataluña, secuelas del enfrentamiento anterior.. La tercera (1872-1876 ) surgió al renovar la aspiración al trono el hijo del pretendiente Carlos V - Carlos VI - tras la abdicación de los supuestos derechos realizada por su padre. Extendió su campo de batalla por el País Vasco y Cataluña. Esta tercera guerra tuvo su origen, entre otros factores, en el nuevo auge del partido carlista tras la Revolución de 1868, cuando entró en sus filas gran parte de la derecha española.

La primera guerra carlista fue la única de alcance nacional y en la que la participación de Alcuéscar fue notable y gloriosa como veremos a continuación. En 1836 el general carlista Gómez realizó su célebre expedición atravesando la Península de Norte a Sur, invadiendo la Mancha, Extremadura y gran parte de Andalucía, donde la guerra carlista aún no había llegado. Este acontecimiento lo cuenta don Eduardo Hernandez Pacheco. en su relato novelado La Brigadiera Después de contarnos los hechos de la batalla de Arroyomolinos sigue hablando de su abuelo: Don Diego Pacheco Antillana (1783- 1844) que cuando terminó la guerra de la Independencia era capitán y pasó al sur de Francia, ocupada entonces por el ejército español. De allí pasó a América meridional a las órdenes del general Morillo. Con la capitulación de la batalla de Ayacucho en 1823, regresó como brigadier a España y a su pueblo con 35 años de edad y una brillante carrera. Hemos resumido el relato en las siguientes páginas:


LA BRIGADIELA
Resumen del relato novelado de D.Eduardo Hernández Pacheco

En su villa natal se casó con Doña Jerónima Pavón, la más distinguida y guapa señorita del lugar, de unos 17 años de edad. Su esposa, la jovencita pueblerina, no tenía el poder sobrenatural de la diosa Calipso, ni las dotes mágicas de la encantadora Circe para sujetar al flamante y moderno Odiseo, sino únicamente su esplendorosa juventud, su gran belleza y un extraordinario e intenso apego al ambiente rural en que había nacido y desarrollado. Y como condición general femenina, la tenacidad y la perseverancia.

Poco tiempo después de casado fue nombrado Gobernador militar de Jaén, pero su esposa no lo siguió y él volvió en menos de un año, consiguiendo el Gobierno militar de Cáceres. El matrimonio se trasladó a vivir a la capital que entonces era una ciudad de abundantes casas fuertes con altos torreones almenados, matacanes y balcones pétreos de esquina. En el vecindario existía rigurosa separación de clases sociales: El primer lugar lo ocupaba la aristocracia latifundista y en extremo orgullosa. La segunda clase social era la judicatura con su abundante complemento de abogados, procuradores, escribanos, alguaciles y demás del oficio, pues Cáceres era y es Audiencia Territorial. Con esta clase alternaba la clerecía, también muy numerosa. El resto social era plebe y morralla despreciable.

La joven gobernadora no encajó en el ambiente de la ciudad y acabó por pasar temporadas cada vez más largas en el pueblo, donde iba el gobernador en su caballo trotador en cuanto podía y tenía ocasión. Pero el brigadier tuvo suerte, una orden oficial dispuso que cada jefe eligiera el lugar que creyera más adecuado para la defensa de sus territorios. La Comandancia General de la Extremadura Central le correspondió a don Diego Pacheco. Este solicitó y se le concedió que la villa de Alcuéscar se convirtiera en el Cuartel General de Extremadura.

Lo sorprendente del caso es que le correspondía por derecho propio pues la villa de Alcuéscar está precisamente situada en la divisoria de aguas entre el Tajo y Guadiana; equidistante de las tres ciudades más importantes del distrito: Cáceres, Trujillo, Mérida y es el paso más fácil de una cuenca fluvial a la otra. Tiene excelentes condiciones estratégicas y es el paraje donde se dio en 1811 la célebre batalla de Arroyomolinos cuyo nombre figura en la columna triunfal a Wellington en Trafalgar Square, en Londres.

Don Diego y su bella esposa doña Jerónima se dedicaron de lleno ya sin trabas a la patriarcal y bíblica tarea de traer descendencia y al cuidado y desarrollo de su hacienda rústica y pecuaria.

El brigadier siempre estuvo pendiente de su obligación de vigilar las tropas de milicianos voluntarios de su distrito. El grupo de milicianos de Alcuéscar y Albalá, era el más disciplinado, entusiasta y de absoluta confianza del general.

Los soldados de Alcuéscar hacían ejercicios militares los domingos en el prado comunal ( donde estaban las eras, hoy Centro de Minusválidos ). El tío Rubio, entonces joven, ( dueño de la finca el Rubio que veremos en otro capítulo más adelante ) era un voluntario de plena confianza de don Diego. De vez en cuando el general, a caballo, con su ordenanza pasaba revista a las tropas.

Un día estaba el general en casa y llegó el soldado Rubio, presuroso y sofocado:

- Mi general, los facciosos están llegando al pueblo y vendrán a prenderle. Huya usted.
- Que lleven los chicos a casa de los parientes - dijo el general a su esposa, y dirigiéndose a Rubio y a las dos criadas presentes continuó - ¡Ojo!, don Diego salió esta mañana, hace un par de horas, a caballo y no sabéis nada más de él, recordadlo.

Sin quitarse las zapatillas salió el general por la puerta trasera seguido de Rubio y llegaron al campo. Al rato regresó el miliciano y le dijo a doña Jerónima:

- Don Diego se ha internado entre los olivares. No le encontrarán.

A los dos minutos llegó a la casa un pelotón de soldados. El oficial al mando entró en la estancia a continuación. Les recibió doña Jerónima, sin perder la serenidad

- El brigadier ha salido - dijo al oficial.
- ¿Dónde ha ido ? - preguntó éste
- Cuando sale, nunca dice donde va. Puede haber ido a Montánchez, a Trujillo o a Cáceres...
- Me han dicho que estaba en casa, pues le han visto en la plaza - indagó el oficial
- Y le habrán dicho verdad, pues no hace más de dos horas que marchó.

Esta escena se desarrollaba en el zaguán. Acompañaban a doña Jerónima las dos criadas y Rubio. El oficial ordenó:

- ¡ Cabo López ! Registre usted con dos números, con cuidado, la casa y vea si hay caballos en la cuadra.

El cabo López con dos soldados y Rubio, se internó en la casa. Doña Jerónima con las dos criadas, el oficial y cuatro soldados quedaron en el zaguán, en silencio. Uno de los soldados dio un suave pellizco a la criada joven y ésta dio un chillido

- Señor oficial - dijo doña Jerónima - le rogaría que ordenase a sus hombres que no molesten a las criadas.

El oficial dirigió una mirada iracunda al soldado. Otro de éstos, que estaba junto a la cantarera, hizo ademán de coger el jarrito de barro para beber. La brigadiera intervino y dijo al soldado

- Aguarde Ud.- y dirigiéndose a la criada vieja: - Luisa, con el permiso del señor oficial saca un jarro de vino para que estos hombres se refresquen. - Y como explicación dirigiéndose al oficial prosiguió - Mi esposo me tiene dicho que cuando vengan soldados forasteros, los convide; y aunque ustedes por lo que veo son contrarios, no dejan de ser soldados, y yo hago lo que me tiene encargado mi marido.
- Comprenderá usted, señora, que yo cumplo con mi deber -.respondió el oficial mansamente.

La criada volvió con un gran jarro de vino. Doña Jerónima llenó un vaso y lo ofreció al oficial, diciendo

- Si usted quiere aceptar...

El oficial, haciendo una reverencia, lo tomó y bebió la mitad. Los soldados que habían quedado, bebieron servidos por la criada. El cabo López regresó de su inspección, se cuadró, saludó militarmente al oficial y le dijo

- En la cuadra no hay caballería alguna - por suerte las habían llevado al empastado por la mañana temprano - ni nadie más en la casa. El oficial hizo otra reverencia a la señora y se marchó con su tropa.

Los carlistas impusieron al Ayuntamiento una contribución extraordinaria de veinte mil reales, que se hizo efectiva el mismo día. Se racionó el pan, el vino y la cebada. Requisaron diez caballerías y tres acemileros y por la tarde, después de vísperas, abandonaron el pueblo. En el camino de Arroyomolinos asesinaron al secretario del Ayuntamiento de Marpartida y a otro prisionero civil porque les estorbaban.

El brigadier regresó al día siguiente, aspeado por culpa de las zapatillas con las que huyó. Le acompañaba el miliciano Rubio y el mayoral de las ovejas, en cuyo chozo había pasado la noche. Su esposa le relató la escena de la víspera, y don Diego le dijo:

- Has tenido suerte de haber tropezado con un oficial que debe ser un caballero. Más vale así.

El brigadier extendió por el distrito un eficaz servicio de información. En el mes de mayo, las fuerzas carlistas del cabecilla Cuesta pasaron desde la provincia de Cáceres en dirección hacia Mérida y la llanura del Guadiana. Esta vez perfectamente informados del movimiento se movilizaron las milicias de Alcuéscar, Arroyomolinos y Albalá y cuando los carlistas pasaron por el cercano puerto de la Herrería el brigadier con sus voluntarios les siguió cautelosamente por el del sur de la Peña del Centinela y el Oeste del valle del Aljucén, cayendo sobre ellos cuando estaban en los alcornocales del prado del río Lácara, entre Carrascalejo y la Nava de Santiago. Este fue el último combate que consta en la hoja de servicios del ilustre militar. Los carlistas sufrieron una gran derrota; tuvieron una docena de bajas, dejando en el campo de batalla cuatro muertos y todo el bagaje y la impedimenta; que resarció a los de Alcuéscar de la anterior requisa de caballerías. Entre los gubernamentales hubo que lamentar un muerto de Albalá, dos heridos y tres contusos, entre ellos el brigadier que cayó rodando con el caballo al saltar uno de los brazos del Lácara cubierto de grandes nenúfares.

La reducida columna regresó victoriosa a la pequeña metrópolis militar de Alcuéscar. El general venía en un mulo de paso más cómodo pero al llegar a la cuesta de Mérida montó en su caballo para hacer la entrada triunfal en la villa. Junto al pozo del Granado, a las afueras, aguardaban las autoridades, el pueblo y la chiquillería. Las dos sonoras campanas y el esquilón de la iglesia repicaban a gloria, a victoria y a alegría. A la puerta del templo esperaban el cura Limones, el presbítero Cáceres y demás clerecía. Llegaron presurosos los representantes de Albalá, avisados por el emisario que desde el campo de batalla se despachó en una jaca marchadora llevando la noticia a su aldea con toda velocidad. También acudieron los de Arroyomolinos. El brigadier, renqueando por causa del golpazo, ocupó juntamente con las demás autoridades los sitiales de preferencia y las voces vibraron en la iglesia en el Te Deum Hymnus.

Había cumplido o estaba para cumplir don Diego los 61 años cuando durante la mañana del día de la Asunción estando afeitándose le dio un ataque de apoplejía y murió. Sic transit gloria mundi .