CURANDEROS

En todas partes hay personas, los curanderos o sanadores, que afirman poder curar algunas enfermedades. También en Alcuéscar. No vamos a valorar estas prácticas ni la eficacia de los tratamientos, simplemente a enumerar algunos como datos curiosos.

Para curar las verrugas el curandero hace tantas cruces con hojas de olivo como verrugas tenga el paciente. Después reza o invoca algún tipo de ritual y las esconde en algún lugar por donde no haya de pasar el afectado. Se dice que al cabo de unos días las verrugas desaparecen.

Para el culebrillo también se ofrece una curación mágica. Se refiere al herpes zóster, enfermedad vírica que afecta los trayectos nerviosos y que produce una erupción cutánea localizada, a veces muy dolorosa. Según el ritual el curandero debe hacer nueve paquetes con paja de avena y quemar cada día uno de los paquetes. Esto puede hacerlo el mismo enfermo.

Es cierto que muchas personas que han recibido este tipo de tratamientos afirman haber curado. Siempre se había dicho que no se podía cobrar cantidad alguna por estas sanaciones, sólo podía aceptarse la voluntad, pero a partir de la segunda mitad de este siglo ya es frecuente que se cobre cantidades entre 2.000 y 5.000 pesetas.

Son varias las personas que a lo largo de los siglos han curado en Alcuéscar. En este siglo hemos conocido a la tía Marijuana la Jala. Era muy apreciada por todo el pueblo porque tenía cierto don para curar y remediar torceduras, culebrillos, fracturas, etc. En aquellos años eran pocos los que tenían dinero para pagar al médico y la tendencia de la gente era ir primero al curandero que, al menos, no cobraba nada. La señora Marijuana no cobraba ni siquiera la voluntad. Eran años muy difíciles en los que casi nadie tenía nada. Para algunos remedios hacía falta ingredientes, por ejemplo para ciertas fracturas se elaboraba una especie de escayola a base de algodón, pez de zapatero y clara de huevo batida a punto de nieve. Pues se daba el caso de que alguien no tuviese medios de comprar la pez y llevase un trozo de cristal que bien machacado en el almirez podía usarse en su lugar. Y respecto al huevo, había quien pedía y se llevaba la yema para aprovecharla.

Para la fiebre terciana había un ritual muy curioso. El afectado tenía que coger un puñado de sal y recitar sobre un pozo :

Buenos días señor Salomón,
Tercianas traigo, tercianas son
Aquí las dejo ¡quede usted con Dios¡

Tiraba a continuación el puñado de sal en el pozo y salía corriendo sin mirar para atrás, si miraban la cura no tendría efecto.