D.EDUARDO HERNÁNDEZ PACHECO Y ESTEVAN

Hijo y nieto de los generales Pacheco. Las enciclopedias dicen que nació en Madrid, en 1872. Tal vez por motivo casual o para asegurar mejores condiciones asistenciales el parto se produjo en Madrid pero hemos de considerarle como hijo de Alcuéscar, donde nacieron su padre y su abuelo y donde la familia tenía su residencia habitual. Falleció el 6 de marzo de 1965 en Alcuéscar, su pueblo. La Enciclopedia Universal Ilustrada Espasa Calpe ( 1925, tomo 27 pág 1232 ) dice de él lo siguiente:

Geólogo y arqueólogo español nacido en Madrid en 1872. Cursó el bachillerato en Badajoz y se doctoró en ciencias naturales. Fue auxiliar de la Universidad de Valladolid y catedrático del Instituto de Córdoba hasta 1910 en que por oposición fue nombrado Catedrático de Geología de la Universidad Central, desempeñando también la Cátedra de Geografía Física. En 1907 fue incorporado en comisión al Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid y por encargo de la Sociedad Española de Historia Natural exploró detenidamente algunas islas del Archipiélago Canario, publicando una extensa monografía como resultado de sus estudios En 1911 y 1912 viajó por el extranjero ampliando sus conocimientos en los principales centros científicos. Hernández Pacheco es jefe de la sección de Geología y Paleontología del Museo Nacional de Ciencias Naturales; dirige la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas, que fundó y organizó; es vicepresidente de la Asociación Española para el progreso de las ciencias; ex presidente de la Sociedad Española de Historia Natural; académico de la de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales; miembro del Consejo del Institut International d´Anthropologie de París; correspondiente de la Academia de Ciencias de Lisboa y de otras nacionales y extranjeras; colaborador de la Revue de Géologie, Revue Anthropologique, etc. Sus trabajos están orientados hacia el conocimiento histórico natural de la península Ibérica. Entre sus publicaciones de índole geológica pueden señalarse Compendio de Geología, Estudio de las algas y gusanos fósiles de silúrico inferior en Alcuéscar , Estudio geológico de Lanzarote y de las Islas Canarias, Itinerario geológico de Toledo a Urda, Elementos geográficos y geológicos de la península Ibérica, Síntesis geológica del Norte de la península Ibérica, Los vertebrados terrestres del mioceno en la península Ibérica, Geología y Paleontología del mioceno en Palencia, Mamíferos cuaternarios de Valverde de Calatrava, etc. Entre sus trabajos de carácter prehistórico destacan los siguientes: Los martillos de piedra de las antiguas minas de cobre de la Sierra de Córdoba, Las tierras negras del extremo sur de España y sus yacimientos paleolíticos, Evolución del arte prehistórico en España, La vida de nuestros antecesores paleolíticos, Exposición de arte prehistórico español, etc.

Hemos abreviado la lista anterior para no cansar al lector. Esa nota biográfica sobre el profesor Hernández Pacheco se escribió alrededor de 1925, cuando contaba unos 53 años y cuarenta años antes de su muerte, por lo que no recoge más que una pequeña parte de sus trabajos y de su valía profesional.

Hemos recurrido numerosas veces a su obra a lo largo de estas páginas tanto en lo científico como en lo histórico y literario. Su obra es una referencia ineludible para el conocimiento de nuestro pueblo. Fue nombrado hijo predilecto de su villa natal y por su talento fue conocido por el Sabio Extremeño, autor de muchos libros importantes que hicieron mucho bien al conocimiento de nuestro suelo, y a la cultura de España. Casó con doña María de la Cuesta Catalán, con la que tuvo dos hijos y de la que enviudó a la edad de 56 años.

Amó mucho a su tierra y se destacó en la defensa del obrero. Cuando se proclamó la segunda República la defendió con entusiasmo.

Este narrador recuerda haberle visto en la década de los 40, con bastón y barba blanca, un venerable anciano que infundía enorme respeto. Sus últimos años fueron de sufrimiento, una larga enfermedad le dejó postrado en cama y fue necesaria la amputación de una pierna. Lo atendía su amigo don Antonio Puerto quien para distraerle le leía casi continuamente, incluso sus propios libros.

Fue un hombre de inteligencia y dotes excepcionales. No sólo en su especialidad sino en todos los ámbitos del conocimiento. Escribió algunos relatos, historias noveladas, a una de las cuales - La Brigadiera - nos hemos referido más arriba. Es la única novela que sepamos existe ambientada en Alcuéscar y en homenaje a su ilustre autor reproducimos a continuación, ligeramente condensado, uno de sus párrafos más divertidos:

LA FINCA DEL RUBIO

La historia sucede en Alcuéscar. El Rubio era una finca situada a continuación de la Huerta de la Orden y que en los años 50, cuando se escribió el libro, pertenecía al autor del mismo:

El tío Rubio no era rubio. Era moreno pero nadie conocía su nombre, cuando iba a sacar algún documento oficial siempre tenía que decir que él no se llamaba Rubio, que eso era el mote que ya le venía de sus antepasados.

Al terminar la primera mitad del siglo XIX, el tío Rubio era propietario de una pequeña parcela de terreno o veguilla, en la que brotaba un manantial bajo la hermosa sombra de una higuera, que extendía sus ramas cobijando un amplio espacio de agradable estancia, donde el tío Rubio dormía sus siestas y recibía las visitas.

Había arreglado el manantial de tal forma que el agua brotaba del fondo de un pocillo de como un metro de profundidad, revestido con mampostería de grandes piedras colocadas en seco, de allí pasaba a una charqueta desde donde se repartía el agua para regar una parte de la veguilla, donde se cogían frondosas hortalizas; la otra parte estaba dedicada a sembrar carillas, melones, sandías y el ribazo para atar el jumento del tío Rubio.

El pequeño tesoro del tío Rubio lindaba por tres rumbos con una finca de la viuda del brigadier Pacheco, posesión que la viuda había aportado al matrimonio. Tal posesión era diez veces más extensa que la veguilla del tío Rubio. Una parte estaba plantada de olivos que databan del siglo XVII, otra parte era olivos de los primeros años del siglo XIX, y el resto tenía algunos olivos descarriados que pertenecían al viejo olivar y la tierra se solía sembrar de trigo.

La finca tenía dos entradas, una por el camino de la cuesta de Mérida y otra por una angosta calleja que partía de la amplia del Parral, hasta un viejísimo olivo llamado el Romano. La calleja apenas daba paso a una bestia con serón o aguaderas. En las paredes crecían las zarzamoras, el rusco, esparragueras, el orégano y grandes cañahejas. También había culebras y pájaros que salían revoleteando por todas partes. La calleja desapareció más tarde con la compra de la veguilla, pero antes dice don Eduardo:

Una tarde tres conspicuos varones avanzaban lentamente por la callejilla camino de la fuente del tío Rubio para fumar un cigarrillo a la sombra de la higuera y beber la fresca agua del manantial. El más viejo era el párroco, el cura Limones, persona inteligente y discreta, de carácter enérgico y un tanto autoritario y dominante. También de edad madura era don Atanasio, funcionario del Ministerio de Hacienda, que había solicitado la jubilación y regresado de Madrid a su pueblo para atender su quebrantada salud. El tercer paseante era Pavón, estudiante con espolones, o sea que había pasado de pollo. Cursó la carrera sacerdotal en Badajoz, y cuando se aproximaba la cuestión de votos y ceremonias, torció rumbo y cursó Derecho en las universidades de Salamanca primero y después en Madrid. Era algo aficionado a la Historia y a la Literatura y mediano latinista. Tenía cierta semejanza espiritual con el bachiller Sansón Carrasco, el compatriota de Don Quijote de la Mancha. Porque no acabó la carrera, cuando se cansó de estudiar, buscó novia, se casó, y fue pontífice máximo y caíd de la cábila de Carmonita, aldehuela cercana a Alcuéscar; entonces entre jarales y de donde se decía que tenían que tener con tapadera los pucheros arrimados a la lumbre para evitar que los conejo se metieran en ellos sin despojarse primero de la piel; pues tal era su abundancia que surgían por doquier.

Cuando los tres paseantes llegaron al final de la callejilla se sentaron en el ribazo donde crecía el centenario olivo solitario y discutieron la edad que podía tener el árbol y convinieron en que debía ser muy anterior al descubrimiento de América y de la dinastía de los Trastamara.

De allí pasaron al reconocimiento de otros dos grandes y ancianos olivos que había en un ribazo, muy juntos y con la particularidad de estar fuera de línea, hicieron sus comentarios y lo dejaron. Pasaron un par de días y volvieron a la carga, pero en esta ocasión debajo de la higuera y en presencia del tío Rubio, que ni entendía ni le importaba un pimiento el problema. Pero después de la polémica de los tres caballeros decidió intervenir y como en Alcuéscar los motes abundaban tanto como los apellidos, el tío Rubio se limitó a hacer de San Juan Bautista, poniéndole a los olivos: Beltraneja, Morisco y Rey.

Fallecido el general don Diego Pacheco, la viuda doña Jerónima Pavón quedó al cargo de la dirección y administración de la hacienda familiar y al cuidado y crianza de sus cinco hijos, todos varones; el primero, mocito y el más pequeño de dos años. Aunque fueron estudiantes por más o menos tiempo, ninguno terminó carrera sino que acabaron en labradores y ganaderos; excepto el menor que por decisión unánime familiar dio con su cuerpo en el Alcázar de Toledo, de donde salió oficial de infantería. Fue un excelente y bravo militar, alcanzando la mayor parte de su ascensos por méritos de guerra, pero el destino no le presentó las ocasiones que a su padre. Cuando le alcanzó la edad reglamentaria, se retiró con el empleo de general de brigada como su padre, volvió a su pueblo natal, donde se especializó en la caza de codornices y amplió y mejoró la finca familiar.

Don Diego desde siempre estuvo muy interesado por la veguilla y le tenía dicho al tío Rubio

- Si un día quiere usted vender el vergel cuente conmigo primero que con nadie.

La viuda del brigadier que hizo de Alcuéscar capital militar del distrito de Tajo a Guadiana siempre gozó de gran consideración y respeto en el vecindario, que la llamaba por antonomasia la Señora y más generalmente la brigadiera, que por corrupción popular pasó a brigadiela.

Pasaron unos años y el tío Rubio tuvo que enfrentarse con la realidad que tantos años había esperado, las hijas querían casarse y había que tomar una decisión. Así que fue a ver a la brigadiera y le dijo

- Señora, a falta de su esposo que en gloria esté, vengo a hablar con usted para venderle la veguilla, cumpliendo la palabra que le di a don Diego, que de deshacerme de ella, se la vendería a él antes que a nadie, pues necesito el dinero para el ajuar de mis dos mozas que se casan las dos con forasteros; una en Albalá y otra en Mérida donde está sirviendo. Cuando la veguilla sea de usted y mientras tanto que le convenga sembrarla de menudencias de verano, quisiera me la dejara en aparcería a medias antes que a otro.

La brigadiera le dijo

- Y , si me desazonara contigo, por cualquier causa te quitara la veguilla y se la diera a otro, ¿qué harías?

- Bien sabe usted, señora, - respondió el tío Rubio -, que eso que dice es cosa más de decir que de hacer; pero si tal caso por un aquél llegase a suceder lo sentiría por el mucho trato que tengo con esta casa y buscaría otra grande del pueblo a la que servir, que me diera arrimo y amparo.

La brigadiera sonrió y le despidió diciéndole

- Vuelve dentro de un par de días de que yo me entere de lo que puede valer la veguilla y te daré el dinero.

La compraventa se arregló fácilmente. Como el tío Rubio no tenía documento alguno de propiedad y ésta era casi un trozo de la finca fue absorbida y englobada en la misma sin ningún problema, pasando a ser el Rubio la finca de doña Jerónima sin hacer escritura pública ni privada. El secretario del Ayuntamiento extendió un simple recibo y así dejó de existir la veguilla como finca rústica.

No conocemos el precio de la veguilla, pero sabemos que hubo bastante para las dos bodas y con lo que sobró para comprarse el tío Rubio un chaquetón que fue una auténtica novedad en Alcuéscar.

En la finca la única transformación que hubo fue la de romper las lindes. Por lo demás el tío Rubio se quedó como aparcero y como todos los años cuando había que desvaretar los olivos, tapar portillos, cortar zarzas y malezas, lo hacía echando unas peonadas, que entonces se pagaban a tres reales, que se podían adquirir tres panes de a dos libras y sobraba para una tagarnina de a cuarto y la cuarta parte de las hojas de un librillo de papel de fumar. Con las varetas de los olivos el ingenioso hortelano hacía cestos para la recolección de la vendimia y aceituna.

El tío Rubio desde el primer año de su nuevo régimen demostró ser un hombre inteligente y diplomático. Un día se presentó en el olivar el tío Chulo el Tuerto, con un corvillo en la mano.

- Buenos días.

- Buenos días, ¿ a dónde se camina ?

- Pues a desmamonar los olivos de la brigadiera. Anoche estuve hablando con el aperador y convinimos en ello,. Me hace falta ganar unos cuartos antes que maduren las uvas y me vaya a guardar la viña de Cantarranas. Echaré un trago de agua y comenzaré la tarea.

El tío Rubio le dirigió una torva mirada al tuerto y le dijo:

- Ni Frasco te ha dicho que vengas ni la señora te paga jornal alguno. Y todo lo que cuentas es un embeleco y sarta de embustes. Si no te largas en seguida de la finca, te zampo de cabeza en el pozo

El tío Chulo se fue refunfuñando.

En la villa de Alcuéscar ha habido muchos años de sequía. Tiene dos fuentes públicas de la época morisca - la del Castaño y la del Granado - pero según fue creciendo la villa había años de muy escasa lluvia y en los veranos se formaban largas filas de cántaros esperando que la pileta cogiera agua para sacarla con el caldero atado con una cuerda y llenar los cántaros y asados de barro. Esto no pocas veces causó disgustos entre las mujeres, con peleas y ruptura de cacharros.

Doña Jerónima, que era persona inteligente y de muy buen juicio, llamó al tío Rubio y acordaron que el agua que manara por la noche llenase la charqueta para atender el regadío y durante el día dejar entrar al personal con el debido permiso y orden para remediar el conflicto público del agua. El consejero Rubio opinó que sería mejor cobrar una pequeña cantidad por cántaro pero la brigadiera manifestó que no era decoroso hacer tal cosa. El tío Rubio moviendo la cabeza profetizó:

- Ya verá, señora, como algún alboroto se liará.

Era mucha la gente que iba a pedir permiso y como era sólo de palabra había quien con decir que lo tenía era suficiente. El consejero estaba muy enfadado con la idea caritativa de la señora. las mujeres y chiquillería se comían los higos de la higuera o se llevaban los tomates en cuanto había ocasión y además debido a las largas colas siempre había protestas.

El tío Rubio pensó quejarse a la señora pero no hizo falta. El quince de agosto - no sé de qué año - ocurrió la revolución esperada. La tía Pantalona, o mejor dicho la mujer del tío Pantalón el porquero, llegó tarde por alguna causa, sacó su cántaro de la fila como si fuese a marcharse, y también el de la tía Rina - que andaba por la higuera - que estaba de los primeros en la fila. Después hizo como si se arrepintiera de su decisión y volvió, cambiando de sitio los cántaros. La Rina se dio cuenta del trastrueque y se enzarzaron. Hubo cántaros rotos y la discordia se extendió en el campo acuífero. Mientras tanto había llegado un zagalillo montado en una burra con dos barriles a por agua para la majada. El burro del tío Rubio, que olió a la recién venida y no podía acercarse a ella por estar atado a una estaca, la saludaba con largos rebuznos amorosos en extremo ruidosos y potentes, de lo que protestaba el perro desaforado. No había nadie neutral y la ruidosa algarabía mujeril crecía. y el tío Rubio era incapaz de poner orden.

En el fragor de la pelea la Rina dio un empujón a la Pantalona que cayó de espaldas, dándose un golpazo contra las piedras del brocal de la pileta, cayendo de cabeza en el agua. Dada la estrechez de la poceta sólo se le veían las piernas dando pataletas. Allí se hubiera ahogado si las demás mujeres no la hubieran sacado.

El tío Rubio viendo la gravedad de la mujer que estaba desmayada y con una pitera en la cabeza decidió subirla al burro del zagalillo y traerla al pueblo. Según entraban en el pueblo el cortejo aumentaba y al cabo de un rato aquello parecía una manifestación popular, especialmente de chiquillos. La víctima acabó por despertar y viendo el ridículo tan espantoso que estaba haciendo se bajó de la burra y se fue andando a su casa. La visitó el médico y pronosticó que no era nada de peligro y todo quedó ahí.

A la caída de la tarde estaban reunidos con la señora brigadiera el compadre Juan Campos, Frasco el aperador y el tío Rubio, cuando la criada anunció a la tía Pantalona, ya seca y aseada, con una moneda de dos cuartos sobre el chichón de la cabeza, sistema ortopédico muy aconsejado para tales lesiones. La accidentada pasó y comenzó su largo relato pero la señora le cortó diciéndole

- Ya estoy medio enterada; otro día me lo contarás más despacio. ¡Buena pondrías el agua del manantial¡ - y dirigiéndose a Luisa - Dale un chorizo de las ovejas muertas en el asalto de los lobos, media libra de tocino y un plato de garbanzos para que ponga un puchero y se caliente por dentro.

- Y habrá que limpiar la poceta porque la Pantalona no se ha bañado desde que la lavó la partera - añadió en voz más baja para los contertulios.

Cuando marchó la tía Pantalona, quedaron hablando y la brigadiera autorizó al tío Rubio para que cobrara el agua y así resarcirle del trabajo y molestias que le causaba el manantial, haciendo saber que el cántaro de agua costaría un cuarto pero los barriles o cosa parecida de los pastores o viandantes no pagarían nada. Tuvo mucho éxito la idea, el tío Rubio sacó un buen puñado de monedas con la venta del agua y sin moverse de allí vendía a la clientela los higos y todas las hortalizas que daba la huerta.