Siendo yo el único pasajero del tren de las cinco, pude estirarme a mis anchas sin preocupaciones. Me disponía a dormitar un poco cuando escuché unos gemiditos. Me levanté y caminé hasta la ventana que daba al vagón contiguo. Estaba vacío.
Al regresar a mi asiento noté un periódico tirado en el piso. Era de ese día. “Qué suerte”, —pensé. En las páginas centrales había una foto anunciando la futura boda de una compañera de trabajo con quien todos querían salir. “Vaya, tan secreto que lo tenía”.
Mientras hojeaba el resto del diario pensé en asistir de incógnito a la ceremonia religiosa. Recordé que Mario siempre me andaba diciendo que Karen me tenía como prospecto, pero yo en esos días me tomaba muy en serio la vida. Tenía todo un entramado de ideas en el que cada pieza debía encajar a la perfección. De puro coraje tiré el periódico en el asiento del lado de la ventana.
En la siguiente estación subió una pareja. Hablaban animosamente.—Mira, cariño —dijo él—. Alguien ha olvidado un diario.Cuando reaccioné era demasiado tarde. Ya lo había tomado.
Tosí con fuerza, tratando de hacerle notar que el diario era mío.
—Aquí tiene, caballero —dijo, al tiempo que me entregaba una pastilla de menta—. Cuídese esa garganta. Tiene usted una tos muy seca. —Es que… ¡mi diario! —protesté. —Cariño —se dirigió a la chica, ignorándome por completo— ¿Qué te parece esta noticia? La guerra terminó. Ahora podremos viajar a París. Iremos a la Sorbona, veremos el Louvre, la torre Eiffel, ¡beberemos champagne! —Disculpe —dije— ¿Dice usted que terminó la guerra? ¿A qué guerra se refiere? —A la Gran Guerra —dijo categóricamente. ¿Cómo puede no saberlo?
Fue entonces que reparé en su indumentaria. Llevaban ropa pasada de moda. Otra vez se escuchó el gemidito. Me incorporé de un salto y miré al exterior. El tren se desplazaba a gran velocidad.
—Disculpe, señor. ¿No escuchó usted algo? —dije. —¿Algo? Quizá si fuera usted más específico podría tener mejor idea a qué se refiere. —Una especie de gemido. —Gemido dice…debe de ser el menor…a veces llora. Ya está próxima la siguiente estación. Sus padres abordarán, sin duda alguna. No se aflija.
La mujer me miró con desdén.
—Cuénteme acerca de esa guerra —dije al hombre. —No hay nada que contar, y entre más pronto quede en el olvido, mejor —hizo una pausa—. Alégrese, que vienen tiempos mejores. —¿Me permite el diario? ¿Dónde esta la noticia? —En primera plana, como justo es. —Obama se convierte en el primer presidente afroamericano de Estados Unidos de América —leí en voz alta. La mujer seguía mirándome con cierto recelo. —¿Qué es lo que pasa? ¿No encuentra la nota? —dijo él, perdiendo la paciencia.
El llanto del niño ahora era franco, pero yo seguía sin verlo.
—Permítame, caballero —dijo, casi arrebatándome el diario de las manos —. Aquí, en la primera plana dice claramente que la Gran Guerra ha terminado. ¡Vencimos a los alemanes!
Miré cuidadosamente la página que me mostraba. Había una foto de Obama con los brazos levantados, y el encabezado que lei con anterioridad. —¿Lo ve? —continuó el hombre. —Honestamente. No —dije. —Usted me recuerda a alguien —dijo. Luego se volvió a su mujer y le preguntó. —¿A ti no?
Ella explicó que Ivette era una pasajera con la que quisieron comentar la noticia publicada el día que la conocieron. Ivette se mostró extrañada, les pidió el diario. Lo revisó. Y tampoco encontró la información a la que la pareja se refería.
—Ivette mencionó que la información en primera plana hablaba de un Papa negro, cuya popularidad iba en aumento —prosiguió la mujer—. Y nos explicó que no era un hecho sorpresivo, que mucho tiempo antes ¡hubo un Papa polaco! También muy carismático. ¡Imagínese! —Todo el mundo sabe, querido amigo —dijo el hombre — que cada Papa hasta el día de hoy ha sido romano. Con la excepción de Adriano VI, claro está.
El tren se detuvo. Las puertas se abrieron.
—Los padres del menor —dijo él. —Hagamos una cosa —dije—. Mostrémosles la página.
Era una pareja, cierto. Solo que eran dos hombres. Les pedí que leyeran los titulares y que describieran la foto impresa en el diario.
—Pero es una página en blanco —dijo uno de ellos—. La señora, aquí presente nos ha mostrado el mismo trozo de papel en repetidas ocasiones. —Los diarios —dijo el otro haciendo énfasis en cada palabra— desaparecieron hace dos siglos.
|