Se supone que debo amar a esa mujer. Hoy debo decirle que no puedo vivir sin ella. Está bien, allá voy. —Mi vida, te amo, te amo como nadie podrá amarte jamás. ¿Por qué salen de mi boca palabras tan pueriles? —Pertenezco a otro —responde ella. Parece no importarle lo que siento. —¿Qué puede darte él? —Lo que tú no.
Me quedo sin palabras, es cierto, soy un pobre diablo, pero me hicieron así, es el papel que debo asumir, mas sé que no lo estoy haciendo bien. Necesito ayuda. ¡Oh mi creador! Haz un milagro esta vez, y permite que ella me quiera, te lo suplico, tú que todo lo puedes, escucha mi plegaria...
Con fe renovada miro los ojos de mi amada, pero ella parece rehuirme, ¿será cierto que no desea saber nada de mí? ¿Cómo es posible? Siento que desaparezco, mis pies se desvanecen, mi cuerpo es un borrón, ya no tengo manos, ahora no puedo verme, pero sé que aún existo. ¿Qué sucede? ¿Volviste a cambiar de idea? Pregunto. Sé que alguien está en alguna parte.
Mi cuerpo está completo otra vez, he cambiado de ropas, soy todo un caballero. Ahora se supone que la mujer debe amarme. Trataré de ser gentil, aunque no debo corresponder a su amor, pues es el papel que he de asumir.
—Mi vida, te amo, ¿por qué no puedes entenderlo? Abandoné casa, hijos, todo por ti —dice ella. —Lo sé, lo sé, sé que es injusto lo que voy a decir, pero es la verdad: jamás te pedí que lo hicieras, nunca pedí nada. Me siento un desgraciado. Este no soy yo. ¡Yo la amo! —Ya no puedo volver atrás, me mataré —gime ella.
Esto no está saliendo como debe. Presiento que mi creador volvió a equivocarse. Cierro los ojos pues sé lo que viene, otra vez esa sensación de volverme invisible poco a poco, como si cada parte de mi cuerpo fuese una letra que a golpe de teclado me hace y me deshace, no lo soportaré otra vez, me resisto a ser juguete de sus dudas. Hago un esfuerzo sobrehumano para permanecer, quiero vivir, quiero vivir, quiero vivir... Creo que lo logré, no se han borrado mis pies, me siento ligero como el aire, puedo sentir algo en mi pecho. ¡Sí! Grito triunfal enarbolando un puño.
Vuelvo el rostro, ella sigue allí. Está llorando, ¿cómo pude ser tan cruel? —Mi vida, perdóname, no sé qué sucedió. Yo también te amo, ven, caminemos juntos, vayamos lejos, donde podamos ser libres. —Miro hacia arriba, siento que me está vigilando, pero no se atreve a hacer nada.
Me acerco al acantilado, abajo las olas retumban contra las rocas en un vaivén interminable, el cielo se oscurece, empieza a llover. Tomo con fuerza su mano. —Seamos libres, por única vez en la vida, seamos libres.
Ella no opone resistencia, parece que presiente lo que quiero, deseo escapar de una prisión que no soporto y parece extraño, pero todo transcurre sin más interrupciones, el mar está cada vez más cerca, nuestros rostros sienten el viento, estamos volando, por un instante me siento como un pájaro... de pronto, un golpe seco. Dolor, sangre, el sabor salobre del mar quema mi lengua, mi amada está muerta, a mi lado. Miro hacia arriba y gruesas gotas de lluvia caliente y salada caen sobre mi cara. ¿Acaso los dioses lloran? Es mi última pregunta, antes de cerrar los ojos para siempre.
B. Miosi
|