Hola Milagros, estoy repasando los relatos y he visto que éste me pasó por alto, con el agravante de tu dedicatoria... Soy un impresentable
lo lamento. No sé cómo, pues paso a menudo y procuro estar atento, pero no lo vi. Aunque tarde, te agradezco el detalle. Creo recordar que parte de tu inspiración vino de mi relato
El último amor, casi póstumo en
Prosófagos.
La historia que cuentas me gusta. El modo en que la cuentas, no tanto. Ya lo hemos comentado algunas veces, tenemos puntos de vista distintos, o mejor, sentimientos distintos sobre la forma de narrar historias. Los dos igual de válidos, pero diferentes.
A mí no me dice nada que haya escenas de amor colgando de la lámpara, primeras palabras del niño junto a la mesilla o que el corazón tenga ganas de vomitar. Y no es que no lo entienda; capto lo que quieres explicar, pero creo que no se hace así.
Desde mi punto de vista se hace describiendo la realidad, buscando el
detalle real que dará el peso y la medida de los sentimientos que se quieren reflejar —como haces, por ejemplo, con el dedo recorriendo la cicatriz. Ahí sí tienes mi aplauso—, no con una explosión de ideas líricas, pero disparatadas.
Piensa, Milagros, que es muy fácil decir "La habitación se llenó de amapolas y la Luna se asomó a la ventana de lo felices que éramos", o también "Negros lobos salieron de debajo del armario y nos comieron el corazón, de lo desgraciados que nos sentíamos". Pero si no hay amapolas, ni Luna, ni lobos, ¿no es demasiado fácil acabar la fiesta tirando cohetes? Bueno, tampoco hay cohetes, ja ja. Esto lo haces no sólo en este relato sino que te he visto hacerlo varias veces.
En esta situación —marido moribundo, sale el tema de los celos, en la vejez, parece, después de tantos años de vida en común— ¡hay tantas cosas que podrías decir en lugar de esas metáforas huecas!
No te enfades conmigo; te digo lo que pienso, como hago siempre. Lo considero imprescindible para el trabajo en un foro/taller de Literatura. Y te repito que es sólo mi opinión, estoy seguro de que a otros lectores les encantará y cada uno sólo expone su punto de vista.
En el lado positivo, dos detalles magníficos. Lo ya citado de la cicatriz:
Le corría por el pecho una serpiente roja, una cicatriz larga como un río dormido, y la recorrió con el dedo, apretando levemente sus meandros, acariciándola toda, haciéndola desaparecer con ese dedo amoroso.
Aunque creo que en este tipo de recurso es mejor citar primero lo real y después la metáfora; algo así:
Le corría por el pecho una cicatriz roja, una serpiente larga como un río dormido, y la recorrió con el dedo, apretando levemente sus meandros, acariciándola toda, haciéndola desaparecer con ese dedo amoroso.
No tiene mucha importancia.
Y también el nombre ajeno que él susurra. Es un muy buen aporte a la construcción del relato.
Así pues, esta vez, desde mi opinión, cal y arena, querida Milagros.
Abrazos