Fernando, para tí, que no te gustan las historias de amor, va dedicado este relato. Lo hice para que cambiases de opinión. Espero que sea modestamente útil para ese fin.

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      Siento el cuerpo cansado y lento. Las manos de esta mujer, manos amigas, me acarician la frente. Manos que hablan de nuestra vida y que son mi memoria. Luego, cogen fotografías que me muestran: la caída de Antoñito en la nieve, Carmencita en el tiovivo... muchas más; la última las muestra con picardía: nuestro primer fin de semana juntos en la casa de un amigo cuyos padres no estaban. Sonrío a la fotografía y me llega el olor de la comida improvisada, escucho a Brel diciéndonos “Ne me quitte pas”, siento esas manos que apenas sabían recorrerme, y mi placer es el mismo que entonces.
      Las manos han debido leerme el pensamiento porque, con un gesto sencillo, me delinean la boca gruñona que, ahora y fuera de su costumbre, sonríe. Le aprieto las manos y deslizo la boca entre los dedos. Besos chiquitos para cada uno.
      Se levantan, las oigo chocar la loza y vuelven a mí con un vaso de leche y un surtido de píldoras. Rezongo, como hago a diario, como parte de la ceremonia de no aceptar su necesidad para seguir viviendo; rezongo para que las manos revoloteen enfadadas, lo hago para sentirlas, tibias y maternales, poniéndomelas en la boca.
      Fingen no darse cuenta de lo teatral del gesto repetido a diario, como si fuera la primera vez que lo interpretáramos. Antes de volver a la cocina, me cogen la cara y ponen amor en las arrugas.
      Esta noche abrigaré las articulaciones inflamadas; cada hueso saliente me parecerá lo más hermoso del mundo y sabrán que necesito verlas cada mañana para sentirme fuerte.

Pero ¿cómo se me pudo olvidar si me gustó tanto, tanto que me inspiro un relato? La edad no perdona, Fernando.

Y la medalla, otra que va directa al corazón para, allí, guardarla.

Un abrazo.

¡Ay, Antony! ¡Qué me va a dar un infarto con la concesión de medallas! Es que no estoy acostumbrada.

Un abrazo.

Tienes razón, debo retocar algo lo que dices para que no haya dudas.


Habla de amor y aprovecho para explicar lo que quise decir, en boca de Blanca:

Exactamente. El amor que acepta y comprende, el amor que hace que no hayan perdido la capacidad de jugar (los besos, el esconder y mostrar picaramente la fotografía con un ¿sabes que viene ahora? como si volvieran a vivir lo ocurrido en su primera cita, la obra de teatro representada a diario con las píldoras).

Gracias a las dos y mil besos.

Pueeeees...¡muchas gracias Incongruente!

En Prosadictos puse: "Esa historia de amor que nos gustaría vivir en el tiempo..."
Porque en el Amor (con mayúscula) no hay contrapartida; el resto son sucedaneos aunque los nominemos con igual nombre.
Y existe, lo más curioso es que existe; como el de mis padres (lo hubo y con pruebas) hasta la muerte; como el de Blanca por el suyo, como...muchos más. Yo tengo envidia de ellos.

Estoy de acuerdo y siento lo mismo. La edad despoja de cosas superfluas a la vida, la hace más generosa y auténtica, más real; pasando por encima de prejuicios o juiicos de otros, creo que nos acercamos (en este sentido, no en otro) a la juventud sin "oropel".

Gracias por pasar. Un abrazo.