[centrar]
Dos cero cero dos[/centrar]
[justificar]¿Cómo olvidar ese numero? ¿Cómo olvidarte, sin más, después de amarnos?
Porque aquello era amor... ¿O solo una mecánica forma de joder al otro? ¿Cómo saberlo de ti, si ya estás lejos…?
Te conocí en un dos cero cero dos. Yo, en vísperas del divorcio, sensible e idiota, me dejaba querer por toda mano que acariciara mi frente desprovista de ideas y de sueños.
Cerca de los cuarenta, sentía la piel colgada de mi cuerpo; mis huesos, marchitos y pulverizados, me dolían de tanto como me pesaban. Te lo dije en esos primeros días: me sentía morir; moría cada vez que, de regreso en el colectivo, esperaba la hora de llegar a mi habitación, siempre oscura, siempre húmeda, siempre y siempre.
Con la costumbre de una carne tibia servida en la cama, puesta en el mantel, me di cuenta enseguida de que lo peor que puede pasarle a cualquiera es quedarse sin más compañía que su soledad.
Entonces te conocí. Dice una canción antigua: "¿En verdad te conocí?, digo, ¿fue cierto?". O fue la necesidad de inventar una forma de vivir. ¿Por qué diablos te fuiste en este dos cero cero dos? ¿Por qué duró tan poco la felicidad que inventé?
Apenas bastó otro dos cero cero uno para desvanecerse, en la niebla de las madrugadas, la pasión desbordada que tejieron nuestros corazones calientes, cuando cayó el rey ante la arrogancia del alfil, azuzada por la porfía de la reina, vengativa, resentida. Todo se acabó, se fue al demonio; el dormitorio compartido, la cocina hasta donde alcanzó nuestra lujuria, todo, el demonio se lo llevó.
La pequeña televisión del salón azul se volvió nuestro cómplice y confidente, en las largas noches de insomnio. Entonces, a veces tu mentías, a veces yo engañaba mis ansias, y ante el pequeño receptor de sonidos y brillos lloraba en silencio.
Quiso Dios que en este dos cero cero dos tomaras tus pertenencias y huyeras del nido en que convertí esa accesoria alquilada. De eso hace tres días y, créeme, me muero. Seguro que tú no; incluso hasta consuelo habrás encontrado en otros brazos, en otros labios...
¿Será así el amor? ¿O solo son ganas de joder al otro? Si pregunto, nadie sabe, ni en las lecturas a las que tanto me aficione hay respuestas para esto que sentimos y nos mata.
¡Cómo duele amar!, si se puede llamar amor al mecánico esfuerzo de complacer al otro. Que ni el tequila, ni el mariachi son antídoto para mis recuerdos. Ni las muchas borracheras y las visitas en silencio al motel sosiegan el escozor que produce la lejana sutileza de la decepción.
¡Perdón! Si te fallé, perdón. ¡Qué me importa el orgullo, qué me importa lo que digan los demás! Necesito mi dosis de ti, metida en mi… Solo eso necesito en este dos cero cero dos.
mario a.[/justificar]
Código:
[Center][size=150]Dos cero cero dos[/size][/Center]
[Justify]
¿Cómo olvidar ese numero? ¿Cómo olvidarte, sin más, después de amarnos?
Porque aquello era amor... ¿O solo una mecánica forma de joder al otro? ¿Cómo saberlo de ti, si ya estás lejos…?
Te conocí en un dos cero cero dos. Yo, en vísperas del divorcio, sensible e idiota, me dejaba querer por toda mano que acariciara mi frente desprovista de ideas y de sueños.
Cerca de los cuarenta, sentía la piel colgada de mi cuerpo; mis huesos, marchitos y pulverizados, me dolían de tanto como me pesaban. Te lo dije en esos primeros días: me sentía morir; moría cada vez que, de regreso en el colectivo, esperaba la hora de llegar a mi habitación, siempre oscura, siempre húmeda, siempre y siempre.
Con la costumbre de una carne tibia servida en la cama, puesta en el mantel, me di cuenta enseguida de que lo peor que puede pasarle a cualquiera es quedarse sin más compañía que su soledad.
Entonces te conocí. Dice una canción antigua: "¿En verdad te conocí?, digo, ¿fue cierto?". O fue la necesidad de inventar una forma de vivir. ¿Por qué diablos te fuiste en este dos cero cero dos? ¿Por qué duró tan poco la felicidad que inventé?
Apenas bastó otro dos cero cero uno para desvanecerse, en la niebla de las madrugadas, la pasión desbordada que tejieron nuestros corazones calientes, cuando cayó el rey ante la arrogancia del alfil, azuzada por la porfía de la reina, vengativa, resentida. Todo se acabó, se fue al demonio; el dormitorio compartido, la cocina hasta donde alcanzó nuestra lujuria, todo, el demonio se lo llevó.
La pequeña televisión del salón azul se volvió nuestro cómplice y confidente, en las largas noches de insomnio. Entonces, a veces tu mentías, a veces yo engañaba mis ansias, y ante el pequeño receptor de sonidos y brillos lloraba en silencio.
Quiso Dios que en este dos cero cero dos tomaras tus pertenencias y huyeras del nido en que convertí esa accesoria alquilada. De eso hace tres días y, créeme, me muero. Seguro que tú no; incluso hasta consuelo habrás encontrado en otros brazos, en otros labios...
¿Será así el amor? ¿O solo son ganas de joder al otro? Si pregunto, nadie sabe, ni en las lecturas a las que tanto me aficione hay respuestas para esto que sentimos y nos mata.
¡Cómo duele amar!, si se puede llamar amor al mecánico esfuerzo de complacer al otro. Que ni el tequila, ni el mariachi son antídoto para mis recuerdos. Ni las muchas borracheras y las visitas en silencio al motel sosiegan el escozor que produce la lejana sutileza de la decepción.
¡Perdón! Si te fallé, perdón. ¡Qué me importa el orgullo, qué me importa lo que digan los demás! Necesito mi dosis de ti, metida en mi… Solo eso necesito en este dos cero cero dos.
mario a.[/Justify]