Te recuerdo y pronto te olvido, no me conviene recordarte tanto por que luego te lloro mucho; con ese llanto amargo que ahoga mis sentidos. naufraga el alma termina encallada en la playa de la soledad.
Ayer escuche, sin querer, que hablaban de ti; me levante ciego de furia. Los arremangue, los inste a callarse; a guardar silencio. Golpee varias veces al chaparrito del Margarito y si no fuera por el chato Gutiérrez lo hubiera matado... Después llore con ese llanto que te he platicado. Los compañeros se fueron lentamente, temerosos, escabulléndose de este loco demonio. Acerque la boca de la botella a mis labios, en un beso profundo, íntimo, soñé con tus besos, con tus caricias, con tus palabras. Llenas de promesas, mas al abrir los ojos solo me encontré con el sabor incendiario del licor, quemando mi garganta, mis entrañas; volví a enloquecer, avente la botella, barrí los vasos sucios. Patee la minúscula mesita, por fortuna ya no había nadie, ni el viejo cantinero estaba, todos asustados de mi rabioso proceder huían de mi presencia. Creo que hasta tú lo hiciste así. Preferiste morir en una noche de lluvia, que seguir viviendo con un ser tan atormentado, como yo. Victima de calenturas; nada quise hacer por detener el moho invasor de la muerte. Te vi morir en lenta agonía, como si así castigaras mi arrogancia y falta de buenos sentimientos. Cerré mis entendimientos en ese momento- Como en otras tantas veces- Fue cuando llego la Gelipa, esa buena señora que fue tu madre. —¡Dios santo! Esta ardiendo en fiebre.— Grito eso y otras cosas —¡Vaya, vaya por un medico! ¡Pronto, por Dios Santísimo! Que mi hija se me muere— Le lance una honda mirada de odio, de mala gana fui por él medico; ya nada pudo hacer, cuando llegamos la buena madre lloriqueaba en lamentos lastimosos, me miraba y miraba arriba, arrancaba en voces: —¿Por que Diosito? ¿Por qué te la llevaste?— Aun el velorio me parecía ajenos, iban y venían con la lentitud de las ánimas en pena.
De alguien escuche: —¡Anda Genaro avienta el ultimo puño de tierra, despídete de una buena vez!— Me volví a él, creo que era el cura de la iglesia; Don José, si el desprecio fuera lumbre que sale por los ojos, el pobre padrecito seria una tea viviente, pero no dije nada y tampoco hice nada. En la tarde, cuando llegamos del panteón, te busque exaltado, por los rincones de la casa a donde acostumbrabas esconderte, en cuanto llegaba bruto de coraje. Te busque atrás del armario, según tú buscando algo perdido, en el bañito de adentro, que tantas veces aseabas al día, atrás del patiecito, donde por capricho tuyo, plantee un naranjo y ya vez nunca dio naranjas, solo hojas que barrías diligentemente por las mañanas. Cansado de mi búsqueda al fin; salí a la calle, en mi pantalón guarde unas cuantas monedas. Vague por varias calles por varios ratos entraba y salía de las cantinas, observaba a las infelices mujeres llenas de rubor y vergüenza; volvía a salir. Por mucho días estuve así. Por las noches, como a eso de las nueve, regresaba, varias personas murmuraban alrededor de una cruz de cal, puesta en el suelo; quien sabe que rezos salían de sus bocas enjutas. No se escuchaban ni ellos mismos, la pobre de Gelipa iba y venia con una charola, en donde ponía en vasos de plástico café hirviente y unas cuantas galletitas de animalitos, seguía sin decirme nada, solo me veía con esos ojos negros de no dormir y rojos de llorar tanto y de tantas cosas. Llegaba a mi ancha cama y me derrumbaba, donde solíamos dormir; tu a veces solo ocupando un lugarcito, un cachito apenas cubierta con una delgada colchita, titiritando de frío, en apagados sollozos. Mientras que yo roncaba impávido a tus resuellos; suelto a mis anchas, las calientes cobijas arremolinadas a mis costados...
Mas ahora no estabas; pensaba de pronto �Ya volverás y cuando vuelvas ya veras� oraba en un amen largo, larguísimo, hasta el amanecer Yo nada comprendía en ese momento, tarde muchos días en entender que tú, mi mujer, te habías ido para siempre. Alguien toco la puerta, abrí ¿Quien crees tu, que era? ¡No te lo imaginas! ¡Mi madre! Mi mama, la mujer que tanto te detesto; que incluso, pienso yo te odiaba de remate. Ahí estaba parada, vestida con esos horrendos vestidos que tanto me molestaban. No lo podía creer. Hasta ese momento caí en la cuenta, que tú mi mujer, que quise tanto y que quiero, ya no estabas en esta vida, que muerta yacías reventándote bajo tierra, llena a lo mejor de asquerosos gusanos. Al momento explote en ese llanto amargo del que te hablo, del cual no paro cada vez que te recuerdo y me acuerdo que tú estas muerta, pues cuando nos juntamos, un día antes, mi madre, mi mama me dijo:
—Si tú te vas con esa fulana, no me volverás a ver hasta que ella se muera.
FIN
MARIO ARCHUNDIA C. 17 marzo 2004
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