Hoy ha muerto mi mejor amigo. Estoy desolado. Mis ojos se secaron en el cementerio. A mis catorce años la mente ha pasado a modo recordatorio, reproduciendo imágenes en un ciclo sin fin.
El dolor se ha transformado de agudo a sereno sin dejar de hacer daño.
Han pasado ya quince días y apenas me alimento. Cualquier cosa me recuerda su amistad truncada por aquel Mercedes que, saltándose un semáforo, acabo con una vida. Su vida.
Estoy hospitalizado con goteros, y yo no quiero vivir, no sin mi amigo, sin mi compañero de juegos.
Una sensación de somnolencia me está invadiendo, y a lo lejos, sin mucha nitidez, me parece verlo. Oigo su voz llamándome con la correa en una mano y una golosina en la otra, y sin quererlo muevo el rabo mientras corro hacia él.
«Ven chico», me dice al acercarme. «Ahora estaremos juntos para siempre»