LA YESCA

Hoy es tan sencillo e inmediato encender fuego que resultará sin duda curioso conocer cómo lo hacían nuestros abuelos y tatarabuelos :

Producir una chispa es fácil, basta con golpear una piedra de pedernal con un trozo de acero o eslabón. En los mecheros se utilizan unas piedras cilíndricas muy pequeñas que al ser rascadas por una pequeña rueda dentada metálica producen chispas. Estas chispas encienden una mecha o un chorro de gas inflamable y en menos de un segundo, con un simple movimiento del dedo pulgar tenemos fuego para lo que sea necesario. Pero no siempre fue así. El hombre primitivo debía frotar dos maderas durante mucho tiempo para encenderlo. Más adelante aprendió a producir chispas golpeando las piedras adecuadas. El fuego empezaba siempre con una chispa o una pequeña incandescencia y era necesario disponer de un material muy seco e inflamable que ardiese con llama a partir de esa chispa inicial. Ese material es la yesca. Se llama yesca a una sustancia muy seca y esponjosa que arde con facilidad a partir de una chispa. La yesca propiamente dicha se obtiene de un hongo de la familia Polyporus que suele crecer en los troncos de encinas y otros árboles. No obstante se puede hacer yesca con otros muchos tipos de plantas. En Alcuéscar se ha utilizado siempre una planta - que aquí llamábamos yesca - de unos treinta a cuarenta centímetros de alta. Se arranca del suelo, se corta en tiras y se tiende al sol para que seque. Se machaca con un mazo las tiras secas, se mezcla con ceniza y se pone a hervir en agua. Cuando se consume toda el agua ya están cocidas. Se vuelve a machacar y se separa de la ceniza. La yesca queda como un puñado de algodón muy seco y esponjoso, lista para su uso.

Se guardaba la yesca en sitio muy seco y se iba cogiendo lo necesario. Antes de existir el encendedor el hombre de campo llevaba en una pequeña bolsita de cuero lo necesario para encender fuego, una especie de encendedor rudimentario. Colocaba un poco de yesca, un guijarro y el eslabón de acero, todo ello bien sujeto con dos cabos de cuero. Esta bolsa-encendedor junto con la navaja y algún otro instrumento de reducidas dimensiones se guardaba en la faja negra que se solía llevar a modo de cinturón.

Cuando era necesario encender fuego sacaba la bolsa, cogía el guijarro con la mano izquierda, cogía también un pellizco de yesca que situaba al borde del guijarro sujeto con el dedo pulgar de esa misma mano y tomando el eslabón con la mano derecha golpeaba con él el guijarro hasta que saltaba la chispa sobre la yesca. La yesca se pone incandescente pero no hace llama. Para encender un cigarrillo, por ejemplo, era bastante. Pero si se quería encender lumbre era necesario arrimar la yesca incandescente a pasto muy seco y soplar con fuerza. En los días húmedos era necesario actuar con precisión y habilidad cuando se trataba de encender un fuego.

Cuando llegaron los mecheros, el primero el de pescozón con su piedra y mecha especial, no estaban al alcance de todo el mundo. Puede parecer absurdo hoy en día que un mechero corriente haya sido un artículo casi de lujo pero así era. Los menos pudientes utilizaban sólo la piedra del mechero, que clavaban en el centro de un pequeño trozo de madera. Golpeándola con un vidrio saltaba la chispa y encendían la yesca como ya hemos visto antes.

El mechero de pescozón se llama así porque se enciende con un golpe. No produce llama, simplemente una chispa pone incandescente una mecha. Está formado por dos tubos unidos en paralelo, uno donde se introduce la mecha y el otro que contiene la piedra. En el extremo de este último se coloca una ruedecilla dentada. La piedra presiona sobre la ruedecilla gracias a un muelle. Al golpear la ruedecilla con la mano tangencialmente ésta gira rascando la piedra y produciendo chispas que caen sobre el extremo de la mecha, alojada en el tubo contiguo. Se sopla un poco y ya tenemos la mecha encendida.

Después vinieron los mecheros de gasolina, de gas, y se sustituyó la piedra por un mecanismo piezoeléctrico en muchos de ellos. Pero el mechero de pescozón sigue vendiéndose en nuestros días. Una de sus grandes ventajas es que no le afecta el viento.