“ARCADIA”
El motor del auto venía haciendo un ruido extraño que me inquietaba, solo faltaban cerca de 10 kilómetros para llegar a la ciudad de Pachuca, a la que nos dirigíamos Lilia y yo.
Era un día hermoso, pasadas de las cinco de la tarde, cuando repentinamente el auto dejó de funcionar. Nos dirigimos hacia el acotamiento con el impulso que llevábamos, hasta que el auto se detuvo.
—¡Qué rayos le pasa a esta cosa! —dije molesta golpeando el volante.
—Se descompuso…
—¡Pero si ya íbamos a llegar!, ¡cómo se le ocurre aquí, en medio de la nada!
—Pues así pasa cuando sucede… —bajamos del carro y abrimos el cofre. Todo se veía bien y en orden, tal vez un poco caliente, pero nada en exceso.
—¿Y ahora?
—¡Pues nada!, tendremos que llamar a la grúa para que nos remolque.
Fui a la guantera y saqué los documentos, llamé al seguro y les expliqué lo que sucedía. Me dijeron que como estaba en la autopista, una grúa de la caseta vendría por nosotras y nos encontraríamos en algún punto, con la grúa del seguro que nos llevaría con el mecánico para revisar el coche. Que no desesperáramos y que en poco tiempo vendrían por nosotras.
Después de “arreglar” eso, nos dedicamos a esperar fuera del carro, sentadas en el pasto.
—Quiero ir al baño… —dijo Lilia.
—¡No inventes!, pues tendrá que ser escondida entre los trigales, porque aquí no hay arbolitos, ni matorrales o algo parecido. Lo mejor es que no pasan muchos coches.
Tomamos los pañuelos desechables y nos dirigimos hacia los verdes trigales. Había kilómetros y kilómetros de sembradíos de trigo, que el viento movía como verdes olas del mar, en verdad se veía aquello hermoso. Ella terminó pronto y regresamos cerca del auto; nos volvimos a sentar sobre el pasto.
—Qué bueno que no somos hombres —le dije.
—¿Por qué?
—Porque Arcadia nos hubiera atacado...
—¿Qué dices?
—Bueno, solo a uno… tal vez…
—¿De qué hablas?, explícate…
—¿Quieres oír?
—Sí
—Cuentan, que aquí en los trigales, cuando están crecidos como ahora, aparece una mujer con el pelo largo y verde como el color de estos trigales, lleva los párpados de los ojos pintados exóticamente de color rojo, y viste un vestido verde como el de Campanita…
—¿Campanita la de Peter Pan?
—Así es
—¿Es un hada?
—No, ya te dije que es una mujer…
—¿Y qué hace aquí?
—Se roba a los hombres descuidados o a los que se portan mal…
—¿Pero, por qué?
—Cuenta la leyenda, que a Arcadia no le gustaba su nombre, porque según ella le traía mala suerte en el amor, además, ella lo oía anticuado y en desuso. A lo largo de su vida, se hizo llamar con diferentes nombres, pero quienes la conocían desde chica, sabían que era Arcadia.
En una ocasión, ella tuvo un novio al que quiso mucho y hacían planes para casarse; pero a este pretendiente, se lo robó la muerte, o sea… murió.
—¿Se murió?
—¡Sí!, y ella furiosa decidió vengarse…
—¿De la muerte?
—Así es.
—¿Pero cómo?, ¡eso es imposible!
—Conjuró a la muerte para que se le presentara, y cuando estuvo frente a ella, astutamente le robó su guadaña… alegándole que ella, le había robado a su hombre, el ser que más amaba; y no se la ha devuelto hasta el día de hoy.
Por eso es que en el tiempo de cosecha, se confunde entre los segadores de trigo trabajando con ellos, y cuando encuentra a algún soltero, o casado atractivo y descuidado… se lo roba, y después de hacerlo suyo… lo mata con la guadaña, enterrando su cuerpo en la tierra de cosecha.
Por esa leyenda, es que hay muy pocos hombres trabajando cortando el trigo, los pocos que vienen, son hombres ya muy viejos y casados, y muchas mujeres hacen ésta labor.
—Entonces, ella es mala.
—Sí… un poco; es su forma de vengarse.
—¿Y cómo es que hace para no morir aquí sola en el valle?
—¡Buena pregunta!, dicen que la guadaña tiene poderes, o sea es mágica, y ella le pide cosas para vivir; entre ellas no envejecer y conservarse encantadoramente joven.
También se cuenta que es cómplice de las mujeres que han sido golpeadas, abusadas o traicionadas por sus infieles esposos. Ellas con astucia los traen hasta aquí por la noche, generalmente embriagados, los acuestan entre el trigo y se van; ellos desaparecen, nunca los han encontrado después, ni rastros de ellos.
—Si me hubieras contado eso antes… no hubiera hecho del baño.
—Ja, ja, ja… miedosa, a las mujeres no nos hace nada tontita…
—Pues por las dudas, mejor no me vuelvo a acercar a los trigales.
La tarde comenzaba a refrescar, el cielo cambió de color a rosado y lila, y comenzó a oscurecer, nos pusimos de pie para caminar un poco más cerca del auto, y miramos por última vez los trigales. Era en verdad hermoso ver, cómo el viento movía las millones de espigas verdes como verdaderas olas de mar; y entonces, vimos algo…
—¡¡Qué es eso!! —gritó Lilia— ¿lo viste?
—Ajá...
—¡Qué es eso!, ¿no me digas que tu cuento es verdad?, ¡dime que no era verdad lo que vimos!, ¡dime que era una… marmota del campo…o…!, ¡¡qué rayos era “eso” por Dios!!
—Es Arcadia…
En ese preciso momento, llegó la grúa tocando su bocina, yo corrí hacia el auto levantando la mano, Lilia me siguió inmediatamente.
Levantaron el auto con cadenas, lo engancharon y casi de noche nos fuimos de ahí, dejando sola a Arcadia, oculta entre las finas espigas del verde trigal, esperando paciente, a su próxima víctima…
fin